Maruja Torres hace un parón en su reflexión para hablar así sobre Ayuso: "Pensaba que el mayor braguetazo era ser su novio"

Madrid

Parece que vamos a tener que acostumbrarnos. Todo lo que nos llegue del amo del mundo nos va a ser ofrecido en forma de circo. Pero no del circo en su sentido tradicional, sino de ese otro en el que Donald Trump es un experto, el círculo del reality show. Luces de neón, capas de maquillaje, y un maestro de ceremonias que es a la vez el chulapo que cumple años a diario. Lo celebra ante la humillada complacencia del público (que siempre es el mismo: la comunidad internacional) y con un triple sobresalto mortal de vez en cuando.

Parece que vamos a tener que acostumbrarnos, aunque también puede ser que no. Es decir, que justo esa fanfarria debe alertarnos. Y hay que hacer caso omiso del bombo y del platillo que se le da al asunto, para continuar con el seguimiento de lo que verdaderamente importa. Y no dejar de protestar en la calle.

No podemos permitir que nos distraiga este vendedor de peines de pocas púas con sus ocurrencias de millonario consentido por quienes se van a forrar ayudándole a forrarse, empezando por su yerno. Hasta ahora pensaba que el mayor braguetazo del mundo consistía en ser novio de Díaz Ayuso; ahora sabemos que ser yerno de Trump pone las mil y una noches a los pies del beneficiado.

Entre tanto, atentos. Contaba Trinidad Deiros Bronte el pasado lunes, en una crónica en El País, que Israel ha construido en Gaza bases militares y carreteras hechas con escombros compactados, donde quizá había cadáveres que no se habían podido extraer. No se me ocurre mejor metáfora para describir la plataforma sobre la que Trump y sus secuaces erigieron su, por ahora, último espectáculo televisivo.