La normalidad
Poco a poco nos formaremos la convicción de que la vida sería mejor si no existieran tales personas o tales otras. Y ya está. Ya tenemos una nueva normalidad. La trepidante anormalidad del miedo.
Barcelona
No sé dónde está usted, ni qué está haciendo, ni a qué hora escucha esto. Por suerte, tampoco sé lo que piensa. Pero le imagino entretenido en alguna actividad normal, sea la que sea. Ojo, la normalidad puede ser casi cualquier cosa: desde cortarse las uñas con el cuchillo del pan hasta empeñarse en que el gato aprenda solfeo.
Mire a su alrededor. Si no ve a nadie, imagine lo que hace otra gente por ahí. Andarán con sus cosas normales: yendo a la compra, embobándose con el móvil, discutiendo con alguien, riéndose de algo, quizá en una actividad sexual o sufriendo alguna enfermedad.
Es un asunto curioso, este de la normalidad. Cuesta lo suyo disfrutar de una normalidad como la nuestra. Damos por supuesto lo que tenemos, o lo que no tenemos: normalmente no tenemos miedo a cruzarnos con alguien por la calle, ni a hablar en voz alta, ni a que el vecino del cuarto nos pegue un tiro, ni a que un misil derribe nuestro edificio, ni a que una denuncia anónima nos lleve hasta un paredón.
Con mucha paciencia, muchas renuncias y a veces con desgana hemos ido construyendo, durante décadas, un sistema de convivencia. Esto de convivir es frustrante y tedioso, qué les voy a contar. Tampoco hace falta que les diga que el odio siempre ha estado ahí, y el terrorismo se ha encargado puntualmente de recordárnoslo.
Cuesta mucho montar un sistema de convivencia, una normalidad en que el miedo o la violencia se consideran extrañas. Y cuesta poco desmontarlo. Es sencillo. Al principio, a uno le basta con creer que tiene toda la razón, toda entera, y por tanto está del lado de la verdad y la justicia. Luego conviene ponerse a odiar muy intensamente, por razones reales o inventadas, y a sentirse amenazado. Poco a poco nos formaremos la convicción de que la vida sería mejor si no existieran tales personas o tales otras. Y ya está. Ya tenemos una nueva normalidad. La trepidante anormalidad del miedo.
A mí no me apetece vivir en una anormalidad nueva. No sé cómo lo ve usted.
Me llamo Enric González. Les deseo un día normal y un mañana más normal todavía.
