Las historias de la DANA a través de los objetos que se llevó la riada: "El agua arrastró cosas que también son parte de mi vida"

En una calle de Paiporta, una mujer rubia, con gafas de sol nos aborda mientras fotografiamos la puerta de un bajo comercial donde una pequeña anotación reza "hasta aquí llegó la solidaridad del pueblo español". Un año después, la localidad no se ha librado de la marca del agua ni del olor a humedad en las paredes.

La mujer mira el micro de la SER y nos dice que es oyente. Que la radio la ha acompañado mucho en estos meses "de ansiedad y pastillas para dormir" Le contamos que estamos haciendo un reportaje sobre el valor para las familias de algunos objetos que han perdido. Asiente e, inmediatamente, dice "quiero hablar".

"Hay mucha gente que me dice que, con todos los muertos que ha habido, los objetos no son tan importantes. Yo sé que eso es verdad pero también les digo que es muy difícil entender esta melancolía que se siente cuando sabes que el agua se ha llevado algunas cosas que son parte de tu vida", señala. "Yo les digo que se puede sentir duelo también por los objetos", concluye.

Paiporta: Campanas y herramientas

En la orilla del Barranco del Poyo, una madre charla con una vecina en la puerta de su casa, en obras de reconstrucción permanente desde hace un año. Los daños aquí, en primera línea, fueron extraordinarios. "El agua se lo llevó todo por delante", dice. Sus trajes de fallera, ropa, cubiertos, lámparas... Todo. Pero lo que más le apena es "el taller" de su hijo. "Mi hijo tiene autismo. Y su afición son las campanas", explica. El chaval se decida a construir bellas campanas de metal y madera. "Yo le compro la campana completa y el la arregla poniéndole un pomo de madera y otros adornos", nos cuenta. Para poder hacer este trabajo manual, la madre le regaló al crío las herramientas de su padre, ya fallecido. . “A él le encantaba tener su espacio ahí para concentrarse en las campanas”, dice. El agua fue implacable con el taller del chico y, según la madre, "acabó todo en el fondo del barranco y más allá".

Benetússer: Spiderman y Gwen

Una pareja nos habla de su colección de cómics perdida. No hablamos de cientos. Probablemente hablamos de varios millares. Cuando el agua empezó a entrar en su casa, una zona que hay por debajo de la planta baja, una especie de bodega, se empezó a inundar. Salvaron algunos, pero en determinado momento, su seguridad y la de su hija fue lo primero. Spiderman y otros superhéroes, guardados con cuidado en cajas, no tuvieron quien los salvara. “Los primeros de la colección completa de Spiderman me los dio mi hermano mayor”, dice el chico. "Fue él quien me metió en esto de los cómics", añade. Asi que su recuerdo es su hermano "prestándole" un cómic para conocer a Peter Parker y sus aventuras. "Era un adolescente en el instituto, como nosotros, por eso nos gustaba". Es recuerdo no se ha ido. Pero los dibujos de Jameson, el duende verde y Gwen si que los deshizo el agua, página a página.

Sedaví: El coche familiar

Un chico nos cuenta que el agua, que entró y luego salió de su garaje, se llevó por delante el primer coche de la familia, que su padre le había dejado los últimos años para su uso personal. Lo había comprado hacía casi 20 años. Ahorrando mucho, con muchas dificultades, aquel Peugeot 407 había resistido todo este tiempo después de ser "el primer coche que tuvimos, en el que ibamos a hacer excursiones y que nos servía para todo". “Era muy bonito, un lujazo para la época", añade. Nos cuenta que todavía recuerda del día que lo estrenaron: "lo llevamos al restaurante donde trabajamos toda la familia. Salieron los demás camareros a verlo y estabamos todos muy orgullosos". Sonríe, con melancolía, para contarnos que después ha venido una maraña burocrática enorme para estrenar, finalmente, un coche nuevo.

Paiporta: Un seiscientos

Otro vecino mayor -84 años- nos invita a su casa a ver "hasta donde llegó el agua" y que tuvieron que sacar a su sobrina de un patio interior agarrándola de los brazos y subiéndola a su terraza. Le preguntamos cual ha sido el objeto más preciado que ha perdido y nos habla del SEAT seiscientos de su hijo. Un modelo antiguo, casi idéntico al que tuvo él cuando era joven. "Se lo compró por capricho, para salir con una colla de amigos que tenían coches de estos como el mío", dice. "En una de las ocasiones, le acompañé a una de estas reuniones y me dio mucho gusto ver tantos coches bonitos", cuenta. El coche, con una carrocería más endeble que los actuales, acabó completamente destrozado.

Alfafar: Libros de texto

Una mujer que sale de uno de los supermercados del pueblo nos explica que perdió "todos los libros y apuntes de cuando sus hijas eran pequeñas". Para ella, "tirar un libro a la basura es prácticamente un crimen" y los había ido guardando todos, a sabiendas de que probablemente nunca más los iba a tener que utilizar. “Las niñas ya son mayores, pero esos apuntes eran parte de lo que las ha hecho como son”, dice. Nos cuenta como "por las tardes, al salir del trabajo y venciendo al cansancio, se sentaba con ellas a repasar y a explicarles las cosas que no entendían". La familia prosperó, dice, "gracias a esos libros" que se ha llevado el agua.

Massanasa: una foto

Estamos charlando con un hombre mayor, sentado en una silleta en la puerta de un garaje. Como otros vecinos nos señala con el dedo "hasta donde llegó el agua". Nos está contando, algo aturullado, lo que había dentro del garaje que tiene detrás y cuya puerta está cerrada. Nos habla de un gran armario, "un armario que era divino", dice. Un armario en el que había guardadas "imágenes". A partir de ahí, su relato se vuelve algo inestable. Justo detrás de nosotros, aparece una mujer. "Hola, soy su hija, a mi padre se le olvidan un poco las cosas ya, discúlpale", nos dice.

Le preguntamos a qué se refiere su padre al decir que el armario tenia dentro imágenes. Nos cuenta que dentro estaban todos los álbumes de fotos de la familia. Entre ellas, lamenta haber perdido "su primera foto de niña". “Salgo en este garaje, con las paredes forradas de papel, que ya no están así, sentada en un sofá que ya no está, haciendo poses muy graciosa”, recuerda. No la tenía en digital. Era una sola copia, y ahora ya no existe.

Picanya: una chaqueta azul

Paramos a una vecina que nos dice que viene del médico. No recuerda tener nada de verdadero valor en su garaje inundado durante la DANA. Bueno, al menos no lo recuerda, en los primeros minutos de conversación. Nos ponemos a hablar de la ropa que lleva -no se muy bien cómo- y entonces recuerda "una chaqueta azul de paño con cuadros" que estaba dentro de un armario que se llevó el agua. “Es verdad que ya no me la ponía mucho, pero seguía gustándome”, cuenta. “Era de esas prendas que son para toda la vida, aunque no te las pongas”, concluye. La arrastró el agua junto a todo lo que había en el armario. La mujer dice que "seguro que todavía estaba de moda".

Paiporta: Máquinas de coser

Por último, esta historia, vuelve a Paiporta, a la mujer del principio. La que nos decía que "se puede sentir duelo por un objeto". De su casa, cuyo bajo era un negocio familiar bastante conocido en el pueblo, faltan “tres máquinas de coser". "Estaban una ahí, otra ahí y la tercera aquí", señala. "Una era de mi abuela, otra de mi madre y la tercera mía", nos explica sin quitarse las gafas de sol. Lo que se llevó el agua en Paiporta no eran tres objetos. Eran tres generaciones unidas por el simple gesto de darle al pedal y coser.