Un director radical e insobornable
Se cumplen 50 años de la muerte de Pier Paolo Pasolini, una de las figuras imprescindibles de la Italia de la posguerra.

Pier Paolo Pasolini

En la mañana del 2 de noviembre de 1975 el cuerpo del director y escritor Pier Paolo Pasolini de 53 años era encontrado en un solar cercano al puerto de Ostia, a las afueras de Roma. El cadáver presentaba numerosas heridas: ocho costillas rotas; la nariz aplastada; la mandíbula y la mano derecha fracturadas y parte del cráneo hundido. Al parecer todo había comenzado la noche anterior cuando Pasolini salió a cenar. Ninetto Davoli, uno de los actores habituales de sus películas, fue el último amigo que le vio con vida. Tras cenar juntos, Pasolini se dirigió con su coche a la estación romana de Termini donde recogió a un joven de 17 años llamado Giuseppe Pelosi al que ya conocía. Pelosi se dedicaba habitualmente a la prostitución y, según parece, Pasolini contrató sus servicios esa noche. Ambos se dirigieron hacia el puerto de Ostia aparcando el coche en el solar que mencionábamos antes. Según Pelosi, tras negarse a realizar determinadas prácticas sexuales que el director le pedía, Pasolini se enfadó y empezó a golpearle, por lo que él se defendió con un palo. Luego huyó con el coche del director dejándolo allí abandonado. A la mañana siguiente el joven era detenido y unos meses después juzgado y condenado a nueve años de prisión por homicidio voluntario.
Pier Paolo Pasolini había nacido en Bolonia en 1922. Su primera vocación fue la literatura. Ya con siete años escribía poesía y con veinte, en 1942, publicó su primer libro. “Era un libro de poesías en dialecto freuliano, que era la lengua de mi madre. Luego, en el 45, durante la guerra, fundé una pequeña academia de lengua freuliana y desde allí, con algunos amigos, publicábamos pequeños libros”, explicaba el propio director en una entrevista. A lo largo de su vida publicaría una treintena de libros entre poesía, narrativa y ensayo, además de cuatro obras de teatro. Desde muy joven fue un furibundo antifascista, a los que siempre fustigó con sus libros o con películas como Saló o los 120 días de Sodoma.
Pasolini resultaba una persona muy incómoda en la Italia de la postguerra. Era molesto para la derecha, pero también para la izquierda y gran parte de los intelectuales. “¿Qué es lo que ha caracterizado toda mi producción?”, se preguntaba Pasolini. “Dicho de forma totalmente esquemática, un instintivo y profundo odio por el estado en el que vivo. Y digo estado refiriéndome al estado de las cosas y también al “estado” en el sentido político de la palabra, el estado capitalista pequeño burgués que empecé a odiar desde mi infancia”, contestaba. Además, estaba su abierta homosexualidad. Pasolini, ateo y marxista, era capaz de atacar con dureza a la Iglesia Católica, pero también de filmar una película como El Evangelio según San Mateo, dedicada al Papa Juan XXIII y en la que sigue literalmente y de manera escrupulosa las escrituras sagradas. Pasolini fue también un excelente pintor. De hecho, en su película El Decamerón, él mismo interpretaba al célebre pintor Giotto.
A finales de los años 50 Pasolini llegó a una conclusión. “He descubierto que el cine es más interesante desde el punto de vista filosófico que la literatura. El cine no es otra cosa que la realidad. El cine es la lengua escrita de la realidad”, afirmaba. De esta forma se convirtió en director de cine. Debutó como tal a principios de los años 60 con dos películas, Accatone y Mamma Roma. Como ya había hecho en varios de sus libros, en ellas Pasolini mostraba la vida de los jóvenes de los barrios pobres. “Nos los mostraba de una manera extraña. Estos jóvenes eran delincuentes, criminales, pero Pasolini los retrataba como personajes épicos. Era una especie de épica a la inversa”, explicaba su amigo, el escritor Alberto Moravia.
A lo largo de los años 60 Pasolini se lanzó a dirigir películas con verdadera pasión. Títulos como Teorema, Pajaritos y pajarracos, Pocilga o Edipo Rey. A comienzos de los años 70 emprendió la llamada “Trilogía de la vida” en la que reivindicaba el sexo alegre y liberador adaptando famosos cuentos de la literatura. Estaba formada por las películas El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches. “En estas películas hay una ideología general. Este pasado se contrapone de forma crítica y contestataria al presente. Hice estas películas para criticar indirectamente al presente, el presente industrial y consumista que no me gusta. No entiendo por qué no dar al erotismo y al sexo el peso que realmente tienen en nuestra vida. Hay una manipulación también del cuerpo en esta época consumista”, sentenciaba el director.
Una vez terminada la “Trilogía de la vida” Pasolini se propuso iniciar otra nueva que pensaba titular la “Trilogía de la muerte”. Esta vez se ocuparía del horror y la degradación que sufren los seres humanos. Saló o los 120 días de Sodoma, la primera película, estaba basada en un libro del marqués de Sade. El director trasladaba la acción al norte de Italia, a finales de la Segunda Guerra Mundial, durante el breve periodo en el que existió la República de Saló, último lugar en el que estableció su poder el régimen fascista de Benito Mussolini, cuando ya los aliados habían liberado Italia. La película acabó siendo póstuma, ya que se estrenó pocas semanas después de su muerte. Eso no evitó el que fuera confiscada y el productor, Alberto Grimaldi, acusado de obscenidad, incluso pasó un tiempo en la cárcel.
Aunque el chapero Pelosi había confesado el asesinato, en Italia fue creciendo la teoría de un crimen político en el que el condenado era solo una cabeza de turco. Pasolini tenía enemigos en todos los bandos. Había sido expulsado del Partido Comunista; los grupos fascistas le tenían amenazado desde hacía tiempo y en la Democracia Cristiana tampoco contaba con muchos amigos, ya que ese partido era el principal blanco de sus ataques verbales y escritos. En 2010 un senador del partido de Berlusconi, llamado Marcello Dell’Utri declaró poseer el capítulo perdido de Petróleo, el libro póstumo en el que Pasolini estaba trabajando y en el que investigaba los asesinatos políticos cometidos en la década de los 70. Según Dell’Utri los datos de ese capítulo conducían hasta los verdaderos asesinos.
Hubo otras teorías sobre su muerte, incluso una que aseguraba que el propio director había organizado su asesinato. Las dudas sobre su muerte continuaron a lo largo de los años. Giuseppe Pelosi falleció en 2017. Unos años antes, había dado una nueva versión del crimen. Dijo que Pasolini y él estaban en aquel solar cuando de repente aparecieron tres desconocidos. El director se encaró con ellos y éstos empezaron a golpearle. Pelosi contó que él se asustó y escapó en el coche del director y quizá en su huida pudo atropellarlo, causándole definitivamente la muerte. Esto explicaría uno de los misterios del crimen: cómo un joven enclenque como Pelosi pudo matar en una lucha cuerpo a cuerpo a un hombre fuerte como era Pasolini y dejarle destrozado.
Han pasado cincuenta años desde la muerte de Pasolini. En su película Caro diario el director Nani Moretti lanzaba un emotivo y silencioso homenaje al director denunciando el olvido en el que había caído. Su cine, que había sido un revulsivo político, social e intelectual en los años 60 y 70 del siglo XX ya casi no se veía. Quizá su cine ya no se vea, ni provoque ni haga reflexionar como antes, pero el cincuenta aniversario de su muerte nos sirve, al menos, para recordar su obra literaria y cinematográfica que sigue siendo el testimonio vivo de un pensamiento radical e insobornable.




