Maruja Torres se fija en este detalle del robo en el Louvre y no puede ser más clara: "Algo de un monarca volvió a rodar por el suelo"

Madrid

Aun en su decadencia, la dulce Francia y concretamente su Ciudad Luz no deja de ofrecernos alegrías. Una de ellas consiste en ver desfilar a Sarkozy hacia la prisión, aunque sea para tres semanas, con celda VIP y derecho a pasear sus alzas. Aquí tenemos a gente que gobierna en comunidades insumisas sin recibir castigo por trocar en cadáveres el saqueo de lo público.

Otro motivo de júbilo y más en estos tiempos, fue saber que fue arrastrada por los suelos la corona de Eugenia de Montijo, aristócrata española desposada con Napoleón III. Quien que, Napoleón, en plena juerga decimonónica del colonialismo francés, financió la creación y apropiación indebida del Canal de Suez. Con algo de las comisiones que le soltó Francia, el pachá Ismail, gobernante títere de Egipto, hizo construir en El Cairo un palacio exclusivo para que la Montijo durmiera unas cuantas noches, con motivo de la inauguración del Canal; en la actualidad es un lujoso hotel con casino.

Aquí en España, más modestamente, le dedicamos a la bien casada, en 1944, una de aquellas pelis históricas grandiosas propias del franquismo. Doce años después, el presidente Nasser nacionalizó el Canal, como consecuencia Israel invadió Egipto apoyada por franceses e ingleses, Nasser perdió la guerra, pero ganó prestigio entre los árabes, y, ah, sí. Adivinad quién perdió mucho más, como de costumbre: los palestinos. El muy pro-árabe gobierno egipcio pactó con los israelíes, a cambio de que se retiraran, dejar de pasar armas a la resistencia. En fin. Dulce Francia. Durante unos minutos algo de un monarca volvió a rodar por el suelo.