Un extraño plan de paz

Madrid

Ojalá el plan de paz preparado por Donald Trump conduzca enseguida a un alto el fuego en Gaza. Ojalá, porque es mejor la vida que la muerte. Y es mejor algo que nada.

Así parecen desearlo y entenderlo la mayor parte de los Gobiernos europeos. Y en España, el primer partido del Gobierno, el PSOE; y el primer partido de la oposición, el PP.

Pero una cosa son los buenos deseos y otra, que puedan alcanzarse con la propuesta de 20 puntos que se ha puesto sobre la mesa. Es legítimo albergar dudas sobre la calidad y viabilidad de la propuesta. Algunas son inquietantes. Sobre todo, esta: ¿es normal o es extraño e inquietante que EEUU, que es el socio, patrón, suministrador y amigo de una de las dos partes, la israelí, se autoerija –como si fuera imparcial-- en mediador, supervisor, vigilante y autoridad suprema para la gobernanza de Gaza y la consecución de la paz?

O esta otra: ¿es normal o es extraño e inquietante que a la otra parte, la palestina –sobre todo a la pacífica--, no se la haya convocado para negociar el plan, no se la invite a mejorarlo, no se cuente con ella, no se proponga que gobierne a los suyos o forme parte de una gobernanza de su gente, más que en una versión tecnocrática, meramente administrativa?

El deseo de paz es tan grande como enorme el dolor por la masacre. Y esto es a lo que parece apelar el plan dictado por Trump, sin la participación, ni por supuesto bajo la dirección de la ONU, sin que se conozca ninguna aportación de las poblaciones vecinas árabes, que son clave para conseguir un buen final.

Eso es innegable, y aunque no se recuerda que un plan de paz de este tipo haya triunfado, muchos optarán por concluir que es mejor que nada; sobre todo, mejor que las bombas. Que algo es algo, aunque trate de forma tan desigual a los protagonistas, víctimas y verdugos. Pronto sabremos si están en lo cierto.