Cuando la economía nos importe de nuevo

Madrid

Desde que hace tres años Feijóo anunciara en sede parlamentaria que “nos dirigimos a una profundísima crisis económica” - ¿quién no ha tenido un mal día? -, la economía ha pasado a tener una presencia marginal en el debate público de nuestro país.

Si ya es raro en cualquier democracia que la situación económica no sea un pilar fundamental de la discusión política, roza lo paranormal que esto suceda con los datos sobresalientes que viene mostrando la economía española, que se encamina en 2025 a ser la que más crece entre las grandes economías europeas por cuarto año consecutivo.

Por el contrario, fuera de nuestras fronteras, el interés por lo que aquí sucede aumenta cada día. France Info se preguntaba la pasada semana cuál era la receta del crecimiento económico español “que hace soñar a Francia” y al que calificaba de boom y de milagro. El siempre prudente Financial Times afirmaba por su parte que España es un caso fuera de lo común entre las economías europeas. El canal estadounidense CNBC se inclinaba este lunes por el lenguaje futbolístico para destacar el hat trick que España había conseguido el ver mejorada la calificación de su deuda de forma casi simultánea por las agencias de rating S&P, Fitch y Moody’s.

Evidentemente, a la oposición no le interesa contribuir a un debate que favorece al Gobierno mientras siga pudiendo mostrar indicadores tan favorables y que, además, restaría credibilidad a su insistente diagnóstico de que España vive en una crisis sociopolítica casi terminal. Sin embargo, más allá de la lucha partidista y de sus excesos, sería de gran interés para la sociedad española que se abriera paso un debate constructivo sobre la situación y el rumbo de nuestra economía.

En términos de crecimiento, tanto PSOE como PP podrían destacar sus respectivos méritos, ya que, salvo el desplome del año de la pandemia, la economía española ha encadenado desde 2015 un decenio de incremento del PIB y eso nos sitúa en una posición adecuada para superar las graves consecuencias que la crisis financiera del 2008 tuvo en nuestro país, de forma especial por haber cercenado las expectativas de toda una generación de jóvenes con buena formación abocados masivamente al paro, la emigración o el subempleo precario.

Esa crisis, que junto al enorme problema en que se ha convertido el acceso a la vivienda, explican el malestar de la juventud española, podría estar en vías de corrección, al menos en el ámbito laboral. Porque uno de los rasgos singulares de este nuevo modelo de crecimiento es la aceleración que está experimentando la creación de empleo cualificado. Según la Fundación Cotec, desde 2013 se han creado en España casi medio millón de puestos de trabajo en los sectores que la Unión Europea define como intensivos en tecnología. Gracias a la ingente inversión de los fondos Next Generation que Bruselas habilitó tras la pandemia, la mitad de esos nuevos empleos tecnológicos se han creado desde 2021.

Es llamativo, en ese sentido, que al tiempo que el empleo en general ha crecido hasta superar los 22 millones de afiliados a la Seguridad Social -con una contribución muy significativa de la inmigración, como han señalado todos los medios internacionales-, el empleo cualificado ha aumentado desde 2018 a una tasa dos veces mayor que la del empleo total. Hoy la tasa de paro de los trabajadores con estudios superiores está en mínimos históricos.

En definitiva, España tiene una ocasión largamente soñada de consolidar un modelo de crecimiento más avanzado, con más valor añadido y con mejores salarios. Para ello haría falta que los grandes partidos identificaran algunos puntos de encuentro que aseguraran la continuidad de la actual trayectoria y la puesta en marcha de nuevas medidas que apostaran por el empleo de calidad y el aumento de la productividad de nuestra economía. Algo que no podrá ocurrir si una de las partes se sigue negando a reconocer la realidad y despreciar la oportunidad que tenemos delante.