Elena Kostyuchenko: "No entendí ni advertí a mis lectores de que el fascismo siempre termina en guerra"
La periodista y activista rusa en el exilio publica en español una serie de crónicas donde retrata a las personas y lugares que el régimen de Putin ha querido borrar de su concepto de país

Fascismo en Rusia y la paz según la FIFA
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Madrid
A Elena Kostyuchenko (Yaroslavl, 1987) el periodismo le cambió la vida. En la espera de una cita en el dentista leyó en el 'Novaya Gazeta'. La Rusia que ella creía conocer se le desmoronó. Allí, periodistas como Anna Politovskaya, describían un país que en la televisión no veía con su madre. Odió al medio independiente por mostrarle la realidad. Pero después tomó la decisión de trabajar allí para conocer y escribir sobre lo que nadie quería ver de su país. Esa decisión volvió a cambiarle la vida: fue golpeada, detenida y, finalmente, forzada a no volver a su país natal mientras cubría la invasión a gran escala en Ucrania. Y aún así, Kostyuchenko, cuyo libro 'Amo a Rusia' (Capitán Swing) acaba de publicarse por primera vez en español, no quiere renunciar al amor por su país.
Durante suss años como reportera en el Novaya Gazeta, Kostyuchenko escribió crónicas y reportajes conociendo a quienes estaban al margen del modelo de nación que Vladímir Putin concibe: menores de edad que se prostituyen en las autopistas, personas sin enfermedades mentales que acaban desarrollándolas por las torturas a las que se les somete en "internados psiconeurológicos" y víctimas como las de la masacre de Beslán, donde murieron 334 personas por la inacción del presidente ante el cerco en una escuela producido por terroristas chehchenos. "Putin dice, ya sea él mismo o a través de su propaganda [...]: si amas a Rusia, ve y mata a ucranianos. Si amas a Rusia, calla, miente, obedece. Pero el amor no exige ni asesinatos, ni silencio, ni mentiras, ni obediencia", explica la periodista. "El amor exige una mirada muy atenta a aquello que amas".
La cosecha del fascismo
Para Kostyuchenko, el fascismo que se conoce como tal en Rusia siempre estuvo latente, pero se dejó ver sin timidez cuando, en 2013, la Duma aprobó la ley contra la propaganda de las "relaciones sexuales no tradicionales", una norma que establecía que las personas homosexuales no eran "socialmente equivalentes" al resto de las personas. Además, comenzó a darse cuenta, también en primera persona, de que los activistas por los derechos LGBT no eran incompetentes en sus protestas contra el gobierno, sino que vivían con agotamiento crónico por los golpes, insultos y encierros a los que eran sometidos cada vez que se manifestaban contra la criminalización a la que se les ha condenado.
Cuanto más escribía sobre su país, Kostyuchenko pensaba que, mientras el fascismo estuviera contenido en su Parlamento, no podía nombrarse como tal. Después, pensó que fascismo era "cuando están enfermos todos, no solo los funcionarios". Pero nueve meses antes de que comenzara la invasión rusa a gran escala en Ucrania, cuando fue a hacer un reportaje en un "internado psiconeurológico", una de las 600 instituciones financiadas por el Estado ruso donde viven 177.000 personas, incluidos 21.000 niños, carentes de cualquier derecho humano, no le cupo duda: Rusia era un país fascista. ¿Cómo podía ser otra cosa un lugar donde segregaba socialmente a personas por su orientación sexual: un lugar donde a las personas internadas en un "centro mental" se les impedía salir durante toda su vida de un lugar donde aguantaban sedaciones inhabilitantes, abusos sexuales, abortos y esterilizaciones forzadas?
Y entonces, en febrero de 2024, cayeron bombas rusas en Kiev. "No entendí ni advertí a mis lectores de que el fascismo siempre termina en guerra", cuenta la periodista, quien ya había cubierto la guerra del Dombás diez años antes. Era una de las reporteras más experimentadas del Novaya Gazeta, así que cruzó por la frontera entre Polonia y Ucrania para cubrir esta nueva guerra. Pensó que, una vez finalizara la cobertura, podría volver a su país y que en Ucrania no sería un objetivo, pero varias fuentes le advirtieron que tenían la orden de matarla si la encontraban en los puntos de control rusos. Salió de Ucrania y, aunque su intención era volver a Rusia, Dmitri Muratov, director del Novaya, le dijo que podrían matarla si así lo hacía. Desde entonces ha estado sin quererlo, pero con vida, fuera de su país.
Víctima de envenenamiento
"Mi vida, en esencia, no se diferencia de mi vida en Rusia en cuanto a los protocolos de seguridad que sigo", explica Kostyuchenko. Aunque pensó que, estando en Europa, corría menos riesgos que en Rusia, un error le costó ser víctima de envenenamiento en 2022 cuando fue a solicitar un visado para volver a acceder a Ucrania mientras residía en Alemania. Desde entonces, y tras recuperar su salud sin secuelas, no habla de los protocolos de seguridad que sigue para no exponerse. "No elegimos amar a una persona, a un país o a un lugar. Simplemente amamos", dice Kostyuchenko desde un exilio que tampoco fue su elección. Y, a pesar del dolor que le ocasiona, lo que sí ha elegido es seguir informando sobre el país que ama.

Fernanda Fernández
Redactora y productora en 'A vivir que son dos días' desde 2022. Produjo 'Segunda Acepción' y ha colaborado...




