Asier Altuna: "La cultura es una herramienta de resistencia ante las actitudes tan salvajes que estamos viendo hoy"

Madrid

En 2016 el autor vasco Kirmen Uribe publicó ‘La hora de despertarnos juntos’, una novela en la que reconstruía la vida de Karmele Urresti y Txomin Letamendi, una pareja que defendió la identidad vasca durante el periodo de entreguerras e hizo frente al fascismo en España y en Europa desde el exilio y con tareas de espionaje. Una historia real que atrajo de inmediato al director Asier Altuna, responsable de títulos como ‘Agur Etxebeste!’, ‘Amama’ o ‘Bertsolari’. “Desde casa he recibido historias de la guerra y la transmisión del euskera, de no perderlo, había un montón de elementos que se me hacían muy conocidos. Lo más complicado fue quitarme de todas esas aventuras y peripecias que suceden en todo ese periodo que cuenta Kirmen en el libro. Lo más importante fue decidir que me iba a focalizar en Karmele como protagonista y que quería poner límites al tiempo. Quería centrarme en 10 años, contar la película del 1937 al 1947, ahí fue cuando empecé a disfrutar y a hacer la historia un poco mía”, explica el cineasta tras presentar la película en la sección oficial fuera de concurso del pasado Festival de San Sebastián.

‘Karmele’, así se titula la película, empieza con las redadas franquistas en el País Vasco. La familia tiene que huir de su pueblo natal, de Ondarroa, a Francia mientras uno de sus hijos está encarcelado y Karmele trabaja de enfermera tratando a los soldados heridos en combate. Con el avance de la guerra civil y los bombardeos sobre Gernika, la joven a la que interpreta Jone Laspiur, actriz ganadora del Goya revelación por ‘Ane’, decide también partir al exilio en París, donde se empieza a formar una comunidad cultural para defender y preservar el folklore vasco, desde la lengua hasta la danza y la música. Ahí conoce a Txomin Letamendi, un trompetista al que da vida Eneko Sagardoy, y del que se enamora. Ambos, que comparten objetivos artísticos y políticos, forman parte del llamado proyecto Eresoinka, la iniciativa creada por el Gobierno de Euzkadi en 1937 con el objetivo de combatir el franquismo a través de la cultura.

“A través de la música y la danza intentan hacer frente a la guerra, al fascismo y al totalitarismo. Es una idea que, desgraciadamente, también se puede aplicar hoy en día. No veo otra salida porque, tal y como está el mundo, si no leemos libros y creamos puentes entre ciudadanos con la cultura, yo no veo ningún tipo de esperanza. Es un tema que me atrajo muchísimo y, además, es algo muy atractivo ver cómo se juntaron un montón de músicos y artistas con ese objetivo. Hoy en día creo que el cine, y la cultura en general, es una herramienta de resistencia ante las actitudes tan salvajes y tan increíbles que estamos viviendo. Creo que es una herramienta necesaria”, añade Altuna.

Karmele y Txomin viven una intensa historia de amor y empiezan a formar una familia entre dos guerras. A la huida de la contienda española se le une la amenaza de la invasión nazi en Francia, y ambos vuelven a exiliarse a Venezuela, donde continúan su lucha y militancia mientras esperan la intervención de las potencias aliadas contra el fascismo. Un compás de espera que nunca llega. “Todo lo que tiene que ver con la posguerra y todos estos movimientos de resistencia esperaban siempre la ayuda de los aliados para intentar tumbar al régimen. Y al final se quedó en una frase hecha. Pensaba, ya cuando ganen la guerra los americanos, vamos a recuperar esa libertad que perdimos. Pero nunca sucedió. Es una retahíla. Ahí también hay una cosa interesante, las dos posturas que se ven en la película. La de Txomin, por un lado, que quiere seguir luchando aunque sea una huida hacia adelante, un suicidio. Y la otra parte, que es la de Karmele, que es como la retaguardia de intentar transmitir y educar a sus hijos y esperar que haya una oportunidad mejor para conseguir recuperar todo eso que han perdido. Ese es el meollo de la película, es el centro”, cuenta el director.

El tronco de la película es esa historia de amor y compromiso político que les lleva a volver de Venezuela a Bilbao para afrontar la lucha antifranquista. Ahí es donde el director, que utiliza las elipsis en todo su periplo por el extranjero, cierra el círculo y plantea el dilema dramático de la película. Qué postura tomar cuando vuelven, ya como una familia, ante una dictadura que no da síntomas de agotamiento y sigue ejecutando una violenta campaña de represión. “Todo exiliado siempre quería volver a casa. La película que me interesa es a partir de que vuelven a Bilbao. Está muy bien que tengamos todos esos elementos tan cinematográficos, de música, de espías, de guerras, de exilio. El viaje de ella no es el viaje de ida, ahí hemos sido contenidos, hemos trabajado mucho con la elipsis, tampoco incidimos en el drama, porque, en el fondo, el conflicto mayor está en Bilbao, es cuando ellos chocan ante la situación dramática que viven. Ese momento tenía más fuerza con todo lo que han pasado antes, de estar en Caracas criando niños en esos ambientes del trópico maravilloso, con música, a volver a Bilbao y preguntarte, ¿para qué he vuelto?”.

Asier Altuna teje un drama clásico apoyado en las grandes interpretaciones de sus protagonistas con el que rinde homenaje a la lucha cultural de una generación que tuvo que elegir entre la militancia clandestina o hacer del hogar una trinchera política. “Karmele está en medio de dos generaciones y eso, la cuestión intergeneracional, siempre me interesa mucho. Es una familia que pierde mucho desde que llegan las tropas franquistas a su casa. Y la película es un viaje por intentar recuperar todo eso que han perdido, la lengua, la identidad, el trabajo y, sobre todo, la dignidad. Es un viaje de recuperación, el que haya tres generaciones en la historia es muy importante, porque Karmele apuesta por la siguiente generación”, reflexiona. El director ha contado con el apoyo de los tres hijos de la pareja, Ikerne, Txomin y Patxi, involucrados en dar a conocer la historia de su madre y redescubrir, de alguna forma, en pantalla a su padre. “Hicimos un encuentro en Ondarroa y grabamos unas entrevistas, fue muy bonito escuchar sus recuerdos. Y ha sido bonito también el proceso porque han venido de visita al rodaje, incluso algunos participaron de figurantes. Luego hicimos una proyección para el equipo y vinieron como 40, fue súper emocionante porque Patxi, por ejemplo, era muy pequeño cuando su padre murió, casi no le conocía. Era un bebé. Y decía que por primera vez había visto a su padre de músico”.

La película, con la fotografía de Javier Agirre recreando el París, la Caracas y el Bilbao de la época, y la música de Aitor Etxebarria, tiene como puntos fuertes el diseño de produccion y ese arco narrativo y sonoro que lleva a los protagonistas de las bombas de la Guerra Civil al exilio francés y el jazz de los clubes latinoamericanos. Estoy contento porque fuimos a rodaje muy rodados, porque teníamos que rodar toda la música, porque casi toda la primera parte es música diegética. Eso está muy bien porque vas escuchando, vas imaginando cómo será. La preproducción fue tan importante, tan fuerte y tan seria que el rodaje fue un paseo, una gozada, porque luego todo lo que se había trabajado, se multiplicaba, por ejemplo en las escenas de Caracas, toda la ambientación, todos los vestidos y la música que se había rodado hace un mes estaba sonando y todo encajaba”, concluye el director.