¿De dónde nace la intuición?
Raquel Mascaraque recopila varios estudios que demuestran que la intuición trasciende la mera corazonada
¿De dónde nace la intuición?
A la hora de tomar decisiones, suele aparecer una vocecita interior para ayudarnos que nos dice "no firmes eso" o "esta persona no parece trigo limpio". Pero no es Pepito Grillo, es la intuición. Y no viene del aire, tiene una explicación científica.
Cuando tomamos una decisión "por intuición", nuestro cerebro no está adivinando nada. Está trabajando a muchísima velocidad, uniendo miles de pequeñas pistas: experiencias pasadas, gestos, tonos de voz, olores, emociones…
Digamos que la intuición es nuestra experiencia de vida comprimida en segundos. Y, como el cerebro lo hace de manera tan rápida, no somos capaces de procesarlo conscientemente. De ahí que creamos que es una corazonada, más que otra cosa.
Así pues, la intuición depende de nuestras vivencias: se va afinando con la experiencia, a medida que va reconociendo patrones. Por eso, no siempre acierta. Porque cuando nuestro cerebro se enfrenta a algo que no ha vivido nunca, rellena esos huecos como puede...
Son muchos los estudios que han querido saber más sobre la intuición. El neurocientífico Gary Klein, por ejemplo, analizó a bomberos que lograban anticipar derrumbes segundos antes de que ocurrieran. Descubrió que su cerebro había aprendido, tras años de experiencia, a detectar señales mínimas —como un cambio en el sonido del fuego o la presión del aire—. Eso sería intuición en su máxima potencia.
Otro ejemplo es una investigación que analizó a grandes líderes empresariales que usan la intuición como brújula. Observaron a directivos de 27 empresas británicas y descubrieron que sobre todo recurrían a la intuición cuando se enfrentaban a mucha información, poco tiempo y mucha experiencia previa. Como su cerebro ya había trabajado con patrones similares, eran capaces de reconocer lo esencial en segundos, incluso sin pasar por un razonamiento consciente o datos que lo corroborasen.
Pero, como bien hemos dicho, la intuición no es infalible. En este segundo estudio, los aciertos aparecían cuando la intuición estaba alimentada con años de práctica y conocimiento del sector, pero fallaba cuando se usaba en terreno desconocido. La conclusión fue que la intuición funciona mejor cuando se combina con la lógica, no cuando la sustituye: la intuición para filtrar rápido y captar señales sutiles, y la lógica para verificar antes de tomar la decisión.
Otra investigación que se hizo en Reino Unido concluyó que quienes mejor escuchaban su ritmo cardiaco, tomaban mejores decisiones en un juego de mesa. Es decir, nuestra interocepción —notar lo que pasa dentro— puede darnos pistas útiles. Porque es cierto que la intuición nos habla a través del cuerpo: sudoración, palpitaciones, tripa encogida, piel de gallina…
Algunos estudios de neurociencia relacionan la intuición con la actividad cerebral —con el núcleo caudado, que es un área del cerebro que está relacionada con la formación de hábitos—. A través de experiencias, creamos nuevas conexiones y atajos que facilitan el pensamiento rápido y automático, y ahí vive mucha de nuestra intuición.
Cuidado con confundir instinto con intuición. Si escuchásemos un ruido muy fuerte, nuestra reacción instintiva sería taparnos los oídos. El instinto es una forma de protegernos ante estímulos que consideramos peligrosos, es algo evolutivo. La intuición es la capacidad que tenemos de llegar a conclusiones —que suelen ser correctas— en poco tiempo. Está basada en el conocimiento que acumulamos de nuestra experiencia cotidiana.