Suena una música y a Iñaki Gabilondo se le disparan los recuerdos sobre su padre: "Soy mucho más viejo que él cuando murió"

A veces basta una nota, un acorde, una melodía conocida para que el pasado se imponga con fuerza. Iñaki Gabilondo lo vivió así en El Faro, cuando una pieza musical lo llevó de vuelta a su infancia y a la figura de su padre. "Soy mucho más viejo que él cuando murió", dijo, conmovido, al recordar aquellos domingos en los que compartían conciertos en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián.

Su padre, carnicero de profesión y melómano apasionado, tenía un abono para los recitales matinales de la Orquesta Santa Cecilia. Desde los cinco años, Iñaki lo acompañaba. Pero lo más especial venía después: los lunes por la mañana, desde la carnicería, su padre lo llamaba por teléfono para tararear juntos los pasajes que más les habían emocionado. "Yo tenía muy buen oído", recordó. Aquellos momentos, aparentemente cotidianos, sembraron en él una sensibilidad musical que lo acompaña hasta hoy.

"La música me ha acompañado toda la vida", confesó. "Todos los días escucho música. Es como una necesidad, como si fuera parte de mi respiración". Pero lo que más le fascina no es solo la escucha, sino el misterio de cómo una obra que ha oído mil veces puede, de pronto, no decirle nada… o emocionarlo hasta lo más hondo. "Voy a escuchar Schubert y termino oyendo otra cosa que no tenía ninguna intención de oír. Porque ese día, la música me ha arrastrado a ese sitio".

Para Gabilondo, el arte no es solo lo que se crea, sino lo que ocurre cuando alguien lo recibe. "El mensaje nace en el destino", dijo. "Si no se produce ese chispazo, no hay milagro. Y ese milagro solo ocurre si salta en el receptor. Hoy estás así, mañana estás de otra manera. La misma pieza puede pasar como si nada… o clavarse en el corazón".

La conversación terminó con una imagen poderosa: la de Johann Sebastian Bach componiendo una cantata en casa, rodeado de sus veinte hijos, mientras su esposa pedía silencio. “Me imagino a Bach trabajando, con los críos dando una murga increíble, y la madre diciendo: ‘no molestéis a papá, que está trabajando’. Y ahora, en este mundo que no tiene nada que ver con aquel, de pronto un buen día te coge, te pellizca y te atrapa por el cuello. Es un milagro tan extraordinario”.

Gabilondo no hablaba solo de música. Hablaba de memoria, de emoción, de cómo el arte puede ser un puente entre tiempos, generaciones y vidas.