El tesoro cinematográfico del Totó leonés

En un rincón de León vive Miguel Pérez, un hombre que parece salido de la gran pantalla. Si alguna vez te emocionaste con Cinema Paradiso, prepárate: Miguel es el Totó de carne y hueso. Desde niño se enamoró del cine, colándose en cabinas de proyección y aprendiendo de Adolfo, su maestro, igual que Alfredo lo fue para Totó. Aquellos domingos entre bobinas y proyectores marcaron su vida para siempre.

Aunque trabajó como electricista en una azucarera, nunca dejó de soñar con el séptimo arte. En los años 70 recorría pueblos con su Seat 600 para montar sesiones improvisadas. “El cine se ponía a tope porque ver una película era todo un acontecimiento”, recuerda.

Su pasión se transformó en colección en 1996. Empezó con una cámara Super 8 y hoy atesora más de 100 proyectores, filas de butacas, carteles clásicos, equipos de sonido y hasta tacos de entradas de antaño. Entre todas esas joyas, hay una pieza que guarda como oro: un proyector Pathé Baby de los años 20, a manivela, que fue el primero pensado para proyectar cine en casa. “Ese me cautivó”, confiesa.

Lo más increíble es que todo este patrimonio no está en una gran ciudad, sino en Villarejo de Órbigo, su pueblo leonés de apenas 2.000 habitantes. Allí ha creado un museo abierto para que la gente pueda descubrir cómo se trabajaba en el cine hace más de un siglo. “Quiero que se quede aquí, para que los jóvenes lo vean”, reivindica Miguel, convencido de que la cultura también debe vivir en los pequeños pueblos.

Han intentado comprarle la colección desde Madrid y Barcelona, pero él se mantiene firme. Su legado no se vende: se comparte. Porque para Miguel, el cine no es negocio, es emoción, memoria y comunidad.