Venecia 2025 | Guillermo del Toro se pregunta quién crea los monstruos en una sensible y ambiciosa versión de Frankenstein
El director mexicano cumple su sueño de adaptar la novela de Mary Shelley con una película colosal y profundamente romántica que protagonizan Oscar Isaac y Jacob Elordi

Guillermo del Toro presenta 'Frankenstein' en el Festival de Venecia (Photo by Daniele Venturelli/WireImage) / Daniele Venturelli

Venecia
Guillermo del Toro lleva toda la vida esperando para hacer su propia versión de Frankenstein, el cuento gótico de Mary Shelley. “Ha sido una religión para mí. Yo crecí en una familia católica y no entendía eso de los santos, hasta que con siete años vi a Boris Karloff hacer de Frankenstein y lo entendí todo”, decía el director mexicano en la rueda de prensa del Festival de Venecia. Por fin, ha hecho realidad su sueño artístico más ambicioso, que se ha hecho esperar porque necesitaba la tecnología y el dinero necesarios. Netflix se lo ha dado, y aquí está compitiendo de nuevo por el León de Oro, un premio que ganó con La forma del agua, que también le dio el Oscar.
Precisamente, de esa historia de amor y de monstruos marinos ya aparecían algunos de los temas que evoca Frankenstein, aunque podríamos decir que toda la obra de Del Toro se alimenta de las cuestiones que abría esa versión del mito de Prometeo, incluso Pinocho. “Lo digo muy en serio, todo lo que he hecho desde Cronos hasta ahora, todo lo que he aprendido, todas las ideas me han traído hasta aquí”, corroboraba. Jugar a ser Dios, crear vida y crear muerte, pero añade muchas preocupaciones más. La historia es de sobra conocida: un médico, Víctor Frankenstein, consigue lo insólito en la ciencia del siglo XIX, crear un ser humano, con vida, con inteligencia, y eterno. Pero la cosa no sale bien, todo acto tiene consecuencias, sobre todo en un mundo que trata con odio al diferente.
El blanco, el negro y el rojo son los colores a los que el director se encomienda cuando nos cuenta la infancia del protagonista. Los colores de la vida, la muerte y la sangre, que está presente en ambos momentos vitales. En el relato adulto, el tono cambia, pero el rojo sigue siendo el color que siempre está presente. El rojo, como color del diablo. Los elementos católicos los santos, la idea de Dios como creador del universo, el perdón, el amor y el mal aparecen en esta versión del mito. “Algo que me queda de mi pasado cristiano es el uso de las parábolas para hablar de cosas”, reconocía del Toro que utiliza todas las herramientas del cuento gótico, de la novela de aventuras y de la ciencia ficción para esta emotiva historia de personajes heridos, que sufren y que aprenden a perdonarse.
“La cuestión central en la novela es qué es lo que nos hace humanos, y para mí no hay nada más importante que seguir siendo humanos. Nos venden que somos blanco o negro, y no es así, hay muchos grises, somos personajes imperfectos y hay que ser imperfectos pero entendernos. No hay pregunta más urgente que recordarnos qué es humano”, reflexionaba Del Toro que aseguraba que no temía a la tecnología, ni a la inteligencia artificial, sino a la “estupidez humana”. Sobre la tecnología, en Frankenstein todo es artesanal, desde la majestuosidad de los decoradas, hasta la creación del monstruo, al que ya no vemos con cicatrices, ni grapas, ni puntos, y que es mucho más estilizado que en las versiones cinematográficas que se han filmado, con un cuerpo fibroso, musculado, cubierto de marfil, en un estupendo Jacob Elordi, frente a un desbocado Oscar Isaac. Desde el epílogo y el final, que acontece en un barco del polo norte, hasta el laboratorio en un castillo escocés, el director viaja por Francia, Escocia, Londres, la campiña inglesa, en una producción que ha cuidado hasta el más mínimo detalles de los decorados, del vestuario, de los utensilios y de los encuadres que van haciendo cada vez más operísticos a medida que avanza la trama.

Fotograma de Frankenstein

Fotograma de Frankenstein
Mia Goth, Cristoph Waltz o Felix Kammerer son los personajes secundarios en torno a esta dupla, de Frankenstein y el “monstruo”, un Calibán y su Próspero, a quien Del Toro dibuja con muchas aristas. El monstruo es una criatura roussoniana, sensible y buena, que solo quiere estar con sus iguales, y que está condenado a la vida eterna. Un monstruo que no tiene ninguna maldad, pero a quien la crueldad, la violencia y el individualismo del mundo que aprende a conocer, le hacen cometer actos, casi siempre en defensa propia. El artista o científico es alguien egoísta, cuya ambición no tiene límites y a quien, como todo ser humano, le preocupa el dolor y la muerte. La versión de Guillermo del Toro se pregunta qué nos hace humanos, pero sobre todo qué nos hace convertirnos en monstruos, quién crea y genera los monstruos en un momento, como decía el director de El laberinto del Fauno, “Vivimos una época de terror e intimidación”. El cineasta otorga una importancia crucial a la guerra y la violencia en esta historia, que provocan esos hombres que han decidido qué es la monstruosidad y qué no lo es.




