Harris Dickinson: "Hemos perdido la confianza en los políticos. El cambio está en la comunidad y la empatía"
El actor debuta en la dirección con 'Urchin', un drama social enraizado en la tradición del mejor cine británico que retrata el proceso de búsqueda y descubrimiento de un joven sin hogar
Harris Dickinson presentó en el pasado Festival de Cannes su debut, 'Urchin' (Photo by Dominique Charriau/WireImage) / Dominique Charriau
San Sebastián
Harris Dickinson (Londres, 1996) forma parte de una nueva generación de intérpretes británicos que, formados en la tradición teatral y en las series, han dado el salto al cine de autor y a producciones más ambiciosas de Hollywood. Junto a Paul Mescal, Josh O’Connor, George Mackay o Barry Keoghan, el actor ha irrumpido en los últimos años gracias a películas como ‘El triángulo de la tristeza’, en la que interpretaba a ese modelo que cambiaba la cara según si posaba para H&M o para Balenciaga, o ‘Babygirl’, donde era el becario y objeto de deseo de Nicole Kidman. Antes ya había trabajado con directoras tan interesantes como Eliza Hittman o Joanna Hogg. Como es habitual en una industria que encasilla y pone etiquetas a los actores, a muchos les sorprendió su debut en la direccion con ‘Urchin’, película que presentó en la sección Un certain regard en el pasado Festival de Cannes.
“La gente probablemente no sepa en qué he estado gastando mi tiempo. Cuando dije que quería hacer esta película, e incluso cuando la hice, percibí una sensación general de, ah, ¿querías hacer una película? ¿te apetecía dirigir una película, no? ¿Eres como un actor privilegiado que ha decidido que quiere probar a hacer esto? Y realmente siempre ha sido mi meta número uno, la más profunda de mi vida. Nadie lo sabe porque no he andado por ahí diciéndolo. Desde fuera parece algo frívolo o fácil, pero la realidad es que han sido años de dedicación a esto. Es mi primer amor. Probablemente la gente esté un poco confundida, te ven en unas películas y luego te ven intentando hacer una película, y dicen, ¿qué eres tú? ¿qué quieres hacer? No sé muy bien qué significa eso para mi imagen”, respondía el actor a la Cadena SER en el pasado Festival de San Sebastián.
El actor, de hecho, ya se había puesto detrás de las cámaras en varios cortometrajes y siempre había sentido la pulsión de escribir y contar historias. La actuación llegó a su vida casi como un medio de supervivencia. “Cuando era niño hacía vídeos de skate, pensaba que tal vez sería camarógrafo y luego fui a la universidad y empecé a hacer mis propios cortometrajes y una serie de comedia que publicaba en YouTube todas las semanas. Pero luego la actuación se volvió algo más realista para mí. La escuela de cine era muy cara y ni siquiera sabía si eso era como una posible carrera. Empecé a dedicarme al teatro, eso fue cuando tenía unos 20 o 21 años, pero creo que la escritura fue algo que siempre estuvo ahí. Hice mi cortometraje ‘2003’ y ahora he sentido como si tuviera el permiso para hacerlo, como si alguien me diera la confianza necesaria para hacerlo y me dijera, esta es una posibilidad para ti. Solo se trataba de obtener el permiso de alguna manera”, confiesa.
Criado en Londres en una familia de clase media, el universo en el que creció Harris Dickinson es rastreable en su primer largometraje. ‘Urchin’ es un drama social que narra la historia de un joven sin hogar que lucha por sobrevivir mientras huye, busca alguna salida a su vida y se topa con oportunidades que le devuelven algo de esperanza. Un relato cercano al actor por dos motivos. El primero porque su padre es trabajador social y él mismo ha colaborado con organizaciones que ayudan a este tipo de personas en riesgo de exclusión. “Estuve trabajando en mi comunidad local del este de Londres con personas que viven en la calle durante algunos años y era un tema que me interesaba y a la vez me molestaba. El gobierno local no necesariamente ayuda de la manera correcta a pesar de sus esfuerzos. Esas lagunas fueron las que me motivaron a intentar contar una historia sobre alguien que está luchando consigo mismo. Quería que fuera un estudio de personajes y, a partir del suceso que pasa en la película, quería entender cómo se desenmarañaba todo esto y sus consecuencias, y descubrir también cómo podíamos viajar a través de mundos diferentes. Empezamos en la calle, vamos a un hotel, luego se reúne con esa chica y sus amigos y todo se convierte en algo diferente. Es como una odisea, cada nueva interacción es como una nueva prueba de su carácter”, comienza a explicar y sigue. “La realidad es que para mucha gente como Mike, hay una lucha constante. Entran a la cárcel, salen, se reforman, consiguen un trabajo, así una y otra vez. Y algunas personas tienen la esperanza de encontrar ayuda, encontrar una red de apoyo y conseguir un trabajo. Harán una transformación, dejarán de lado su adicción y seguirán adelante, pero ese no es siempre el caso, así que quería mostrar la dificultad de alguien en ese escenario, sin centrarme en las instituciones. Para mí, nunca se trató de mostrar las deficiencias de la libertad condicional o la reforma penitenciaria. Admiro mucho a las personas que trabajan en esos campos. Mi padre es trabajador social y no quiero que parezca que culpo a nadie”, añade.
Y el segundo motivo de esta aproximación a un cine social viene de la influencia de películas que le ponía su madre. La influencia de toda una tradición de autores que han mirado a la clase obrera desde diferentes puntos de vista. “Tengo un tatuaje de ‘Kes’, la película de Ken Loach, es uno de mis chicos”, dice mientras se levanta la manga de la camiseta de su brazo derecho y enseña orgulloso el tatuaje de una de las obras del director que posiblemente ha retratado con más dignidad a los trabajadores. “Crecí con ese tipo de cine. Mi madre me descubrió a Mike Leigh y yo me identificaba con los personajes de su mundo. Sentía que eran personas como las que estaban en mi vida y me resultaba intrigante. Y luego también me han interesado autoras como Lynne Ramsay, que comenzó con el realismo social, pero luego pasó a algo más surrealista y abstracto, en ‘Tenemos que hablar de Kevin’ o ‘Morven Callar’. Ves esas películas y es alguien que se basa en el realismo, pero que lo lleva a otra parte, se aparta de esa estructura del género. Las películas de Mike Leigh, Ken Loach, Shane Meadows, Andrea Arnold, Sarah Gavron, Clio Bernard, todo cineastas del Reino Unido, también Joana Hogg, me han influido, son la base de esa tradición y estoy agradecido de haber salido de ahí”, cuenta de sus referentes.
La influencia de esos autores es palpable en el amor por el protagonista de ‘Urchin’, al que interpreta un fantástico Frank Dillane como ese joven vulnerable y frágil, pero a la vez misterioso, contradictorio y capaz de caer en los mismos errores, de querer aprender y volver a la casilla de salida. “Es importante amar a tus personajes, incluso si son muy cuestionables o si toman decisiones difíciles. Me interesaba saber hasta qué punto podríamos poner a prueba la tolerancia de la gente hacia un personaje. Pero al final del día, era importante que Mike fuera alguien a quien pudiéramos aferrarnos y con quien pudiéramos identificarnos de alguna manera, aunque no sea necesariamente cercano a nosotros. En cada escena, podemos encontrar información sobre cómo este personaje navega por el mundo, sin dar informacion sobre su pasado, como si cada nuevo momento fuera una definición de él”, defiende Dickinson de un personaje al que mira con compasión y comprensión sin caer en una caridad paternalista. “Se trata de ver cómo responde a sí mismo y a la vez quiénes somos como personas. Todos somos complicados. A pesar de que llevamos en este planeta millones de años, todavía tenemos estas deficiencias en las que volvemos a caer. Me interesaba ponerle cosas delante para ver qué camino tomaba. Al final para él es como una huida, una esperanza, un consuelo”, añade.
El guionista y director describe el periplo de este personaje, su tendencia autodestructiva y su búsqueda de afecto, se cuestiona si es posible salir solo de esa rueda, si el hecho de encontrar gente que le ayude y le consuele lo puede alejar de la calle, de los pequeños hurtos y las drogas, de si existe un sistema asistencial enfocado en la reinserción, de si alguien que arrastra todo eso puede formar parte de una sociedad productivista. Dickinson lo hace aunando un cine en movimiento que sigue con rabia y fuerza visual al protagonista y un cine físico que también muestra cómo canaliza el dolor en su cuerpo y en sus momentos de desconexión del mundo donde abre la puerta a realidades paralelas. Para eso encuentra un buen socio en el actor Frank Dillane, capaz de encarnar todas esas fases del personaje en una huida a ninguna parte. “Lo había visto hace unos años en la serie ‘Fear The Walking Dead’, pero no lo conocía. Cuando empezamos a hacer las audiciones con los actores, entró en la sala e hizo un casting increíble, me pareció bastante intrigante. Yo tenía claro que no quería caer fácilmente en el estereotipo de joven rebelde y estereotipado del cine británico, hemos visto muchas versiones de Tim Roth en ‘Made in Britain’. Y creo que es increíble, pero también pensaba: ¿cómo podemos encontrar algo nuevo? Frank representaba exactamente lo que necesitaba, porque tenía que ser encantador y extraño y tenía que avergonzarse y a la vez ser patético, no quería a alguien que se creyera guay, buscaba mostrar a un humano imperfecto”.
Al igual que muchos autores a los que referencia el propio Dickinson, el joven actor entiende que su cine es político, que pone la cámara donde muchos ni miran e interpela a una sociedad cada vez más individualista y deshumanizada. “Quería involucrarme en causas, quería movilizarme, pero no sabía cómo. Mucha gente siente el mismo nivel de frustración en torno a ciertos temas. Es como si nos preocupáramos por ellos, queremos un cambio, pero no sabemos por dónde empezar. Si por el activismo, por un cambio legislativo a nivel gubernamental, o simplemente por un apoyo individual. Hay una organización benéfica increíble en Londres llamada Under One Sky. Y van por todo Londres en grupos de cinco personas, todas voluntarias. Se registran y, literalmente, caminan por las calles y encuentran a personas que se encuentran en situaciones vulnerables, ya sea que duerman a la intemperie o lo que sea. Y proporcionan comida, hacen controles de bienestar, entregan sacos de dormir y suministros. Y para mí, cuando trabajaba con esos tipos, pensaba, bueno, esto es algo inmediato. Es como algo muy concreto. Puede que no esté cambiando todo el panorama, pero es como: ¿qué se puede hacer hoy que sea efectivo de alguna manera, verdad?”, razona el intérprete sobre las acciones que cada uno podemos hacer para mejor nuestro mundo y eleva la reflexión. “Hemos perdido la confianza en las estructuras jerárquicas, hemos perdido la confianza en los políticos, no quiero ser cínico, pero en este mundo, hacia dónde vamos exactamente si hay tanta desconfianza en la gente. El cambio está en la comunidad, en los esfuerzos locales, en la comprensión y en la empatía. La empatía a escala global es la mejor oportunidad para un cambio de actitud. La película no trata de enviar mensajes, pero sin duda es política. Espero que inspire una conversación, aunque yo no puedo tener una respuesta profética”, concluye.
José M. Romero
Cubre la información de cine y series para El...Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes sociales del programa. Los Goya, los Feroz, el Festival de Cannes, Venecia, San Sebastián y Málaga son paradas obligadas durante la temporada audiovisual.