Inés Hernand, sobre Operación Triunfo: "Enganchan con tramas de amor y amistad, más allá de sus dotes interpretativas"

Madrid

Hoy es lunes, lunes de operación triunfo, y es probable que algunos de los oyentes que nos escuchan tengan ahora a sus hijas, sobrinos o vecinas viéndolo, o si no, les suena el formato aunque sea por Rosa López, Chenoa o Amaia entre otros muchísimos artistas salidos de aquella academia de música e interpretación artística. Una academia donde el título podía sonar pretencioso: Operación Triunfo, pues qué es el triunfo en la vida, ¿no?

Al final, una incógnita que a lo largo de los años cada uno de los protagonistas que pasaba por allí acababa resolviendo de forma distinta. Y resultaba también bastante ilustrativo de la generación de la que eran partícipes. Para algunos, el triunfo era salir de su ciudad y poder conocer gente con sus mismas inquietudes, para otros, ganar la guerra de la atención en una industria musical absolutamente canibalizada por la inmediatez y las superventas. Hasta entonces, un recorrido de tres meses les separa de todo lo que se está diciendo de ellos de una forma enajenada y aturullante: usuarios fans del formato nostálgico, atravesando esa etapa de que “un tiempo pasado fue mejor”; usuarios visibles, bien entrados en edad, haciendo una persecución denunciable y desproporcionada sobre los participantes por el mero hecho de que creen que tienen el control en ese raro voyeurismo. También, llamativa la manera en la que muchos de esos chavales de veinte años recién cumplidos han entrado a esa academia con la firme idea de estar en control de su comportamiento para gustar al espectador, al cual, saben que tienen enganchado con tramas de amor y amistad a través de la convivencia diaria, más allá de sus dotes interpretativas. Dotes interpretativas las cuales por cierto en origen eran más humildes, digámoslo así: un Bustamante que venía de la obra, un Bisbal que venía de la orquesta de su pueblo, hasta la actualidad, donde los participantes acumulan años de conservatorio de varios instrumentos, formación internacional e infinitas horas de clase de canto. Qué bien, cómo hemos cambiado, o no.

¿Es suficientemente representativo de la realidad el formato o es eso, un programa de televisión hecho para entretener más allá de tu ilusión? Sea como sea, acuérdense de cómo se presentaba en 1984 de George Orwell, al Gran Hermano frente a Winston, el cual se rebela para tener una relación clandestina y tras ser descubierto, es reeducado hasta amar al gran hermano perdiendo su pensamiento crítico. No sabemos quién es el Gran Hermano aquí, si ellos o nosotros, pero lo que no nos cabe duda es que el juicio reflexivo y la pausa pueden ayudarnos a que haya distancia entre nuestras expectativas y las expectativas del resto, y así evitar entrar en esa cárcel de la complacencia. Y ese, es el verdadero triunfo.

Íbamos a salir mejores pero… nacimos para gustar.