Manuel Jabois: "Vivir en Pontevedra es una responsabilidad y un privilegio que se disfruta"

Pontevedra

Yo soy de Sanxenxo, e hice allí la guardería. Me vine a estudiar la EGB aquí, no conocía a nadie. En mi clase sí se conocían muchos, se subían a las sillas, celebraban. Yo no conocía a nadie y en el recreo no sabía qué hacer, así que me senté en una piedra con las piernitas colgando. Entonces vi correr a un niño que se paró a mi lado, me preguntó si corría con él alrededor del colegio, y empezamos a correr los dos en silencio y llevamos 40 años corriendo juntos. Eso es Pontevedra y te lo enseñan en el primer recreo. Es una ciudad de acogida, y tiene mucho mérito porque no es una ciudad grande como lo suelen ser las ciudades de acogida; es una ciudad que hace todo lo que puede porque tú, que acabas de llegar, la sientas propia. Una ciudad sin coches, una ciudad con río, una ciudad que mira al pasado de frente como este fin de semana, regresando al Medievo (regresar es un verbo épico: no se regresa a casa salvo que seas Ulises, se regresa a un siglo, o a un planeta; en Pontevedra regresamos una vez al año a la Edad Media). No estuvo tan lejos. Hace muchos años mi padre y yo cruzamos esta zona antigua en la que estamos, estas calles de piedra. Años 80. Todo esto era oscuridad, navajas, heroína y un territorio que no pisar. Hemos hecho florecer las piedras, hemos desempolvado al Valle Inclán de Pontevedra, que es la ciudad que le dio sentido; al loro Ravachol que insultaba a Emilia Pardo Bazán, a Alexandre Bóveda que murió aquí fusilado mientras su familia escuchaba los disparos en mitad de la noche, y a Castelao que dijo “Eu vivín longos anos de ledicia en Pontevedra, aferrado a fermosura dos seus arredores, coma quen non pode desprenderse dos brazos mornos dunha noiva. Eu débolle a Pontevedra o mellor da miña vida e agora padezo saudades da súa paisaxe, tristuras de non vela i espranzas de retornar a ela”. Retornar también puede ser un verbo épico. Los que vivimos o hemos vivido o viviremos en Pontevedra sabemos que si hubiésemos sido de otro sitio, nuestras vidas hubieran sido distintas: mejores o peores. También sabemos que estar aquí, y no estoy siendo racional sino emotivo, por tanto no soy yo mismo pero no quiero serlo, es lo que sale; también sabemos que vivir aquí, en estas calles y en esta gente, es una responsabilidad. La de dar de beber a quien pasa, la de quien tiene un enorme privilegio y lo sabe y lo disfruta.