Inma Pelegrín: "La violencia nos ha salvado como especie, pero también la empatía y la compasión, no es necesaria la crueldad"
'Fosca' es la primera novela de la poeta lorquina, un thriller rural lleno de tensión y de violencia, que ha ganado el III Premio Lumen de Novela
Inma Pelegrín: "La violencia nos ha salvado como especie, pero también la empatía y la compasión, no es necesaria la crueldad"
De entre más de cuatrocientas historias, el jurado del III Premio Lumen de Novela ha escogido la de Gabriel, un zagal dotado de una sensibilidad especial, que debe aprender a defenderse en un entorno claustrofóbico y hostil. Gabi es el protagonista de Fosca, la primera novela de la poeta lorquina Inma Pelegrín. "El lenguaje es un personaje más en esta antinovela de iniciación con elementos de thriller rural y ecos que van desde de Ana María Matute a Jesús Carrasco. Una historia que se lee con los sentidos y el corazón", destacaba el jurado en su acta.
Fosca puede hacer referencia al pelo alborotado, a un bosque o selva enmarañada y también a la oscuridad de la atmósfera. En el norte, fosca es la niebla. En el sur, en Murcia, cuando hay fosca no se ve el Sol. "Sabes dónde está porque ves la claridad refulgir detrás de una sopa marrón, pero no se distingue. El cielo se pone pardo y las montañas, que normalmente se ven clarísimas, apenas se reconocen. Es la tierra del desierto que viene con el aire. Llega desde muy lejos porque el desierto está en ֱÁfrica. La arena nos cubre y se mete en todos lados. Hasta los pulmones, porque algo tenemos que respirar estos días". Así describe la autora el clima caluroso y árido en el que se desarrolla la historia, ambientada a las afueras de un pueblo que es su localidad natal, aunque no lo especifica, pero sí deja algunas pistas.
Tampoco sabemos con exactitud los años en los que estamos, aunque Pelegrín reconoce que son los recuerdos de su infancia, en la década de los sesenta del siglo pasado, cuando no había agua corriente en todas las casas y los chiquillos salían a mear a la calle en cuanto se levantaban. O cuando solo había una línea de teléfono fija en el estanco del pueblo, que tan bien ilustró David Sancho en su cómic Barbecho.
Cubierta de 'Fosca', de Inma Pelegrín / Lumen
Gabriel o Gabi, para diferenciarlo de su padre, que se llama igual, es el pequeño de cuatro hermanos. Miguel, Rafa y Serafín se llaman los otros tres, que se meten mucho con él porque consideran que es un mimao: boquerón, muñones, cebolleta, aceituna o apestado, le dicen. Gabi lleva vendas en sus manos, porque tiene verrugas, y sufre un trastorno neurológico heredado de su abuelo, prosopagnosia, la incapacidad de reconocer las caras. "No pido tanto, solo algo que los demás hacen fácilmente: ven una cara y saben quién es, sin esforzarse, así, sin más, sin poner ningún empeño. Lo saben porque lo saben. Pero yo no puedo", dice Gabi. Es la misma condición que sufre la escritora, que tiene la sensación de estar hablando con extraños casi siempre. "Aunque haya conocido a esa persona, si la veo en otro lugar y con otra ropa, no sé quién es. Es algo difícil de explicar y para mí era más fácil hacerlo en primera persona y por escrito", afirma.
Ante esta afección, Gabi ha desarrollado mucho otros sentidos. El del oído: "con las voces nunca me equivoco ni se me olvidan", o "cada cama suena de una forma", advierte. El sentido de la vista: "también me fijo en cómo se mueve la gente, cada cual se mueve a su manera". El del olfato menos, porque "en el campo olemos todos a lo mismo: una mezcla de cerdo y gallinaza con cebolla y leche agria". Fosca es una novela muy sensorial, como su poesía, pero esos sentidos se ven limitados por ese calor tórrido y esa arena en suspensión, la fosca, que añade tensión a una historia de por sí angustiosa.
Una noche, Gabi observa cómo uno de sus hermanos ata y quema viva a su perra Sombra, la que aparece en la cubierta del libro. Su única compañera y con la que seguirá conversando a lo largo de toda la novela. Gabi no es capaz de reconocer la cara del hermano que ha matado a la perra, intentará descubrirlo para vengarse de él. Esa es la trama, a través de la cual Pelegrín abre un montón de reflexiones que nos han resultado muy interesantes. La violencia es la que vertebra todas ellas. "Los niños criados en un contexto de violencia son más violentos y más crueles. En teoría, al menos. Y también el hombre. La violencia nos ha salvado como especie y nos sigue, de alguna manera, ayudando a enfrentarnos a situaciones muy complicadas. Lo que pasa es que también, como especie, nos han ayudado la empatía y la compasión. Entonces, quizás, aunque la violencia haya sido necesaria en nuestra evolución, lo que no es necesaria es la crueldad", dice Pelegrín.
A Gabi le gustan las cosas que sabe Marcela, la vecina más cercana, "cosas que no tienen por qué ser de mujeres", piensa, como curar con las manos o saber de hierbas. "Lo estáis haciendo un maricón, un inútil", dice el padre, que quiere hacer de él un hombre. La escritora reconoce que quería reflexionar sobre la masculinidad, sobre esos roles masculinos y femeninos tan definidos en aquellos tiempos a los que ahora, algunos, quieren retrotraernos. "Hombres y mujeres no podían salirse del patrón que se esperaba de ellos. Aunque la sociedad ha avanzado, no lo suficiente, nos queda camino por recorrer y sí, me preocupa y me da miedo que haya actitudes que quieran volver atrás".
Inma Pelegrín presenta 'Fosca', III Premio Lumen de Novela / Daniel de la Fuente
Padre y Madre están escritos siempre en mayúscula, porque las relaciones familiares son otro de los temas que recoge en la novela. Desde ese respeto a los progenitores, a los que se les trataba de usted, a lo que se esperaba de las hijas, que cuidaran de ellos de mayores. Una brecha de género, la de los cuidados, que seguimos arrastrando medio siglo después. Ellas siguen renunciando a sus vidas para cuidar a pequeños, ancianos o enfermos.
Fosca es una historia de iniciación, del paso de la infancia a la adolescencia o edad adulta. El descubrimiento del deseo sexual o el hacerse preguntas, como cuestionar la existencia o justicia de Dios. La religión estaba muy presente en aquellos años, "todas las mañanas empezábamos recitando un "Padre Nuestro" en el colegio", recuerda la escritora. La muerte de un ser querido también puede precipitar ese salto emocional, aunque los niños en este tiempo estaban más familiarizados con la muerte. Asistían a la matanza del cerdo, un espectáculo absolutamente violento, como recordarán quienes se criaron en el rural en aquellos años. Se mataba un conejo o una gallina en la cocina para cocinarla a continuación. Y se asistía a velatorios en casa de los vecinos, con el cuerpo presente, hasta el amanecer. De todos estos recuerdos hemos conversado con Inma Pelegrín.
Entre tanta violencia, muerte y crueldad, hay también espacio para la ternura, destacaba el jurado del Premio Lumen. La encontramos en esa relación que entabla Gabi con su perra. "Yo tengo perros y es una relación muy especial la que se da entre el animal y la persona. Llevan tantísimos años acompañándonos, desde que evolucionaron del lobo, y somos como su líder, su referencia. Ese amor que nos tienen creo que es recíproco, pero el que nosotros les tenemos no es tan intenso como el que nos tienen a nosotros. Se establece una comunicación muy bonita. Creo que te pierdes una parte importante de la vida si no tienes un perro, un gato, un pájaro o un pez, aunque reconozco que con el pez es más difícil comunicarte".
Disfrutamos mucho con Vladimir, de Leticia Martin, el I Premio Lumen de Novela, una historia cargada también de tensión narrativa. Luciérnaga, de Natalia Litvinova, II Premio Lumen, también nos cautivó con la poesía y el realismo mágico que utilizaba la escritora para recordar una infancia dura. Y si algo nos ha fascinado especialmente de Fosca, ha sido el reto lingüístico que nos ha supuesto leerla, por esa riqueza del lenguaje y porque hemos tenido que echar mano del Parablero murciano para entender todas esas expresiones lorquinas, ese lenguaje tan característico de determinados pueblos de la España vaciada que están desapareciendo. Como advertía el escritor Jonathan Arribas en Vallesordo, una novela que guarda similitudes con esta, "las abuelas tenían una riqueza lingüística e inventiva verbal que deberíamos abrazar". "Ha sido muy chulo bucear en ese lenguaje antiguo, recordar las palabras que decía mi abuela", confiesa Pelegrín.
Con la escritora hemos conversado del salto de la poesía a la narrativa. De su amor por Benedetti o Ana María Matute, con quien la ha comparado el jurado. O Mafalda, a quien vemos dibujada en la falda que lleva durante la entrevista, y que le abrió los ojos para ver la realidad de otra manera, interpretarla desde la inocencia. "Un poco como Gabriel, que en parte es inocente, en parte no. Como todos, que somos contradictorios", concluye. Toda la conversación dándole al play o en tu plataforma de audio favorita.