Juan José Millás en busca del vecino perdido
Paseamos por el centro histórico de Madrid para comprobar los estragos de los pisos turísticos

Juan José Millás en busca del vecino perdido
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Madrid
Una tienda de hielo al corte, por muy mágico que le parezca al coronel Aureliano Buendía, no tiene mucho sentido en el centro de una ciudad europea. Tampoco lo tiene que una calle como Preciados esté flanqueada por pisos turísticos por todas partes menos por una. Ese istmo es la casa familiar de Mercedes Arnalde, el hogar en el que nació hace treinta años y que se resiste a abandonar, aunque ya está harta de caras nuevas casi a diario, de personas que entran y salen del edificio sin dar si quiera los buenos días. De no tener una red de vecinos a los que acudir si necesitas algo o tienes un problema. “Qué extraño es vivir aquí” piensa Millás mientras mira por la ventana cómo los “figurantes” caminan hacia la Plaza de Sol por ese gran decorado en el que se ha convertido el centro de Madrid y los demás centros de cualquier ciudad turística del mundo. Setenta balcones y ninguna flor, escribía Baldomero Fernández en un poema que define perfectamente esa sensación de mirar casas sin vida.
Paseamos con Mercedes por su barrio de toda la vida. Aquí siempre ha habido muchos locales comerciales, pero antes nos conocíamos todos. El señor de la droguería que lo mismo te vendía un pintalabios que una lata de pintura y te hablaba de las dos cosas con la misma autoridad. La zapatería Segarra o Los Guerrilleros que vendían muy barato aunque se anunciaban como los más caros. La librería en la que, una vez a la semana, compraban un libro porque, aunque el dinero escaseaba, ese gasto merecía la pena. Los tiempos cambian y las tiendas también en función, en este caso, de la necesidad de los turistas. Ellos necesitan lavanderías, no tintorerías. Supermercados exprés en lugar de la pollería, carnicería o pescadería de toda la vida. Ya no existe la panadería en la que se compraban francesillas, merengues y galletas en tarros de cristal. Juanjo también echa la vista atrás a los días en los que acompañaba a su madre a hacer gestiones administrativas y al terminar se pasaban por Galerías Preciados a montar en las escaleras mecánicas. Quizás las primeras de la ciudad. Eso era el centro para él, las escaleras mecánicas, su parque de atracciones gratuito.
Como una reliquia puesta ahí para nosotros, topamos con un afilador de los de bicicleta y dinamo, pedaleando como Indurain para afilar los cuchillos del restaurante japonés. Ya no quedan vecindad a la que ofrecer sus servicios. Una cartera se para un momento a conversar con nosotros y se despacha a gusto. La proporción de turistas ha aumentado de forma brutal. “Vecinos quedan, quedan, pero atrapados entre turistas. Reciben paquetes que no puedes entregar porque no tienen roaming y no hay manera de contactar con ellos” A ella no le molestan siempre y cuando sean empáticos. El problema es que estamos confundiendo lo que es turismo “Si voy a ver cómo viven los masáis. es ridículo que echar a un masái de su casa para vivir yo como un masái”. Y así se están quedando todos los centros turísticos de las ciudades, sin masáis, con McDonalds ocupando edificios históricos, con las mismas cadenas de tiendas en todas partes y con pisos que pierden su significado al utilizarlos como alojamientos de paso. “Las últimas cifras hablan de 22 mil pisos turísticos ilegales que el alcalde de Madrid, a pesar de las denuncias, no saben dónde están. Estoy harta pero soy muy cabezota y aquí están todos mis recuerdos” Mercedes, una de las últimas resistentes.

Paqui Ramos
Casi siempre en la radio. Siempre en la SER. Trabajando con Javier del Pino y yendo a sitios con Juanjo...




