Marta Sanz: "No podemos expresar con nuestras palabras el dolor del pueblo palestino, pero sí dar testimonio de nuestra vergüenza y nuestra culpa"
La escritora nos presenta 'Amarilla', un poemario que recoge los dolores más íntimos y los colectivos. Del paso del tiempo, la vejez o la enfermedad, al genocidio del pueblo palestino, la precariedad y no poder pagar la factura de la luz. Una invitación a la conversación sincera, a compartir nuestros miedos en el imperio de la juventud y la felicidad

Marta Sanz: "No podemos expresar con nuestras palabras el dolor del pueblo palestino, pero sí dar testimonio de nuestra vergüenza y nuestra culpa"
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Amarilla (La Bella Varsovia) es el nuevo poemario de Marta Sanz (Madrid, 1967), porque "todos los poemas me salen amarillos", escribe en el último de ellos. "El amarillo, para mí y a lo largo de la historia de la literatura española, es la síntesis de la explosión luminosa, de la alegría, de lo silvestre, de las campanillas del campo y hasta hasta del brillo de las monedas. Y, al mismo tiempo, la sospecha de las enfermedades y el atisbo de la muerte", explica la escritora, cuya melancolía es amarillo chillón, dice.

Cubierta de 'Amarilla', de Marta Sanz / La Bella Varsovia

Cubierta de 'Amarilla', de Marta Sanz / La Bella Varsovia
Esto es poesía. Consolación de la muerte. Morirse es naturaleza, no pasa nada. Adiós. Otra cosa es el dolor que sentimos mientras tanto. Pienso que las palabras no abolen la muerte, pero sí su constancia de gota serena, su miedo, su neurosis.
¿Qué es poesía para ti? ¿Cómo nos ayuda la poesía a anticipar o superar un duelo?
La poesía tiene una doble textura, tiene la capacidad de poderte encerrar dentro del lenguaje, del poema, del texto, como si los textos fueran los fractales perfectos que hacen los copos de nieve. A veces es un alivio y es una consolación, cuando vienen muy mal dadas a nivel personal o a nivel colectivo. Porque creo que, al final, lo uno de lo otro no se pueden separar, pero, al mismo tiempo, tiene esa peculiaridad de poder nombrar lo que no queremos ver. A través de la expresión de un dolor personal, tú terminas empatizando y conectando con los están fuera y tienes esa capacidad de conmocionar. Cuando yo hablo de mis experiencias personales y digo esto de que lo personal es político, al final lo que menos importa en un poema es mi estado de salud o mi estado de conciencia. Lo que importa en un poema es cómo tú encuentras las palabras exactas para que eso llegue al otro y para que trascienda lo importante. Lo importante de la poesía es cómo es el lenguaje y cómo el lenguaje se mete en el cuerpo de los demás y, al final, el movimiento es político. Yo creo que, en los tiempos en los que vivimos, la poesía es política, porque es poética y nos coloca en una posición crítica respecto a respecto a la realidad.
"Nadie sabe de la imponente cantidad de dolor necesaria para escribir poesía". Es una reflexión que recogía en su novela Sergio Bang y que también compartíamos con Alana Portero cuando nos presentó su poemario. ¿Nacen del dolor tus versos?
Mis versos nacen del dolor, pero yo intento, utilizando un nervioso sentido del humor, que no se enquiste el dolor y que el dolor no se convierta en una emoción, en un sentimiento paralizante. El dolor tiene que servir para señalar las grietas de la realidad, aunque todo esté fatal, tengo que poner mi confianza en la palabra, en mi capacidad para usar las palabras, mi aliento, mi alegría, mi convicción de que la escritura es un acto de júbilo, que lo que me hace es empatizar con los demás y establecer un diálogo y una conversación con los demás, aunque esa conversación no sea siempre complaciente ni dulce. Porque, a veces, confundimos la palabra empatía y comunicación con estar de acuerdo. Y no es eso, es algo más complicado.
"De repente te das cuenta de que, si todo va bien, vas a ser vieja durante cuarenta años. Cuando sea vieja, salvadme de los rigores de la temperatura".
¿Qué significa hacerse vieja para Marta Sanz y cómo nos ayuda la poesía a aceptar el paso del tiempo, la vejez, los cambios en el cuerpo y determinados dolores y temores?
Bueno, es inevitable y deseable, porque, si no te haces vieja, es mucho peor. Me gusta mucho que hayas aludido a este poema, porque creo que en los poemas, a veces, cuando hablamos del lenguaje poético y yo misma peco de esto, a menudo hablamos de la trascendencia, las palabras, los significados ocultos, los misterios, todas estas cosas. Pero hay veces que los poemas nombran exactamente lo que están nombrando. Cuando yo en ese poema digo que cuando sea vieja libradme de los rigores de la temperatura, tenedme la rebequita siempre bien abrochada, estoy hablando del abandono y de la soledad, pero, sobre todo, estoy hablando del frío, el frío puntual que las personas mayores y delgadas sienten cuando no se les arropa lo suficiente. Y cuando estás hablando de ese frío, cuando estás hablando de esa temperatura, al final terminas hablando de las facturas de la luz. Estás hablando de todas esas cosas que son tan, tan importantes y que a veces parece que no tienen espacio en la poesía, pero sí que lo tienen. Y respecto a la vejez, yo no quiero dar una visión del proceso de envejecimiento que sea romántica ni mitificada, porque no creo que sea así. Quiero señalar que cada época de la vida tiene su particular belleza. Y esto lo digo respecto al cuerpo, respecto a ese imperio de los cuerpos jóvenes, que todos tenemos que estar como permanentemente momificados en un gesto de juventud. Hay gestos corporales de la vejez, texturas de la piel, maneras de mirar, arrugas que pueden ser profundamente hermosos. Tampoco quiero caer en mistificaciones, en la vejez somos más frágiles desde el punto de vista corporal y de nuestras necesidades. Y lo que no podemos tolerar, como sociedad, es que esa fragilidad se convierta en una vulnerabilidad sistémica. A mí lo que me da mucho miedo, efectivamente, no es la muerte. Lo que me da mucho miedo es esa especie de crueldad hacia las personas de la tercera edad. Esa desatención que hemos visto cuando la pandemia. Los protocolos de la muerte, ese arrinconamiento, ese no querer ver. Eso me parece completamente indigno y creo que dice lo que somos como sociedad.
Haces muchas referencias al cuerpo en los poemas. De hecho, tienes un volumen titulado Corpórea. Eres hija de tu padre, ¿como ha marcado la enfermedad tu escritura?
La enfermedad, probablemente por esa conciencia del cuerpo, ha marcado mi escritura desde el principio, desde los primeros libros y también la mirada sobre la vejez. El problema de la vejez y de la enfermedad me lleva rumiando toda la vida, cuando publiqué Susana y los viejos, ya estaba en ese lugar. Y luego es cierto que, con la enfermedad de mi padre, me di cuenta de mi propia vulnerabilidad y me di cuenta de que puede llegar un momento en la vida en el que dejas de ser la hija única, la hija perpetua, para tenerse que convertir en alguien que asume responsabilidades, que tiene que tirar del carro. Y a lo mejor, cuando tú tienes que asumir responsabilidades y tirar del carro, es cuando tú misma te sientes más frágil desde el punto de vista físico. Creo que esta es una experiencia compartida por muchísima gente, que a veces no queremos alumbrar literariamente, porque parece que todo tiene que ser el vigor, el empoderamiento, el echar pa'lante y todo eso que está muy bien. Pero ojo, hay gente que se siente vulnerable y a lo mejor podemos hacer de esa vulnerabilidad un incluso un instrumento para transformar las cosas. A mí esto me preocupa mucho.
Marta Sanz con su poemario 'Amarilla' en la terraza de la Cadena SER en Madrid / Raquel García
Marta Sanz con su poemario 'Amarilla' en la terraza de la Cadena SER en Madrid / Raquel García
Hablas de la acrimonia, que puede ser la agresividad contra niños palestinos, pero también es una agudeza del dolor. "No existen ni el dolor pequeño ni el dolor grande. Existe el dolor". Tu poesía, como decías, va de lo más íntimo a lo más colectivo. Es una poesía social, política, comprometida, combativa. Hablas de ancianas, niñas, hombres y mujeres asesinados en Gaza. También de la ultraderecha, del gobierno de Estados Unidos, del rechazo a lo woke o de los desahucios y suicidios. ¿Así entiendes la poesía, tiene que resignificar el mundo?
Para mí sí, para mí es muy difícil separar el dentro del fuera. Hay una obsesión en mi literatura, en mi escritura, y es dejar testimonio de las cosas que pasan a través de las experiencias personales y pequeñas, pero también poner de manifiesto cómo la acumulación de violencias, la acumulación de dolores, lo que pasa todos los días, termina haciéndonos inmunes a todo eso. Hay un poema dentro de Amarilla en el que se habla de eso que hemos vivido todas y todos en algún momento de nuestra vida. En verano, escuchar un pajarito de estos que se caen, haciendo pip. Sentir que se te encoge el corazón y vas a buscar al pajarito y no encuentras. Y al poco oyes otro pip, pip y luego otro pip, otro pip. Al final tienes que tapar tus orejas, atenuar tu hipersensibilidad, porque estarías oyendo pi pi pi todo el rato. En ese gesto hay una gran crueldad, una gran desatención. Pero también es un mecanismo de autodefensa. A mí me gusta hablar desde esas contradicciones, que son morales y que son políticas y que pueden relacionarse con los pajaritos que se caen de los nidos y que también se relaciona con los niños y con las niñas de Palestina y con toda nuestra impasibilidad o nuestra indiferencia. Creo que en poemarios como este y en otros textos, no se trata tanto de usurpar la voz del que sufre, porque nunca jamás en la vida vamos a poder expresar con nuestras palabras el dolor que ha experimentado el pueblo palestino. Pero lo que sí que vamos a poder expresar y va a quedar testimonio, es de nuestra vergüenza y de nuestra culpa.
¿Por qué leemos poca poesía, si parece un género muy TikTok? ¿Es más difícil escribir poesía que novela? ¿Cae mal Marta Sanz? Toda la entrevista dándole al play o en tu plataforma de audio favorita.




