Maruja Torres fantasea con ver a Isabel Díaz Ayuso y Carlos Mazón en una película de Woody Allen

A la espera de conocer lo que su facultativo le puede recomendar, si es menester, le deseo desde aquí al señor Mazón lo mejor. Entre tanto, dejadme fantasear con la idea de que no le diagnosticará depresión profunda a causa del dolor que le producen los muertos ni su contribución a la tragedia. Permitidme que piense que le dirá que tiene que cuidarse de algo propio del cargo: neurosis, paranoia, manía persecutoria, alucinaciones.

Y aquí es cuando debería entrar la reconocida generosidad de Isabel Díaz Ayuso con nuestro dinero para con allegados y viejas glorias en estado de descomposición. La presidenta del DF podría apoquinar medio millón público más para que Woody Allen rodara en Valencia, al menos una secuencia centrada en un monólogo del expresidente paseando Turia arriba, Turia abajo (con fondo musical de Nacho Cano). Diciéndose: “Por qué, qué hecho, qué quieren de mí, el mundo está loco; la culpa es de los demás; si yo estaba tocándome el clarinete”.

Luego la peli volvería a Madrid, a un plató íntimo de pareja que discute (neuróticamente) sobre sus cosas, que si el ático, que si Hacienda, que si todo lo he hecho por amor, que si por amor a las comisiones, que no, tonta, por tus rizos y tus ojazos. Podríamos añadir un mayordomo (Tony Cantó) que entrara y saliera silenciosamente portando manjares típicos de la madrileña ciudad, un cocido de Lhardy, por ejemplo. Ahora que es tiempo. Y en la distancia, un runrún, un trepidar que se va haciendo más notable por momentos.

Woody Allen, tan lejos de aquel que diagnosticaba un tumor derechista maligno al hijo rebelde de una familia neoyorquina progre, dormitaría en un sillón, cansado del viaje a Valencia. De repente, el director despertaría, sobresaltado y con un (neurótico) ataque de angustia. ¿Qué es eso? ¿El apocalipsis?, se preguntaría. ¿La conciencia? No. Son los bólidos de Fórmula 1 que, en mi fantasía, atravesarían brutalmente el plató, sin darse cuenta de que se llevaban por delante hasta al mayordomo.