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La inversión o la vida

Seguramente hace falta construir más viviendas, pero eso por sí solo no va a garantizar que exista una oferta con precios asequibles, porque cada vez hay un mayor volumen de inversión en busca de rentabilidad

Vista general de obra nueva y en construcción en Valencia / Ana Escobar (EFE)

Vista general de obra nueva y en construcción en Valencia

Madric

La querencia de los españoles por el ladrillo a la hora de poner a trabajar sus ahorros es bien conocida y viene de antiguo. Se podría sospechar que en ese rasgo tan identitario podría anidar una histórica desconfianza hacia los bancos y las bolsas. Sin embargo, los datos lo desmienten. Incluso cuando nuestro sistema financiero está ya plenamente homologado al del resto de Europa en cuanto a su solvencia, la fe de los españoles en la inversión inmobiliaria ha seguido aumentando. Hoy somos el país europeo donde los activos inmobiliarios ocupan una mayor proporción del patrimonio total: casi un 76 %, según un informe del banco suizo UBS.

Otros estudios recientes -como los de Fedea o EsadeEcPol- abundan en ese mismo fenómeno al señalar que se ha producido en los últimos años un fuerte aumento de la inversión en segundas residencias o viviendas para alquilar. Se trata de un comportamiento extremadamente racional en términos financieros, ya que el alquiler ha sido una actividad muy rentable. Los datos del Banco de España señalan que la rentabilidad del alquiler en el primer trimestre de 2025 llegó al 15,4 %, la cifra más elevada en casi dos décadas.

Aunque la inversión inmobiliaria atrae a muchas de las familias situadas entre la mitad con más patrimonio, esa actividad se concentra de manera especial en el 10 por ciento de las familias más ricas. Esto hace que se genere una doble palanca de creación de desigualdad: la inversión en vivienda para alquilar les hace cada vez más ricos, mientras la subida de los alquileres empobrece a quienes no tienen vivienda propia. Es decir, que el mismo fenómeno que nos facilita visitar esas ciudades que están de moda alojándonos en apartamentos turísticos, consume buena parte de nuestro salario si vivimos de alquiler.

El problema de la vivienda tiene con seguridad muchas causas y algunas no son exclusivas de España, pues otros muchos países europeos presentan situaciones similares. Pero quizás una de las que hace más difícil avanzar hacia posibles soluciones es la de intentar conciliar los intereses y derechos de los que necesitan una vivienda para vivir y de quienes tienen viviendas como inversión. Son planetas diferentes.

Lo dice la eurodiputada italiana Irene Tinagli, que preside el comité creado en el Parlamento Europeo para abordar la crisis de la vivienda: “La vivienda no es un bien de consumo, pero en muchas ciudades es un bien de inversión pura”. Avisa, además, de que no se trata tan solo de grandes inversores, sino de multitud de pequeños ahorradores, de personas “que han decidido vivir de rentas”. Todos fantaseamos alguna vez con poder vivir de las rentas. Por eso, quizás más eficaz que hacer juicios morales sobre la actividad de los rentistas -grandes y pequeños- sería separar completamente la gestión del derecho de todos a una vivienda digna de la actividad de inversión inmobiliaria, porque tienen lógicas incompatibles.

Seguramente hace falta construir más viviendas, pero eso por sí solo no va a garantizar que exista una oferta con precios asequibles, porque cada vez hay un mayor volumen de inversión en busca de rentabilidad. La riqueza en el mundo lleva aumentando de forma ininterrumpida desde el inicio de este siglo y lo hace a una tasa anual del 3,4 % en términos reales. Un tsunami inversor que ha encontrado un filón en los apartamentos para alquiler turístico y en las plataformas tecnológicas que permiten maximizar el beneficio de esa actividad y reducir el coste de gestión.

Obviamente, el problema es que construir esas viviendas de interés público que hacen falta al margen del implacable mercado inmobiliario exige un esfuerzo sostenido, consensuado y compartido que encaja mal en el entorno político actual. Vivienda pública de alquiler, vivienda social de precio tasado, fomento de la construcción por parte de cooperativas, vivienda pública de promoción privada mediante cesión de suelo y garantía de una rentabilidad moderada de interés para fondos de pensiones y grandes carteras de inversión… Todo puede venir bien, menos seguir creyendo que el bendito mercado arreglará esta enorme fractura social del acceso a la vivienda.

José Carlos Arnal Losilla

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 

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