Por el principio
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Boyero: "Después descubrí que había cine malo y estúpido celebrado por la crítica, pero en la niñez el cine era un regalo"

El crítico de cine recuerda con fascinación la sensación de las salas durante su infancia

Boyero: "Después descubrí que había cine malo y estúpido celebrado por la crítica, pero en la niñez el cine era un regalo"

"El descubrimiento del cine fue algo mágico, de sentir que no puedo estar en ningún sitio mejor que aquí, que en una sala de cine", dice Carlos Boyero en el último programa de Por el principio. Ese niño que se quedó maravillado con la experiencia de la gran pantalla y encontró refugio en las historias, es ahora uno de los críticos más conocidos y respetados de nuestro país.

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Con tan solo tres años, Boyero vio El príncipe valiente (1954) en los cines de Salamanca, la primera cinta de la que tiene un recuerdo difuso. Acudía con regularidad a las proyecciones, hasta dos veces por semana, una entre semana con su madre y los domingos acudía la familia al completo a la primera sesión, a las de 16:00 horas.

El cine en la niñez

Una de las memorias más nítidas que mantiene del cine en su infancia es sobre El hombre que sabía demasiado (1960), de Alfred Hitchcock. Sus padres le dejaron en el cine solo, avisaron al acomodador de que su hijo se quedaba allí, cuando visionaba la cinta que precisamente narra el secuestro de un niño. "A la salida mis padres no estaban. Se habían retrasado y recuerdo mi llanto desesperado, seguramente influido también por el argumento", recuerda.

Carlos Boyero, el niño que se escapaba para ir al cine

Carlos Boyero no ha olvidado los olores de la sala de cine, el sonido de las cortinas al cerrarse, la emoción de la sala oscura que vivió desde su primera infancia y lo ha seguido cultivando toda la vida en los festivales de cine más importantes del mundo. "Era como ir a misa, con la diferencia de que en misa me aburría muchísimo y en el cine todo fluía, todo era mágico."

De niño, el crítico de cine se convirtió en un gran afiniciado a las películas francesas de capa y espada, de aventuras, duelo y épica, y las películas del oeste, que años después descubriría que se llaman westerns. "Me gustaban todas. Eran el hecho de ir al cine y pasarte allí dos horas, el tiempo desaparecía. Luego descubrí que había cine muy bueno, bueno, mediocre, malo, imposible, pretencioso, estúpido y muy celebrado por la crítica por las modas, pero, en la niñez, el cine era el mejor regalo".