José Luis Guerín vuelve con la monumental 'Historias del buen valle', un homenaje a la España periférica
El director regresa al certamen con un filme documental donde muestra con dignidad y belleza un lugar fronterizo, víctima de la gentrificación, en la periferia de Barcelona

Fotograma de 'Historias del buen valle' / WANDA FILMS

San Sebastián
La ficción no es lo opuesto a lo real, sino que es el camino que conduce a esa realidad. Esa frase de José Luis Guerín resume lo que ha sido y es su cine, un intento de captar lo real, a través de la poética de las imágenes, de la ficción sobre la realidad. Ahí se enmarca Historias del gran valle, su nueva película documental que compite por la Concha de Oro en San Sebastián y que merece todos los premios. Un filme narrativo más que documental, ya que es ficción, pero que parte de materiales reales sobre los que habla, lugares, personajes y situaciones ubicados en un lugar concreto, en este caso Vallbona.
El filme es un cruce de caminos entre dos de sus películas más celebradas, Innisfree y En Construcción. De la primera, revive el retrato de una comunidad pequeña, rodeada de naturaleza, en una zona de frontera, separada por la vía de tren, por la autovía, la montaña y el río, donde el peligro viene del exterior. Si en Inisfree, esos irlandeses de distintas generaciones hablaban olvidando que una cámara les filmaba y contaban sus historias, sus desilusiones, sus esperanzas y sus miedos, en Historias del gran valle es una comunidad más diversa, que representa la España de hoy. Por un lado, hijos y nietos de aquellos que en los setenta llegaron a Barcelona del campo, construyeron sus casas ellos mismo, a pesar de la ley franquista, y fueron reclamando derechos. Vallbona es el barrio que retrata Guerín. Pegado a Torre Baró, ese barrio que centraba la trama de El 47, película ganadora del Goya.
El paisaje y sus habitantes son, de nuevo, retratados con dignidad, con cariño, con belleza, con poesía -esa poética del esbozo que diría el profesor Manuel Brullón- y con ese realismo al que Guerín sabe llegar, sin renunciar a los códigos del cine. El western de nuevo está en el alma de su película, porque ésta es también una historia de frontera. Y la frontera marca el cine de José Luis Guerín. Los límites de ese pueblo donde John Ford rodó ¡Qué verde era mi valle!, o los límites del barrio Chino de Barcelona en plena transformación arquitectónica o social. Pero también la frontera del propio ser humano, esa que le hace contarse historias para ordenar aquello que conoce, pero también para imaginar todo lo que aún no sabe. La frontera y el tren, como elementos principales.
"Vallbona es una isla, como Innisfree, pero no deja de ser una isla por el aislamiento que vive entre las montañas, el río y todas las redes de comunicaciones ferroviarias y autopistas", nos dice Guerín. "Mientras rodaba alguna escena, como la de dos personas que buscaban sus recuerdos en las ruinas de una casita que construyeron ellos mismos, se cruzó en mi memoria la escena de los sobrinos de John Ford, evocando las ruinas de su coche", rememora el director.
La cámara desaparece para mostrarlos los diálogos y las conversaciones de los habitantes de ese lugar crepuscular. Hay familias gitanas, familias de emigrantes portugueses, mujeres ucranianas y rusas que hablan de cómo les afecta la guerra, familias marroquíes que sufren el racismo, señores que nacieron en el barrio, vivieron la guerra y la lucha antifascista y ahora pelean porque Adif no les destroce lo poco que les queda. Se habla de los tomates, de los huertos tradicionales y urbanos, del transporte, de la música, de los novios. Conversaciones que ocurren en el río, con unas cervezas, o en las casas familiares, en el colegio, donde se enseña a don Quijote y sus molinos. Los signos, las huellas de ese paisaje emergen de la cámara y el ojo del director, pero también de las palabras de sus protagonistas, en una labor de bricolaje intelectual.

José Luis Guerín, en un momento del rodaje de 'Historias del buen valle'

José Luis Guerín, en un momento del rodaje de 'Historias del buen valle'
Ahí es donde el filme conecta con En Construcción. Aquí no es un edificio que se demuele y se vuelve a construir, sino un puente y una vía para tren de mercancías lo que cambiara la fisonomía de un barrio que sufre los efectos de la gentrificación, pues muchos de los recién llegados son los expulsados de la capital, Barcelona, por la crisis del mercado inmobiliario que comenzó justo en los noventa, cuando En Construcción mostraba el principio del fin. "Mi interés en las periferias, no sólo en la de Barcelona, viene de lejos, porque en la medida en que la gentrificación ocupa todos los centros urbanos, que se convierten en parques temáticos, llenos de franquicias y que acaban con el tejido social vecinal, con lo que yo entendía como la vida cotidiana, eso me interesa. Luego están los precios de la vivienda que son prohibitivos, y eso nos lleva hacia la periferia. Es en los barrios periféricos donde siento que late, que fluye una vida que yo reconozco como vida cotidiana".
Producida por Los Ilusos, la productora de Jonás Trueba, Guerín ha vuelto a lo grande, poniendo en marcha ese mismo dispositivo de En Construcción, con la que ganó aquí el Gran Premio Jurado, donde no se puede hablar de puesta en escena, sino de puesta en situación, donde se crean una serie de circunstancias para que aparezca una situación revelaciones. "Todo ha ido surgiendo, nada estaba premeditado. Yo uno el deseo de hacer una película con el deseo de asistir a una revelación o un descubrimiento. Lo que me asiste es ese deseo de descubrir algo y compartirlo con vosotros, con los espectadores".
En ese descubrimiento hay también una denuncia política del mundo actual. "Yo quería celebrar esa diversidad que se produce con la nueva globalización, porque me despiertan un afecto extraordinario esas personas. Me parece preciosa la aportación que suponen todas estas personas y, al mismo tiempo, lo siento muy amenazado en los tiempos que corren. Estamos ante un resurgir truculento de los nacionalismos con una violencia atroz".
Rodando Inisfree se sorprendió Guerín que los irlandeses tenían un imaginario común de canciones que cantaban de manera emotiva en los bares. Eran canciones de sus ancestros, de la lucha contra los ingleses. En España no encontraba el director algo similar. Fue muy traumático. Al acabar cada jornada de rodaje, íbamos al pub y siempre ellos cantaban y lo pasábamos muy bien y era increíble el patrimonio que representaba esa gran cantidad de baladas que todos conocían de memoria. Y cuando ellos nos pidieron a nosotros, el equipo español, que cantáramos algo, nos miramos entre entre nosotros preguntándonos qué canción podríamos cantar. No sabíamos ninguna canción. Y eso me llevó a pensar en la pérdida de la cultura oral", responde Guerín que en Historias del buen valle sí ha encontrado esa herencia sonora, y el director se recrea en los momentos de ocio de la comunidad, donde la música, el flamenco, y el baile son momentos de comunión entre los habitantes.
"La morfología humana de Vallbona es muy diversa y hay canciones de distintos rincones del mundo, sobre todo de las personas que tienen un origen rural. Una cosa que constaté es ese tránsito que vive el mundo rural y el urbano. Casi todos los personajes que proceden de esa cultura campesina perdida, pero que no se han integrado en absoluto a la nueva ciudad en expansión que les acoge, están en ese terreno de nadie, en zona de desarraigo. Por eso, me gustó mucho encontrar gestos que les unen a esa cultura perdida". Como una familia india que planta sus hortalizas de La India en un pequeño huerto junto a las vías del tren. O está esa mujer gitana portuguesa que siempre está cantando. "Son como los últimos retazos de una cultura popular campesina que sigue sobreviviendo".
Una de las preocupaciones de Guerín fue siempre cómo proceder en el cine ante un espectador que ha consumido tantas imágenes. "Siempre son muy conscientes de que se les está filmando. Lo que cambia es cómo te relacionas con las personas que filmas. Ahí está la clave. Es una cuestión muy humana. Eso requiere tiempo, convivir, vivir con ellos y gestar esa relación, desactivando la función depredadora de al cámara".
Ese tiempo que requieren sus rodajes hace que tarde en estrenar películas. Diez años de la última. Por eso, dice Guerín que es alguien que también vive en la periferia del cine. "Es el espacio del que espero más cosas, no solo como cineasta, también como espectador. Lo que me resulta más estimulante se da en los espacios periféricos". Guerín no se queja. "No puedo evitar ser cineasta las 24 horas del día. Es decir, que hacer cine para mí es también una manera de relacionarse con el mundo, de estar pensando las cosas desde el cine, de ver una localización y estar valorando sus cualidades". De nuevo, el cine para llegar a la realidad, para entender el mundo en que vivimos y salir con esperanza a buscar uno mejor, como esta comunidad feliz que es Vallbona.




