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Tiene que llover

Ante este retroceso histórico que nos acecha no vendría nada mal contar con un nuevo Pablo Guerrero. Porque, nuevamente, tanto o más que hace medio siglo, tiene que llover a cántaros

Fotografía de archivo (09/02/2013), del cantautor extremeño Pablo Guerrero / Juan M. Espinosa

Fotografía de archivo (09/02/2013), del cantautor extremeño Pablo Guerrero

Madrid

Pablo Guerrero murió el último día de septiembre. Se fue discretamente, como siempre vivió, aunque dejando una prolífica y sensible obra de música y poesía. La noticia no pasó desapercibida. No en vano fue una de las voces más emblemáticas de la canción protesta de los años setenta, gracias sobre todo a una canción que se convirtió en un himno.

Una de las consecuencias de la censura franquista era que la prohibición de decir, cantar o escribir ciertas cosas disparaba la imaginación de la gente sobre la verdadera intención del autor. A la parquedad de las palabras permitidas muchos les sumaban significados ocultos que se le habrían colado al censor y que permitían alimentar el sueño de la ansiada libertad. Probablemente, eso hizo que algunos libros, películas y canciones fuesen sobrevaloradas respecto a su calidad intrínseca.

A Pablo Guerrero, en cambio, no se le quedaron palabras en el tintero cuando escribió su aclamada “A cántaros”. Sus versos decían todo lo que tenían que decir. El extremeño se sintió siempre antes poeta que músico y sabía decir lo necesario con una total economía del lenguaje. Pero para que se convirtiera en un himno aquella canción sencilla y emotiva -tan dylaniana, sí, porque los tiempos estaban cambiando- hacía falta un público ávido de esperanzas, de versos que compartir con otros muchos para superar el miedo y creer que había un futuro posible para la democracia. Solo así, solo entonces, corear algo tan simple como “que tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover a cántaros” era un mensaje político imparable y contagioso.

Los cantautores fueron la vanguardia del cambio social que se abría paso entre la represión de los últimos años del franquismo. Un fenómeno cultural de gran impacto político y de carácter autóctono, pero que conectaba con la entonces vibrante canción política latinoamericana y también con la francesa, el gran referente de nuestra cultura en aquellos años, cuya tradición de “canciones comprometidas” tenía pilares tan inspiradores todavía hoy como “El canto de los partisanos” o “El desertor”.

No era solo el contenido de aquellas canciones, ni las múltiples incidencias con la censura y con la policía. Una parte esencial de aquel fenómeno eran los conciertos en vivo, la ocasión de cantar juntos, de hacer visible la resistencia, la emoción e incertidumbre cada vez de saber cómo terminaría aquello.

Recordar aquellos años y el protagonismo de aquellos cantautores -Paco Ibáñez, Raimon, Labordeta, Llach, Ovidi Montllor, María del Mar Bonet, Carlos Cano y tantos otros y otras- no es solo una legítima concesión a la nostalgia de quienes vivieron aquella época e inhalaron el aroma de aquella poesía social que no podía ser sin pecado un adorno, como cantaba Paco Ibáñez sobre los versos de Gabriel Celaya. No son solo batallitas del abuelo (o más bien del padre, que no hace tanto tiempo), sino una demostración del importante papel que la cultura desempeña como precursor o como catalizador del cambio político.

Bien lo comprendieron los ideólogos de esa nueva derecha radical que hoy extiende su influencia y poder por todo el planeta: el cambio empieza siempre en la cultura. Y por eso se dedicaron a crear contenidos a través de las nuevas plataformas digitales para combatir desde la raíz las bases del pensamiento progresista, por no decir para impugnar en bloque la razón ilustrada. Así están transformando el paradigma cultural sobre el que se construyeron las democracias avanzadas y el estado del bienestar.

Ante este retroceso histórico que nos acecha no vendría nada mal contar con un nuevo Pablo Guerrero. Porque, nuevamente, tanto o más que hace medio siglo, tiene que llover a cántaros.

José Carlos Arnal Losilla

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 

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