Los Moriarti enamoran con 'Maspalomas', un emotivo y reivindicativo retrato de un anciano gay
Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi firman un conmovedor y hondo estudio del miedo que muestra cómo la comunidad LGTBIQ sigue siendo marginada en la vejez

Fotograma de 'Maspalomas' / BTEAM PICTURES

San Sebastián
La mayoría de historias sobre la comunidad LGTBIQ tienen que ver con el descubrimiento sexual, con abrirse a uno mismo, aceptar la identidad y abrirse a su familia y amigos. Ese ha sido el relato más habitual en el cine queer. Pero qué pasa con aquellos que han dado el paso y tienen que volver hacia atrás. "Cuando escuché esta realidad de la gente del colectivo, que cuando va a las residencias, vuelve al armario, se me hizo muy duro, entre otras cosas, porque a mí personalmente también me costó mucho salir del armario. Después de lo que cuesta, tienes que renunciar a eso que tanto te ha costado conquistar", nos dice Jose Mari Goenaga guionista y director, junto a Aitor Arregi de 'Maspalomas', película que nos acerca a otro lugar de la lucha queer y que compite por la Concha de Oro en San Sebastían.
Goenaga leyó en la prensa que muchos hombres gays volvían a ocultar su sexualidad en la vejez, cuando entraban en una residencia o necesitaban un cuidador. Algo terrible, sobre todo para aquellos de una generación donde no se podía vivir en libertad. "Acababa de estar en Maspalomas y me pareció que esa realidad tenía un contraste con esta historia del hombre que vuelve al armario". De hecho comienza en esa zona de playa, donde todo es libertad, deseo, pero la película nos lleva a un Donosti gris, donde se desarrolla la gran parte de este drama íntimo, duro y luminoso, que habla del miedo a no ser aceptado, no en la adolescencia, sino en un hombre de más de setenta años. "Es una generación que vivió la la ley de vagos y maleantes, han vivido la homosexualidad incluso como una enfermedad mental, como una perversión. Lo tuvieron mucho más difícil para salir. Lo que pasa es que hoy en día también hay gente a la que le cuesta salir".
Un impresionante José Ramón Soroiz interpreta a Vicente. Se ha mudado a Maspalomas, playa gay por excelencia a la que fue tras separarse de su mujer. Está disfrutando, del sol, del sexo, de la amistad y de la vida, pero un accidente cardiovascular lo trunca todo. Su hija, personaje que interpreta Nagore Aramburu, con la que no tiene buena relación desde que se divorció y salió del armario, lo ingresa en una residencia. Una vez allí, de nuevo en San Sebastián, vuelve a ocultar su sexualidad.
La cámara sigue la vida de este hombre recuperándose y adaptándose a vivir en esa residencia, con un compañero de habitación que hace comentarios homófobos y machistas, de Vox, con el que acaba generando una amistad. "Utilizamos elementos que se dan en las propias residencias, pero no queríamos hacer un análisis pormenorizado de lo que pasa allí, porque al final ellos también yo creo que son víctimas de un sistema y de unos recursos muy limitados".
Son muchos los temas que aborda el filme, que habla del sexo en la tercera edad, un tabú del que nadie quiere hablar ni defender, de las relaciones familiares y de las propias dinámicas de las residencias, sobre todo cuando llega el COVID, pandemia que evidencia la falta de cuidados a los ancianos. "Es, una vez más, otra especie de enclaustramiento. Meterse otra vez en el armario, esta vez de manera forzada", apunta Arregi sobre un guion que se escribió en pleno COVID y fue algo que surgió de manera casi natural, que propia un cierto crescendo. "Al final, esta película habla del armario de Vicente, pero también está insinuando que hay otros armarios, el de la propia hija que no ha compartido con su padre ciertas cosas, es un ejemplo", añade Goenaga.
El retrato de la residencia evita la oscuridad o la culpabilización, habla más de un sistema. Los directores, creadores junto a Jon Garaño de obras como 'Marco' o 'Handia', vuelven aquí a un universo más íntimo y vasco, que nos sorprendió con Loreak, y que inauguraron con 80 días, el reverso de esta historia, donde dos mujeres lesbianas se reencontraban a la vez, aunque en realidad tenga más de La Trinchera infinita, la historia de un topo de la guerra civil, pues aquí también el protagonista se encierra y no se atreve a salir. "En nuestra filmografía hablamos mucho de la identidad, del miedo, de gente que se oculta o se mete en el armario. Vicente, el protagonista principal, yo creo que tiene un gran parecido con Higinio, el de La trinchera infinita. En el caso de Higinio, se oculta físicamente en un zulo. Vicente es como un ejemplo claro de ese ocultarse metiéndose en el armario ocultando su identidad", reflexiona Arregi. Lo cierto es que en todas sus películas, los directores han conseguido emocionar desde la contención, abordado el problema de la incomunicación y del miedo desde distintos ángulos. El miedo a ser uno mismo, a mostrar la sexualidad y a decir que a los setenta también se tienen ganas y derecho a disfrutar del sexo. "Vivimos en una sociedad que niega el deseo sexual en las personas de cierta edad. No existe. Me da la sensación de que es como en los países que niegan la existencia de la homosexualidad". Por eso, la película mantiene la pulsión sexual del protagonista y rueda unas cuidadas, realistas y potentes escenas de sexo.
Maspalomas es un retrato de lo que viven muchos pero es también un aviso a navegantes. Los derechos conquistados se pueden perder de un plumazo. "La película habla también de lo estamos viviendo hoy en día, de esos retrocesos en las conquistas sociales y son retrocesos que se dan, obviamente, porque hay fuerzas que así así lo marcan. Pero ahí también depende de nosotros, que lo defendamos. Si dejamos de defenderlo, vamos a perder esos derechos. La película también tiene abre un diálogo con lo que está ocurriendo en el presente", apunta Goenaga. Pero también cómo el sistema nos uniformiza, nos borra la identidad y hace que reivindicarla sea difícil y perezoso. "Queríamos utilizar la residencia como metáfora de nuestra sociedad, una sociedad que homogeniza. Una sociedad que supuestamente es más libre, pero luego nos damos cuenta de que hay fallos, como cuando le dicen al personaje que mejor no lo cuente que lo va a pasar mal. Hay una violencia invisible, soterrada, sibilina. Más cabrona, diría yo", concluye Arregi.




