La vuelta, un gran espejo

Madrid

Adiós a la Vuelta, y seguramente a otros grandes eventos en que participen representantes de un país acusado por genocidio en los tribunales. La competición ciclista de este año, truncada ayer en su final, se ha convertido en un espejo de muchas cosas.

Desde luego muchos ciudadanos experimentamos que es más fácil sentir que hacer: nos es más sencillo aplaudir la protesta que a los responsables deportivos y políticos encauzarla.

Seguramente la precipitación llevó a engaño al presidente del Gobierno: aplaudir una protesta en favor de una causa justa está bien. Muy bien. Pero cuando algunos de los que participan en ella ya se ha visto que usan métodos violentos, hay que advertir en contra de esas prácticas desde el primer momento. Todos sabemos, incluso sus mayores detractores, que Pedro Sánchez nunca ha alentado la violencia. Al contrario. Pero también que los hay dispuestos a denunciarlo incluso por haber matado… al Cid Campeador.

Seguramente el exceso de ventajismo ha degradado en este caso la ya declinante coherencia del Partido Popular de Feijóo, que se va arriesgando a acabar como sucursal de Vox. El alcalde Almeida (seguido por Díaz Ayuso y por el propio Feijóo) nos ha recordado que él mismo existe, al criticar a los manifestantes y al Gobierno. No existió cuando hordas fascistas asediaban durante meses la sede socialista de su ciudad. No existió para parar los pies a la expresidenta regional Esperanza Aguirre alentando físicamente a los atacantes. No ha existido durante casi dos años para denunciar los crímenes de guerra de Israel. Por eso su crítica de ahora carece de coherencia y de valor ninguno. Denunciar unos desórdenes que no han tenido consecuencias graves tras su insistente olvido de 60.000 asesinatos de ciudadanos palestinos, entre ellos de 20.000 niños, no es la mejor de las ideas.