El CEO del amor

Una vieja sabiduría de la especie aconseja que, allá donde tengas la olla, es mejor no meter… los afectos, pero nuestra condición de humanos parece llevar consigo la condición de reincidentes, y más que tropezar con la misma piedra, muchas veces parece que la buscamos para arrojarnos en plancha sobre ella.

Pongamos por caso al CEO de Nestlé, que ha incumplido a sabiendas el reglamento de su empresa y le han echado no por drogarse o por beber en horas de oficina, sino por esa candidez de palomo de enamorarse en el trabajo. Parece que el hombre quiso disimular el romance, ignorante de que hay cosas, como el propio amor, el dinero o la calvicie, que no se pueden ocultar.

Es normal el despido, claro: cuando hay chorrocientos millones en juego, los accionistas no quieren que estés mandando emojis. El amor es una parcialidad radical y puede ocurrir que no tomes decisiones por el bien de la empresa, sino por el bien de la persona que te gusta. Sí, es lo normal y lo lógico.

Y a la vez, qué quieren que les diga, hay algo fabuloso en pasar en unos días de ser un amo del universo a cantar “no me vuelvo a enamorar” con más autoridad que la Pantoja. Hay algo hermoso en que a alguien todavía se le vayan los ojos cuando tenía que tenerlos fijados en el excel. Hay algo muy verdadero en que hasta los grandes del mundo reconozcan la centralidad de amar y ser amados. Y hay algo fascinante al imaginar dentro de unos años a este hombre, acodado a la barra de un hotel de Minneapolis, diciendo que él lo perdió todo por amor.