La casa madrileña que recibió a Gregorio Marañón y sembró la rebeldía de una futura escritora
"Aquella casa parecía un cabaré de manteles franceses, delantales blancos y champán descorchado con cualquier excusa", decía el médico

La casa madrileña que recibió a Gregorio Marañón y sembró la rebeldía de una futura escritora
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En el número 14 de la calle Mayor de Madrid, en el tercero derecha, se encuentra una vivienda que fue mucho más que un refugio familiar: fue el escenario íntimo donde Carmen Martín Gaite empezó a construir su universo literario. Allí, en la casa de los abuelos Martín, la escritora pasó buena parte de su infancia y adolescencia madrileña, entre los ecos de una ciudad que bullía bajo los balcones y las estrictas normas que regían el interior del hogar.
La familia acudía cada Navidad y Semana Santa desde Salamanca, y en ese piso de postín, como lo describía su hermana Ana María, convivían el esplendor burgués y la rigidez doméstica. Los muebles tenían nombre, los espejos llevaban marcos antiguos, y los domingos se convertían en tertulia con figuras como Gregorio Marañón, médico, pensador y amigo del padre, que acudía con su pillogui. Marañón decía que "aquella casa parecía un cabaré de manteles franceses, delantales blancos y champán descorchado con cualquier excusa". Su presencia no solo aportaba prestigio, sino también una atmósfera de conversación ilustrada, de ideas que circulaban entre copas y sobremesas. Para la joven Carmiña, Marañón representaba una ventana a otro mundo: el de la cultura, la ciencia y la libertad de pensamiento.
Pero esa fiesta permanente convivía con un férreo control doméstico. Las criadas, Paula y su sobrina Marcelina, dos burgalesas con galones de sargento, imponían una rutina milimétrica. El reloj era ley, y el orden, dogma. En ese ambiente, la adolescente Carmiña empezó a fraguar su fuga interior. Se asomaba al balcón, escuchaba los pregones de la calle, soñaba con el Kunigán, un local prohibido que solo conocía por la radio y empezaba a imaginar mundos donde el desorden no era amenaza, sino posibilidad.
Ese conflicto entre el orden impuesto y la imaginación liberadora se convirtió en materia literaria. En El cuarto de atrás, Martín Gaite retrata con precisión ese universo doméstico, y Paula y Marcelina aparecen como personajes. La casa de la calle Mayor no solo fue escenario, sino semilla: allí nació la escritora que entendió que la contradicción podía ser fértil, que el desorden podía ser poético, que la rebeldía podía escribirse.




