La técnica de moda en el siglo XIX para recuperar la turgencia del seno femenino: hoy en día sería impensable
El primer asesino en serie de España utilizaba la grasa de sus víctimas para elaborar un remedio estético que luego vendía

La técnica de moda en el siglo XIX para recuperar la turgencia del seno femenino: hoy en día sería impensable
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Madrid
La medicina ha avanzado de forma muy notable, dejando atrás métodos que hace cientos de años —concretamente en el siglo XIX— eran populares y aceptados, pero que hoy en día se consideran auténticas barbaridades. Entre ellos destaca la utilización de polvo de cráneo machacado de una persona que hubiera sufrido una muerte violenta para la confección de medicamentos, o el uso de grasa humana para mantener la turgencia del seno femenino.
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En SER Historia, con Nacho Ares, ha estado el escritor Pedro Feijoo, que acaba de publicar el libro Donde nacen las bestias, en el que indaga en la historia del primer asesino en serie de España: Manuel Blanco Romasanta, conocido como el Sacamantecas, autor confeso de trece asesinatos cuyas víctimas eran siempre mujeres o niños. Todo ello con el objetivo de extraerles la grasa y venderla posteriormente.
Feijoo ha explicado que "uno de los remedios más populares durante el siglo XIX para recuperar la turgencia del seno femenino era elaborar ungüentos utilizando grasa humana como base, ya que se creía que era la que mejor iba a ser absorbida por el cuerpo". Una práctica que podría haber llevado a cabo el Sacamantecas, quien, según se creía, extraía la grasa de sus víctimas para venderla a los farmacéuticos y que estos hicieran todo tipo de medicamentos y remedios estéticos.
La utilización farmacéutica de cráneos de presos machacados
Esta era solo una de las creencias médicas de la época. Feijoo ha señalado que durante mucho tiempo "en la palestra farmacéutica se recogían varios medicamentos para los que era imprescindible utilizar polvo de cráneo machacado y triturado". Pero no servía cualquier cráneo, sino que "tenía que ser de una persona que hubiera muerto de forma violenta, dolorosa y, de alguna manera, agresiva".
Los perfiles más valorados, relataba el escritor, eran "los reos ejecutados en el patíbulo", preferiblemente por ahorcamiento. Por ello, contaba Feijoo, existía todo un comercio en torno a los cuerpos de los presos, en el que el poder residía en los verdugos, quienes vendían estos cadáveres a los farmacéuticos. Estos, a su vez, elaboraban desde remedios para el dolor de cabeza hasta soluciones estéticas como el citado ungüento para mantener la turgencia de los pechos femeninos.





