La distancia

Lo que más pereza me da de la vuelta de las vacaciones, lo confieso, es tener que escuchar a los políticos. Y sí, lo digo generalizando porque me parece que las formas que ha adoptado la comunicación entre los líderes que más presencia mediática tienen es ya muy parecida, más centrada en la estrategia y las posibilidades de arremeter contra el rival que en la gestión real de las cosas que nos afectan a todos.

Al haberme podido permitir el lujo de consumir actualidad informativa en dosis muy bajas me he dado cuenta de hasta qué punto me ponen de mal humor. Sé que es injusto meterlos a todos en el mismo saco, pero creo que hay una distancia muy grande ahora mismo entre los ciudadanos que creemos en la democracia y sus estructuras y los protagonistas del momento.

Ya no se trata de saber si estamos más o menos de acuerdo con unos u otros en función de lo que defiendan, es que el modo que tienen de manipular el lenguaje, de exprimirlo para llevarlo a su terreno, de tomarnos a todos por idiotas sin sonrojarse es ofensivo y resulta descorazonador.

¿Hubo un tiempo mejor en el que se mostraban más respeto? Me atrevo a afirmar que sí, porque no recuerdo que, por ejemplo, ante unos incendios nadie llamara pirómana a la responsable de sofocarlos.

Existiera o no en el pasado, yo añoro otra forma de comportarse políticamente que preserve ciertos principios, que ponga el respeto al otro en el centro y que no enfangue los espacios de debate público. Porque ese barro, señores, nos salpica a todos.