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Dolores Vargas, la reina de la rumba catalana

La Terremoto, icono del flamenco pop: la historia de una artista inimitable con una energía salvaje

El viaje de ida | Dolores Vargas 'La terremoto', la reina del baile y de la rumba

"Cuando subía a un escenario era un estruendo. En aquel tiempo, una mujer arriba era complicado, y más siendo gitana. Rompió moldes, no solo en el flamenco y en la rumba, también en la cultura gitana", resume el músico Sicus Carbonell.

Dolores Vargas 'la Terremoto' nació en el barrio barcelonés de Hostafrancs y, como recuerdan quienes la conocieron, lo parió todo: el arte, la fuerza, la chispa y hasta un himno que aún hoy hace mover caderas, el Achilipú. Hereda la estela de Carmen Amaya, convierte la rumba en fenómeno de masas y durante dos décadas brilla como pocas. Y, sin embargo, su recuerdo se ha ido encogiendo hasta quedar, injustamente, reducido a una canción.

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La cuna de la Plaza de Santa Ana

Muy niña se trasladó con su familia, Los Vargas, a Madrid, a la Plaza de Santa Ana. Ese lugar era un cuadrilátero artístico, como evoca el periodista José Manuel Gamboa: "En un banco estaba la familia del Príncipe Gitano, en el otro la de Manolo Caracol. Se iban echando en cara sus triunfos en el extranjero". Entre esas batallas creció Dolores, que debutó a los 11 años en el Teatro Lope de Vega.

El responsable fue su hermano Enrique, El Príncipe Gitano, que la presentó al público con una advertencia que hoy suena brutal: "Queridísimo público, no quiero que la aplaudan porque sea mi hermana. Si vale, que sea de verdad; y si no, pues a casa, a fregar y a casarse", recordaba la propia Dolores. Aunque era la pequeña y salió la última, "pasó a todos por delante", apunta Carbonell.

De la Pimienta a la Terremoto

Al principio no cantaba: bailaba. Y lo hacía con tanta fiereza que Carmen Amaya la señaló como su sucesora. "Carmen Amaya, cuando la vio bailar, le puso la pimienta. Y no es elogio menor: dijo que después de ella vendría Dolores Vargas", explica Paco Hidalgo, crítico flamenco. Su hija, Dolores Castellón, conserva aquella anécdota con humor: "Carmen Amaya le dijo: tú eres una bestia".

Nueva York, Sabicas y el estrellato

El amor apareció pronto: a los quince años se enamoró de su primo Pepe Castellón, guitarrista y compañero artístico de por vida. La familia se opuso, pero con dispensa papal se casaron y se marcharon juntos. Su fuga, sin embargo, fue a trabajar.

Dolores misma lo recordaba: "Nos casamos, no teníamos ni un duro y tuve la suerte de tener un grandioso éxito. Surgió lo de ir a Nueva York a la televisión de Ed Sullivan, solo tres minutos para bailar. Yo decía: 'Pero bueno, estos payos están locos'".

Allí, su primo Sabicas la acogió y grabó con ella discos que se vendieron por miles. "Hicieron un disco tremendo, Furioso, que arrasó de costa a costa en Estados Unidos", señala Gamboa. Dolores regresó a España con fama internacional y con las paces hechas con su familia.

La sombra de Lola Flores

El parecido físico con Lola Flores le trajo comparaciones constantes, a veces incómodas. En Estados Unidos llegaron incluso a atribuirle un disco de la Terremoto a la Faraona. Ella siempre lo desmentía con ironía: "¿Que si he mamao del arte de Lola? Yo he mamao de la teta de mi madre. Compararnos es absurdo, somos de la noche al día".

Achilipú, la canción que lo cambió todo

La verdadera explosión llegó en 1970. Según Carbonell, el tema nació casi por azar: "Salió de una juerga en Hostafrancs. Ella lo cogió, lo grabó y fue un icono de nuestra música".

Achilipú la convirtió en estrella del flamenco pop, un estilo que sedujo a la juventud y marcó una época. "La interpretación del flamenco más tradicional fue evolucionando hacia lo que se llamó flamenco pop", explica Hidalgo. Dolores misma lo contaba así: "A la juventud le maravilló. Los disc-jockeys y las radios me pedían este tipo de canciones".

La artista desbordaba energía. En televisión, donde todo era en directo, no escatimaba fuerzas: brazos como molinos de viento, una voz que lo incendiaba todo, y esa mezcla de fuerza y modernidad.

El cuerpo dijo basta

Pero el terremoto empezó a resentirse. Su baile salvaje castigó su espalda. "Antes, salías al escenario sin calentar, a pelo. Era salvaje, y claro, eso te acarrea problemas. Y a ella le acarreo unos cuantos", recuerda Carbonell.

El golpe definitivo fue la muerte de Pepe Castellón en 1987. Dolores tenía solo 50 años, pero como dice su hija, "cuando mi padre falleció, se acabó la artista". Dolores se fue a Valencia con su hija y es alli donde vivió el resto de su vida. Michel Montaner, exalcalde de Xirivella y hoy diputado valenciano, explica que la Terremoto hacía vida normal, y la recuerda como alguien "entrañable, muy cercana, muy cariñosa y muy querida por todo su barrio y toda Xirivella".

Sin Pepe y con los dolores que acarreaba por sus bailes, vivió lejos de los escenarios el resto de su vida. "Rechazó ofertas millonarias —hasta 40 millones de pesetas por una gira americana— y decidió no volver a pisar un escenario", apunta su hija. "Cantaba para Dios, cantaba para el culto. Se hizo evangélica y no cantaba para nada más", cuenta su hija.

Un legado imposible de imitar

A pesar de su grandeza, los homenajes son escasos. Nadie se ha atrevido a imitarla. El flamencólogo Carlos Martín lo explica: "Estos artistas tan marcados desarrollan un arte que comienza y termina con ellos. Más que interpretar, volcaban su arte en cada creación. Es difícil que creen escuela".

La única excepción fue Lady Gipsy, que le dedicó un tributo producido por su sobrino. Pero incluso su productor, Jack Chakataga, lo admite: "Lo difícil fue escoger los temas, porque todos eran bombas. Solo intentamos captar la esencia, porque replicarla era imposible".

La reina sin corona

Si entre los hombres rumberos se discute quién fue el rey —Peret, El Pescaílla o Bambino—, para Sicus Carbonell no hay debate entre las mujeres: “Si hubiera una reina de la rumba, sería Dolores Vargas, sin dudarlo”.

Una mujer que nació bestia, creció como "Pimienta", reinó como "Terremoto" y eligió apagarse en silencio. Su vida fue un viaje de ida, sin retorno, pero con estruendo suficiente para seguir marcado en la memoria.