Los ultras no son invencibles
Una formación liberal progresista adelanta a la extrema derecha en las elecciones holandesas

Los ultras no son invencibles
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Madrid
Los ultras no son invencibles. Lo parecía. Bastantes analistas temían que este iba a ser su gran momento en Europa. Porque a su creciente implantación en distintos países se le une el apoyo e impulso del Gran Hermano atlántico, el imperio populista de Donald Trump.
Pero la vida, por fortuna, da sorpresas. Ya se calcula como definitivo que el llamado Partido de la Libertad del ultrarracista Geert Wilders, aliado del húngaro Víctor Orbán, y del español Santiago Abascal, ha perdido la primacía en las elecciones holandesas del domingo.
Hasta ahora los ultras formaban parte de la coalición conservadora de gobierno, aunque a Wilders no le dejasen ser primer ministro, por el último atisbo de vergüenza torera del resto.
Ahora le ha adelantado el D-66, una formación liberal progresista encabezada por el joven Rob Jetten, que está en disposición de formar una coalición de gobierno más de centroizquierda. El D-66 es un partido muy urbano, que apuesta por la vivienda pública, por integrar a los inmigrantes en vez de reprimirlos y deportarlos, por defender los derechos de la mujer y de los homosexuales… el propio líder lo tiene muy interiorizado, como activista (aunque tímido) gay. O sea, toda la ideología que odian los ultras, y que desprecian como “woke”.
El D-66 se llama así porque nació a mitad de los años sesenta, impulsado por la rebeldía de los hippies, de la contracultura, de lo ecológico, de los porros, de la objeción de conciencia militar y de la libertad sexual y de género. Y desde entonces, sin abandonar la bicicleta, se ha ganado una plaza entre los partidos de gobierno. Doble alegría: por los que se van y por los que llegan.

Xavier Vidal-Folch
Periodista de 'EL PAÍS' donde firma columnas y colaborador habitual de la Cadena SER, donde publica...




