El desliz
El rey emérito va a pasar a la historia como (¡chatinas, chatinas!) el Arturo Fernández de su dinastía

Ignacio Martínez de Pisón: "El desliz"
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Madrid
¿Dos deslices en una larga vida matrimonial son muchos o son pocos? Si eres un soso como yo, muchos. Pero si has sido rey de España durante treinta y ocho años y, sobre todo, si eres un Borbón, son pocos, muy pocos. Las monarquías borbónicas es lo que tienen: que ya se ocupan los reyes de mantener altos los estándares de actividad sexual, así que los súbditos no tenemos ni que molestarnos en aportar mucho.
Lo sabemos: si uno come dos pollos y otro come uno, la estadística dice que han comido un pollo cada uno. Esto es lo mismo pero con deslices en vez de con pollos: si uno tiene dos deslices y otro ninguno, salimos a desliz por cabeza, así que gracias, majestad, por hacer mi vida sexual mucho más interesante.
¡Arriba, abajo, al centro y pa’dentro! Como cantaba Javier Krahe, no todo va a ser follar, y menos ahora, en tiempos del poliamor, el Tinder, la Viagra y las parejas abiertas, que, como sabemos, siempre están más abiertas para un lado que para el otro.
Desliz: ¡qué palabra tan antigua, con esas connotaciones como de otro tiempo, cuando el matrimonio era para toda la vida y un instante de debilidad se compensaba luego con un ratito de remordimiento y ración doble de agasajos a la legítima!
El rey emérito va a pasar a la historia como (¡chatinas, chatinas!) el Arturo Fernández de su dinastía, un galán otoñal, más otoñal que galán, que, pudiendo hinchar el palmarés como haría cualquier buen español, va y lo empequeñece para dejarnos a todos a media ración. ¡Ay, Juan Carlos! ¿No te das cuenta de que, si en vez de dos deslices hubieras dicho veinte o treinta, saldrían más a repartir y tus súbditos estaríamos más orgullosos de ti y de nosotros mismos?




