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Contención o convento

Si el siglo XX fue el gran momento de la secularización de nuestro mundo, también fue cuando no faltaron conmociones que pusieron en duda el ocaso de las religiones como instituciones hegemónicas en nuestras vidas

Seguidores de Rosalía hacen cola para asistir al Listening Party de su nuevo disco en Barcelona / Alejandro García (EFE)

Seguidores de Rosalía hacen cola para asistir al Listening Party de su nuevo disco en Barcelona

Madrid

La desacomplejada intuición creativa que tiene demostrada Rosalía para adivinar el rumbo de las nuevas tendencias de la cultura global ha hecho que muchos hayan interpretado su trajecito de monja en el último videoclip como un guiño a un hipotético avance del sentimiento religioso entre los jóvenes. Es cierto que no faltan los signos en esa dirección. En lo más cercano, la coincidencia con el estreno de la nueva película de la siempre exquisita Alauda Ruiz de Azúa sobre una adolescente que quiere ingresar en un convento de clausura está alimentando el mismo debate: ¿Vuelve la religión?

No tendría nada de extraño que, en respuesta a un mundo caótico y desaforado, mucha gente se sienta motivada a buscar refugio y respuestas en el ámbito de lo espiritual (donde no se debe incluir, de momento, las charlas personales con ChatGPT, que al parecer también tienen mucho éxito como vía de escape a esta realidad incomprensible). Que sean los jóvenes los más inclinados a ello también es lógico, por estar en un momento vital más predispuesto a la indagación existencial.

No obstante, conviene relativizar algo este supuesto auge espiritual en la medida en que es un fenómeno del que se viene hablando ya desde hace algunas décadas. Si el siglo XX fue el gran momento de la secularización de nuestro mundo, también fue cuando no faltaron conmociones que pusieron en duda el ocaso de las religiones como instituciones hegemónicas en nuestras vidas.

Quizás, más allá de las discusiones teóricas de si estamos o no en la era de la postsecularización, convenga fijarse en la razón de que estemos hablando de este asunto. Porque no sabemos cuál será la solución que se abrirá paso -una espiritualidad difusa y laica, una nueva mirada a religiones centradas en la intimidad del individuo o un retorno a la religión dura, exigente, punitiva y jerárquica-, pero sí podemos deducir que todo nace de un creciente desistimiento social respecto a un modelo de vida que nos atropella y nos desahucia de toda esperanza.

Creímos que la gran crisis financiera global del 2008 haría girar el capitalismo ultraliberal del Consenso de Washington hacia un modelo comprometido con el bienestar social y con la responsabilidad medioambiental, pero lo que nos hemos encontrado ha sido una rápida mutación del sistema hacia una tecnocracia autoritaria y manipuladora, ajena al crecimiento de la desigualdad y cómplice de una polarización política que disuelve el sentimiento de una ciudadanía con valores compartidos. Y esta penúltima vuelta de tuerca produce ya más desesperación que enfado.

Cabe pensar que un retorno hacia una espiritualidad religiosa podría ser una de las respuestas posibles, pero no la única. Ni socialmente la más deseable y eficaz. Porque hay otros instrumentos y decisiones que nos pueden encaminar a una vida un poco más tolerable. Al fin y al cabo, una de las razones de la desazón que sufrimos es la exposición permanente a múltiples redes generadoras de contenido que agotan nuestra capacidad de concentración, de reflexión y de entendimiento, haciéndonos cada vez más dependientes de un flujo de mensajes desquiciante e infinito. La bella promesa de estar siempre conectados con todos nos está volviendo locos.

Por ello, hay quienes sostienen que más bien terminará imponiéndose una actitud colectiva de contención, que también es una virtud muy espiritual pero no necesariamente religiosa. Contención para recuperar nuestro tiempo personal, para crear momentos de concentración y silencio, para conversar, leer, escribir o sencillamente para pensar. Hemos llegado a un punto en que incluso un ejercicio tan modesto y personal como desconectar un rato el móvil y el ordenador puede ser tan heroico y sanador como entrar en un convento.

José Carlos Arnal Losilla

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 

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