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Tocó el cielo en 1983, quiso dejar el humor y la vida le dio un golpe: pasaron diez años hasta su siguiente éxito

Se convirtió en el actor fetiche de directores como Wes Anderson y Jim Jarmusch

Tocó el cielo en 1983, quiso dejar el humor y la vida le dio un golpe: pasaron diez años hasta su siguiente éxito

En 1983, Bill Murray era ya una figura reconocida en la comedia estadounidense, pero fue Los Cazafantasmas lo que lo catapultó al estrellato mundial. La película, con su mezcla de humor gamberro y efectos especiales, se convirtió en la comedia más taquillera de la década. Murray, con su sarcasmo seco y su expresión imperturbable, se convirtió en el rostro de una nueva forma de hacer reír.

Pero el éxito no le bastaba. Quiso demostrar que podía ser más que un cómico y se embarcó en El filo de la navaja, una adaptación de la novela de Somerset Maugham. Fue él mismo quien impulsó el proyecto, llegando a negociar con Columbia Pictures que financiaran la película a cambio de su participación en Ghostbusters. El resultado fue un drama espiritual que lo llevó desde los Himalayas hasta el alma de su personaje, Larry Darrell. Sin embargo, el público no estaba preparado para ver a Murray en un papel serio. La película fue un fracaso comercial y crítico, y su semblante impertérrito no ayudó a conectar con la audiencia.

Tras ese golpe, Murray se retiró parcialmente del cine. Las ofertas escaseaban y su carrera parecía estancada. Volvió a la comedia con títulos como Los fantasmas atacan al jefe y Cazafantasmas II, pero no lograba recuperar el brillo de sus primeros años.

Todo cambió en 1993 con Atrapado en el tiempo, dirigida por Harold Ramis, su antiguo compañero de Saturday Night Live y Ghostbusters. En ella interpretaba a Phil Connors, un meteorólogo atrapado en un bucle temporal durante el Día de la Marmota. La película fue un éxito rotundo y se convirtió en un clásico instantáneo. Murray volvió a conectar con el público, esta vez con una comedia que también tenía alma.

A partir de entonces, su carrera tomó un nuevo rumbo. Se convirtió en el actor fetiche de directores como Wes Anderson y Jim Jarmusch, y en 2003 alcanzó un nuevo pico con Lost in Translation, de Sofía Coppola. Su interpretación de una estrella de cine hastiada en Tokio le valió una nominación al Oscar y el respeto definitivo como actor dramático.

Bill Murray, ‘El hombre que pudo reinar’ y Enfermera Ratched