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La utopía de Sijena

Que las pinturas vuelvan adonde quieren sus legítimos dueños y al emblemático lugar para el que fueron creadas solo puede ser visto como un acto de reparación cultural

Aspecto de la sala donde el MNAC expone las pinturas murales de la sala capitular de Sijena, este lunes en que el Patronato del Museo Nacional de Arte de Cataluña. / Marta Pérez (EFE)

Aspecto de la sala donde el MNAC expone las pinturas murales de la sala capitular de Sijena, este lunes en que el Patronato del Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Una de las pocas veces que Salvador Illa ha perdido su proverbial contención ha sido a propósito de las pinturas murales del oscense monasterio de Sijena. Cuando se conoció el fallo del Supremo reconociendo a las instituciones aragonesas el derecho a recuperar las pinturas actualmente expuestas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), la Generalitat optó por un perfil bajo, asegurando que no pondría obstáculos a la ejecución de la sentencia.

Sin embargo, las críticas personales que le dirigió su homólogo aragonés le hicieron cambiar de idea y desde China, visiblemente enfadado, contestó a Jorge Azcón exigiéndole que diera las gracias a las autoridades de Cataluña por “la preservación de unas pinturas que, si no es por el MNAC, hoy no existirían”.

Ciertamente, no es difícil de entender la desazón que los conservadores del MNAC pueden sentir ante la perspectiva de perder unas piezas tan singulares a las que han dedicado sus cuidados desde hace décadas. Los museos de todo el mundo llevan años inmersos en un complejo debate sobre su legitimidad para exponer obras artísticas conseguidas por medios irregulares o ajenos a lo que hoy sería una práctica aceptable. No hay una solución sencilla y única para esas situaciones, pero el caso de Sijena aún podría ser una oportunidad para explorar nuevas formas de afrontarlas.

El punto de partida no puede ser otro que la restitución de las pinturas al monasterio de Sijena. Las sucesivas sentencias, empezando por los ilustrativos fallos de los juzgados 1 y 2 de Huesca, no dejan lugar a dudas de que el MNAC no tiene ningún título de propiedad o cesión con valor jurídico. Las pinturas fueron arrancadas de la sala capitular de Sijena sin la autorización necesaria cuando el monasterio ya era un bien cultural protegido desde 1923, y durante las décadas siguientes su situación legal no pasó de precaria pese algunos intentos poco rigurosos para resolverlo. Otras obras de arte sí habían salido del monasterio con ventas legales cuando eso era posible y siguen expuestas en varios museos, entre ellos el propio MNAC, sin que nadie las pueda reclamar.

Por ello, que las pinturas vuelvan adonde quieren sus legítimos dueños y al emblemático lugar para el que fueron creadas solo puede ser visto como un acto de reparación cultural, que coincide además con las recomendaciones de las instituciones internacionales de conservación del patrimonio y que, efectivamente, habrá sido posible por la eficaz custodia de las pinturas por parte del MNAC.

Para avanzar a partir de ahí a un escenario de cooperación y no de confrontación haría falta que desde Cataluña se mostrara un mayor esfuerzo para entender las reclamaciones aragonesas. Hablar de catalanofobia, poner en duda su capacidad técnica para asegurar la conservación de las pinturas en Sijena -las obras ya realizadas en el monasterio lo desmienten-, o alegar que allí las podrá ver menos gente que en Montjuic es una forma poco seria de eludir el problema principal y una falta de consideración al hecho de que Sijena, como panteón de los reyes de Aragón, forma parte del núcleo esencial del patrimonio artístico que define la identidad secular de la comunidad.

E igualmente se puede decir que tampoco contribuye al entendimiento la beligerancia empleada por el Gobierno de Aragón contra las instituciones catalanas, beligerancia más bien innecesaria cuando se cuenta con una sentencia tan favorable y que quizá le distraiga de la urgente tarea de planificar con ambición y rigor el futuro de un monasterio de Sijena recuperado y convertido en un foco internacional del arte de su tiempo.

Hace unos años el astrofísico Juan Naya, nacido en Villanueva de Sijena, promovió la realización de un emocionante documental en el que se relata cómo logró dar forma a su sueño de ver las pinturas del monasterio tal como se las explicaban sus abuelos, que las habían visto antes del incendio que las desfiguró y casi destruyó en 1936.

Contagiados por su ejemplo, aragoneses y catalanes podrían plantearse, a despecho de estos tiempos dominados por perturbadoras distopías hechas realidad, el logro de una utopía. Un objetivo de colaboración para restituir la magia de aquella fascinante sala capitular de Sijena de hace ocho siglos, cuando empezaba el recorrido de la Corona de Aragón como potencia del Mediterráneo. Sijena y el MNAC están vinculados para siempre y sería con seguridad más productiva para ambas partes cooperar en investigación, conservación y difusión de este patrimonio excepcional desde Sijena para todo el mundo. Si las distopías son posibles, ¿por qué no las utopías?

José Carlos Arnal Losilla

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 

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