Selecciona tu emisora

Ir a la emisora
PerfilDesconecta
Buscar noticias o podcast

La polarización ya no es solo cosa de la política: impregna la vida cotidiana, aísla y acentúa los problemas de salud mental

El código iframe se ha copiado en el portapapeles

La polarización ya no es solo cosa de la política: impregna la vida cotidiana, aísla y acentúa los problemas de salud mental

00:00:0027:18
Descargar

Se ha convertido en la principal estrategia de los partidos políticos, pero también logra irrumpir en el día a día de la población y sus vidas

Madrid

Un día, como suele suceder, un médico de familia le derivó un caso a Guillermo Lahera, psiquiatra en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Era una señora de unos 60 años, con un cuadro ansioso-depresivo. Al entrar en la consulta, Lahera le preguntó:

—¿Cómo está? ¿Cómo se encuentra?

—¡Cómo voy a estar con el desgraciado este que nos hace la vida imposible!

Al psiquiatra le llamó la atención. Sabía que su paciente se refería a un líder político, pero no sabía a cuál. Al principio, pensó que podía ser Donald Trump. “Estaba ante una persona polarizada, no cabía duda”, explica Lahera. “En vez de mostrar su vulnerabilidad, me presentaba un conflicto político”.

El líder que le causaba ese malestar era Pedro Sánchez. La señora no le soportaba. Tenía que apagar la tele cuando le veía aparecer en el telediario. Incluso lo imitó en la consulta. “Ver a Pedro Sánchez era para ella un dolor corporal”, cuenta el psiquiatra. “Para ella, era una persona que no tiene derecho a ser presidente del Gobierno y que, si le ocurriera algo malo, le generaría mucha alegría. La deshumanización y la falta de empatía es impresionante”.

Durante unos quince minutos, la paciente buscó la complicidad del psiquiatra. Quería que él la reafirmara en su resentimiento. Lahera no podía entrar en eso. Pero corría, explica, otro riesgo: que ella, por no comulgar con sus ideas, le pusiera la cruz y no confiara en él ni hiciera caso a sus indicaciones. El psiquiatra intentó rascar en las emociones, ver qué había detrás de esa polarización. Consiguió que la paciente llegara a la conclusión de que su rutina diaria –encadenando la tertulia de la radio con la de la televisión y con un consumo excesivo de redes sociales– le estaba provocando sensaciones muy negativas.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados en Madrid. EFE/Borja Sanchez-Trillo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados en Madrid. EFE/Borja Sanchez-Trillo / Borja Sanchez-Trillo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados en Madrid. EFE/Borja Sanchez-Trillo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados en Madrid. EFE/Borja Sanchez-Trillo / Borja Sanchez-Trillo

No es el único caso de este tipo que ha recibido Lahera. Cuenta que desde hace unos cinco años empezó a notar un aumento de problemas de salud mental asociados a la polarización.

La confrontación política impregna nuestra vida cotidiana. Hay personas que abandonan grupos de WhatsApp porque no soportan lo que dicen sus amigos, sus tíos, sus cuñados. Hay familias que prohíben que se hable de política en la mesa para evitar discusiones. Y hay personas inmersas en cámaras de eco –no solo virtuales– donde solo escuchan ideas que refuerzan lo que ya piensan. La confrontación política afecta a nuestras relaciones personales, a nuestra manera de informarnos, a nuestra manera de pensar y a nuestra capacidad para hablar unos con otros.

La polarización, principal estrategia de los partidos

España está fragmentada. Lo están los políticos y lo está la sociedad. Aunque la discrepancia ideológica no es necesariamente negativa. El problema llega cuando el distanciamiento pasa a estar dominado por las emociones, cuando hay un rechazo visceral al contrario, como ocurre en la consulta de Guillermo Lahera. La pregunta es: ¿quién tiene la culpa? Y la respuesta no está clara. Ninguno de los investigadores que hemos entrevistado para este reportaje apunta a un único culpable.

Luis Miller, sociólogo e investigador del CSIC, cree que los políticos no pueden tener toda la culpa. “No todo es de arriba a abajo”, apunta. Miriam Juan-Torres, investigadora de la Universidad de Berkeley, también hace referencia a múltiples factores. Menciona la desigualdad, el sistema electoral, la crisis de 2008, los medios de comunicación, la necesidad de pertenecer a un grupo. “Son como la atmósfera en la que respiramos”, sostiene. Ismael Crespo, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Murcia, señala también la llegada de Vox como un momento clave en el que la polarización política comienza a aumentar. Según el Grupo de Investigación sobre Opinión Pública de la Región de Murcia, el centro que dirige Crespo, la polarización en España ha aumentado más de un 30% desde 2021.

Sea cual sea el origen, los tres académicos están de acuerdo en algo: la polarización se ha convertido en la principal estrategia de los partidos políticos. Miriam Juan-Torres pone un ejemplo. Cuenta que un día, tras una conferencia sobre polarización, se le acercó una persona de un partido político y le pidió consejo para polarizar pero presentándose como “el partido de la despolarización” en España. Prefiere no revelar de qué partido se trataba.

La presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, interviene en el pleno de la Asamblea de Madrid. EFE / Rodrigo Jiménez

La presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, interviene en el pleno de la Asamblea de Madrid. EFE / Rodrigo Jiménez / RODRIGO JIMÉNEZ

La presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, interviene en el pleno de la Asamblea de Madrid. EFE / Rodrigo Jiménez

La presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, interviene en el pleno de la Asamblea de Madrid. EFE / Rodrigo Jiménez / RODRIGO JIMÉNEZ

El objetivo de esta estrategia es movilizar. “Es utilizar estrategias que dividen al de enfrente”, explica Miller, autor del libro ‘Polarizados, la política que nos divide’. Este sociólogo sostiene que los principales partidos se dedican a explotar temas que saben que generan apoyo en sus bases y que, a la vez, enfrentan al contrario. Es algo que vemos a diario en la política. Lo ha hecho el Gobierno recientemente, por ejemplo, haciendo del aborto el eje de su discurso porque sabe que divide al PP. Y lo ha hecho el Partido Popular, intentando poner el foco en la inmigración porque sabe que no todos piensan igual en el PSOE. Es algo que forma parte de la dinámica de los partidos y, según Juan-Torres, puede ser incluso oportuno, por ejemplo, a la hora de señalar injusticias o vulneraciones de derechos. “La neutralidad o el centrismo no son necesariamente las soluciones”, apunta.

Lo que ocurre es que el distanciamiento ideológico es tal que los partidos solo hablan de aquello que les divide y casi nunca de los asuntos en los que sí están de acuerdo. “No hay conversación”, sostiene Miller. “Unos quieren hablar de una cosa y otros de otra y son exactamente aquellas cosas que unen a los tuyos y dividen a los otros”. Miller cree que esto no siempre ha sido así: recuerda una época en la que los políticos sí ponían el foco en asuntos en los que la mayoría de la sociedad estaba de acuerdo, como la economía o el trabajo. “Eran temas sin un sesgo ideológico claro”, sostiene.

Según Ismael Crespo, los partidos políticos han descubierto que polarizar es “un negocio”, que les acerca más a sus votantes. Para conseguirlo, se dedican a simplificar los discursos, reduciéndolos a posiciones binarias sin matices. En ese camino, es habitual acabar no solo polarizando, sino crispando. Desacreditando moralmente al contrario, demonizándolo, convirtiéndolo en una amenaza existencial y convenciendo a los tuyos de que, efectivamente, lo es.

Esto tiene consecuencias. De un lado, consecuencias democráticas, porque si el de enfrente es el enemigo, si es el demonio, es difícil justificar un pacto con él. “Te estás inhabilitando a la hora de pactar, porque entonces estarías enviando el mensaje de que pactas con el enemigo”, señala Juan-Torres.

En realidad, los partidos sí votan juntos en algunos asuntos, pero no suelen hacerlo en los que tienen relevancia mediática: no les interesa airear un acuerdo. Eso, según la investigadora de la Universidad de Berkeley, ahonda en la percepción del déficit democrático, contribuye a una sensación de indignación moral y puede acabar abriendo la puerta a prácticas autoritarias. “Si un votante está muy polarizado y percibe al otro como un enemigo, puede pensar que la vigilancia masiva, la vulneración de derechos, la detención sin proceso judicial son medidas autocráticas pero necesarias porque el otro es malo y peligroso”, indica esta investigadora. La deshumanización puede llevar, incluso, a algunas personas a pensar que la violencia es una medida necesaria para evitar el éxito del enemigo.

La polarización tiene, pues, consecuencias democráticas. Pero también sociales. Los simpatizantes de los partidos, dicen los investigadores, se convierten en hooligans. Da igual lo que se diga; lo importante es quién lo diga. Ante eso, la sociedad se divide en dos bandos. No solo por el rechazo al líder del partido contrario, sino por el rechazo a todo el que lo apoya.

Concentración frente a la sede del PSOE en Ferraz en la Nochevieja de 2024.

Concentración frente a la sede del PSOE en Ferraz en la Nochevieja de 2024.

Concentración frente a la sede del PSOE en Ferraz en la Nochevieja de 2024.

Concentración frente a la sede del PSOE en Ferraz en la Nochevieja de 2024.

“El vacío en el pueblo es enorme”

Ana es de izquierdas de toda la vida. Tiene 81 años y el pelo teñido de rojo. Vota a Izquierda Unida y no le gusta que se metan con el presidente del Gobierno. “Pobrecillo”, dice Ana sobre Pedro Sánchez. “Pueden cometer errores, pero prefiero este gobierno. Me da pánico que puedan entrar estos, que no son de derechas: son nazis”, cuenta. Ana vive con miedo a que un gobierno del PP y Vox suponga un retroceso en derechos, sobre todo en los derechos de las mujeres. “Nos ha costado mucho esfuerzo a la gente de mi generación”, dice recordando las primeras concentraciones feministas a las que fue, cuando apenas se reunían “cuatro”.

A veces, cuando está viendo la televisión y sale Isabel Díaz Ayuso, Alberto Núñez Feijóo o Donald Trump, les insulta. Pasa en muchas casas. Ana se esfuerza por decir en alto sus nombres para que los vecinos no piensen que se dedica a insultar a su marido.

Ana no es su nombre real. Prefiere no decirlo para que no la reconozcan en su pueblo, una localidad a unos 40 kilómetros de Madrid, donde suele ir a pasar algún fin de semana y los meses de verano. Es allí donde está notando un aumento de la polarización. En Madrid, se junta, sobre todo, con amigos con los que comparte ideología. Aunque, a veces, después de las clases de taichi o de gimnasia, se va a comer con sus compañeras, un grupo más diverso. No hablan de política. Si una saca un tema espinoso, Ana, y las que piensan como ella se dan patadas por debajo de la mesa para no entrar al trapo.

En el pueblo la historia es otra. “El vacío es muy acusado”, dice Ana con naturalidad. “Hay gente que me huye. Si pueden, no me dicen ‘hola’. Tengo la etiqueta. Incluso una que vino de fuera, de Andalucía, igual, no me habla por roja”. Le ha ocurrido, incluso, que en una misa de un entierro, no se le acerquen para darle la paz. Está convencida de que le sucede por ser de izquierdas, a pesar de que su familia es conocida en el pueblo.

Santiago Abascal, en una imagen de las elecciones del 23 de julio, en la sede de Vox.  A. Perez Meca / Europa Press

Santiago Abascal, en una imagen de las elecciones del 23 de julio, en la sede de Vox. A. Perez Meca / Europa Press / Europa Press News

Santiago Abascal, en una imagen de las elecciones del 23 de julio, en la sede de Vox.  A. Perez Meca / Europa Press

Santiago Abascal, en una imagen de las elecciones del 23 de julio, en la sede de Vox. A. Perez Meca / Europa Press / Europa Press News

La ideología se está convirtiendo en algo cada vez más importante de la identidad de una persona. Para muchos, el partido al que votamos es más revelador que los libros que leemos, la música que escuchamos o a qué nos dedicamos. En muchas ocasiones, la ideología vertebra la identidad: nos define. Y eso está provocando que se creen dos realidades paralelas. Dos bandos. “Es una visión de la realidad en blanco o negro, donde ellos pertenecen a un grupo puro y salvador y se enfrentan a otro totalmente inmoral e indigno”, sostiene Lahera.

Lahera, en su consulta, ha percibido que tanto Pedro Sánchez como Isabel Díaz Ayuso despiertan sentimientos como la ira, la rabia o el odio. Los describe como un “pararrayos” de la polarización. Patricia Fernández, psicóloga clínica, coincide. Fernández trabaja con pacientes en rehabilitación cardíaca, que han sufrido un infarto o una angina de pecho, y observa cómo, al estrés familiar o laboral, se suma también un estrés ambiental. “Empiezan a decirnos que no aguantan el telediario, que la radio les sube la tensión”, cuenta. “Nos dicen: ‘¿Cómo no voy a estar así con lo que está pasando en la política?’”.

Según estos expertos, hay personas más vulnerables a la polarización: los que no soportan la incertidumbre y necesitan certezas, los que están pasando por un mal momento personal y canalizan su malestar a través de la política o los que están siempre alerta. “Es como una estación de llegada desde varias personalidades”, explica Lahera. Pero ocurre, además, que los polarizados no suelen creer que lo están, creen que están en lo cierto, que tienen la razón. Por eso, Lahera cree que todos debemos autoexplorarnos y preguntarnos hasta qué punto estamos polarizados. “¿Qué busco cuando me conecto con una tertulia política? ¿Conecto para que me den la razón? ¿O para cultivar el espíritu crítico? Es distinto”, plantea.

Cuentan los investigadores que vivimos en burbujas, en cámaras de eco virtuales, pero también reales. Cada vez es menos habitual relacionarnos con personas que piensan diferente. Incluso ocupamos espacios físicos distintos. Ismael Crespo, por ejemplo, profesor de la Universidad de Murcia, celebró hace poco su 60 cumpleaños. Hizo una fiesta y al organizar con su mujer las mesas, uno de los criterios que utilizaron fue la ideología. “Salió bien”, recuerda. “Si no, si sale un tema político, se acaba montando”.

Entre esos dos bandos, la conversación es prácticamente imposible. Se suele debatir con el afán de convencer al contrario, no de entender sus argumentos. “Desaparece la curiosidad”, indica Guillermo Lahera. La polarización, a su juicio, la destruye, igual que acaba con la empatía o con el sentido del humor. “El único humor que uno detecta en una sociedad polarizada es el humor del escarnio. Es el choteo y la burla”, explica este psiquiatra. “El humor saludable, el que implica distancia y tomarse las cosas con calma, creo que sería un buen antídoto para la polarización”.

Lahera apunta, además, a otra solución: volver a mezclarnos. Quizás el remedio, más allá de la estrategia de los políticos, está en algo tan simple como conocernos.

Quererse a pesar de la ideología

Iker y Eloi no están de acuerdo en casi nada. Eloi es monárquico, Iker, republicano. Iker es feminista, a Eloi no le gustan las etiquetas. “¿Aunque sean buenas?”, le pregunta Iker algo incrédulo. No piensan lo mismo sobre migración. Ni sobre los toros. Ni sobre Isabel Díaz Ayuso: a Iker le indigna y a Eloi, en cambio, le encanta. “Te encanta solo porque me toca las narices a mí”, responde Iker.

Iker es de Bilbao, aunque ha crecido en Alicante. Hasta hace poco se dedicaba al mundo de la publicidad y la comunicación, pero sentía que no le llenaba y que no estaba contribuyendo con nada bueno a la sociedad. Ahora es profesor. Eloi es de la Comunidad Valenciana. Cuando era pequeño, en los exámenes escribía por un lado lo que aparecía en el libro de texto y, por otro, lo que él, en realidad, pensaba del asunto. Se dedica al marketing y, como en todo lo demás, discrepa con Iker. “Ese dilema no lo tengo porque opino que a la sociedad se aporta cuidándote a ti y a los tuyos”, sostiene.

Son pareja y llevan juntos más de un año. Iker vota a la izquierda y Eloi, al PP. Lo saben desde la noche en la que se conocieron: fue un viernes, en una fiesta. Empezaron a hablar y no dejaron de hacerlo en toda la noche. Eloi le contó a Iker que había ido en las listas del PP de su pueblo. “Yo recuerdo que dije: ‘¿Qué? Es broma, ¿no?’”, cuenta Iker. Pero no lo era. Eloi, de hecho, para probar que lo que decía era verdad le enseñó un vídeo de la campaña. “Y dije: ‘no, por favor’”. Encima en la Comunidad Valenciana, con el pasado del PP allí”, recuerda Iker. “Pero me enamoraron tantísimas cosas”.

La ideología nunca fue un impedimento. Ninguno cree que sea eso lo que les define o vertebra su identidad. Tampoco creen que sea determinante en una relación de pareja. Siempre se han relacionado con personas que piensan diferente. “La política no lo es todo”, dice Iker.

Hay opiniones de Eloi que a Iker le enervan, como cuando le dijo que, entre Biden y Trump, él, si fuera estadounidense, habría votado a Trump. “Me chirría que alguien que comparte mi espacio vital piense de esa manera. Me saltan todos los esquemas y me cabreo”, cuenta. En ocasiones, las conversaciones escalan, pero cuando debaten se escuchan y siempre saben parar a tiempo. “A veces nos pegamos cuatro gritos y ya está”, cuenta Eloi. “Hay veces que uno intenta bajarle el tono al otro o cambiar de tema”.

Sus posiciones, dicen, no son absolutas. Al hablar, son capaces de ir “quitándole capas a las opiniones” para intentar llegar a un punto en común, aunque Eloi reconoce que pocas veces lo consiguen. “Nos conocemos y nos queremos como somos”, explica Iker. “Yo nunca dejaré de debatir ni con él ni con nadie”.

¿Cuál es la receta? ¿Cómo se puede convivir con alguien que piensa radicalmente diferente?

“Va a sonar muy típico”, dice Iker agarrando a Eloi de la mano, “pero quererse mucho”. “Hacerse muchos mimitos”, coincide Eloi riéndose. También el respeto, la educación y estar abierto a entender las opiniones del otro. “Y si no entiendes, aceptar”, añade Eloi. “Y reírse mucho”, apuntan los dos. Y tener, claro, otras cosas en común.

Iker y Eloi apenas comparten nada desde el punto de vista ideológico, pero sí valores, gustos y formas de vivir la vida. Les encanta la cultura, el cine y la lectura. Además, tienen en común un referente de la adolescencia: Sharpay Evans, el personaje de rica, pija y triunfadora de High School Musical. Descubrieron que tenían a Sharpay Evans en común el día en el que se conocieron. Esa noche estuvieron 40 minutos en un baño hablando de Sharpay, para sospecha de todos sus amigos.

—Sharpay Evans podría ser de derechas, ¿no?

—Sí, seguro que sería republicana, pero tipo Paris Hilton, que empezó republicana y ahora es demócrata—responde Iker.

—A Sharpay no le define la ideología— zanja Eloi.

A ellos tampoco.

 

Directo

  • Cadena SER

  •  
Últimos programas

Estas escuchando

Hora 14
Crónica 24/7

1x24: Ser o no Ser

23/08/2024 - 01:38:13

Ir al podcast

Noticias en 3′

  •  
Noticias en 3′
Últimos programas

Otros episodios

Cualquier tiempo pasado fue anterior

Tu audio se ha acabado.
Te redirigiremos al directo.

5 "

Compartir