El alegato de Millás sobre la facilidad con la que compartimos nuestros datos personales: "Lo tienen todo, y lo que recogen ahora son las emociones"

Juan José Millás reflexionó en La Ventana sobre cómo hemos normalizado la cesión de nuestros datos personales. Todo partió de una anécdota: "Una tarde fui al cine en Barcelona y, desde entonces, recibo correos semanales con información de la cartelera", explicó. "Tuve que dar mi correo para comprar la entrada online, y desde entonces estoy en su base de datos".

A partir de ahí, lanzó un alegato contra la pasividad con la que entregamos información sensible. 2Somos unos pusilánimes. Podríamos decir: ‘¿A usted qué le importa el distrito postal en el que vivo?’ Pero no lo hacemos. Nos hemos ido desnudando voluntariamente".

Para ilustrar cómo, sin darnos cuenta, trabajamos gratis para las grandes empresas, Millás recordó el libro El hombre gratis. "Cada vez que calificas una experiencia, estás regalando un dato. Y lo que es increíble es que ya no recogen solo el DNI o la cuenta corriente. Eso ya lo tienen. Ahora recogen emociones".

También alertó sobre el nivel de sofisticación del rastreo digital. "Saben si eres una persona blanda, dura, fácil de convencer, si los viernes por la tarde estás muy solo y es un momento ideal para venderte algo. Lo saben todo. Saben cómo piensas, y lo que vas a pensar. Tu avatar digital ya es exactamente igual que tú".

La desconfianza, según él, se ha extendido incluso a las llamadas telefónicas. Millás advirtió sobre las nuevas técnicas de clonación de voz que permiten suplantar identidades con fines fraudulentos. "Estamos clonadísimos. Hay llamadas que cuelgan en cuanto contestas. ¿Sabes para qué? Para clonar tu voz, tienen archivos de voces, es tremendo".

Millás también se refirió a la proliferación de llamadas de supuestas ONG, encuestas de satisfacción y correos de bancos que recomiendan no abrir sus propios mensajes. "Estamos llegando a un punto en el que ya no puedes confiar en nada. Ni siquiera en la voz de tu hijo o tu madre".

La paradoja, según él, es que esta exposición no es impuesta, sino voluntaria. "Estamos completamente desnudos, y lo peor es que nos hemos desnudado nosotros mismos", concluyó. Lo hacemos, dice, por miedo a quedarnos fuera. "Aceptamos todo por comodidad, por inseguridad, por esa sensación de que si no das el dato, te quedas fuera del sistema".