José Antonio Labordeta, una mochila llena de emoción y de bondad
Una vida de pasión, música y compromiso que transformó la voz de Aragón en un eco de libertad

El viaje de ida | José Antonio Labordeta, una mochila llena de emoción y de bondad
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José Antonio Labordeta nació en Zaragoza en 1935, y desde su infancia quedó marcado por los contrastes de la vida: la vitalidad del mercado central y la cultura que bullía en el hogar familiar, la dureza de la posguerra y la riqueza humana de los libros y las ideas. Como recuerda su hija Paula Labordeta: "El sufría con los que sufría, se alegraba con los que le pasaban cosas buenas. Yo creo que, como él dice, es un niño de la guerra, y la empatía viene del sufrimiento de la infancia. El que pasa una posguerra pues o es empático o algo le pasa en la cabeza".
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Desde muy joven, José Antonio mostró una sensibilidad que iba más allá de la rutina diaria. Su hermano Miguel, poeta reconocido en Aragón y España, fue un referente clave en su formación. Paula recuerda cómo su padre tenía acceso a la biblioteca de Miguel: "Desde pequeño, a mi padre le deja entrar en esa biblioteca y le va dando libros, para que mi padre se vaya metiendo, sobre todo en la poesía". Ana Labordeta añade que "su hermano Miguel sí que le marcó mucho, pero su padre también era un hombre muy culto, muy humanista. En esa casa había muchos libros y mucha gente muy interesante. Y luego con todo ese contraste de vivir al lado del mercado central, que era la tierra pura, la vitalidad".
El palacio frente al Mercado Central
La casa familiar era, según el propio Labordeta, "un palacio enorme, un caserón, como vivir en un transatlántico donde podías inventar todo lo que quisieras". Eva María Pérez, compañera de Radio Zaragoza, describe cómo ese espacio se transformó con el tiempo y ha dejado de ser "una vivienda cualquiera".
"Ahora vive su versión más moderna mezclando los puestos de siempre con los bares de tapas de ahora. Hemos envejecido desde que Labordeta pasó su infancia y juventud en esta casa, y también nos hemos vuelto mestizos. Desde aquel balcón donde el abuelo veía Zaragoza, ahora se puede ver también un trozo de mundo”, cuenta Pérez.
El túnel de Canfranc
Durante su juventud, José Antonio se movió entre la música, la poesía y la cultura zaragozana. Paula recuerda: "Como dice mi padre, ahí se hablaba de todo menos de poesía. Ahí conoce a grandes poetas". Ángela Labordeta explica que "eran un grupo de locos poetas que estaban en esa Zaragoza gusanera de los años 50 y 60. Por ahí mi padre coge un filón cultural muy importante".
Un símbolo de la libertad que Labordeta soñaba desde niño se materializaba cada vez que miraba hacia el horizonte. "Para él es muy importante, cuando se asomaban a ese túnel veían una luz al fondo. Era Francia, la libertad", recuerda Paula.
Su infancia y adolescencia estuvieron estrechamente ligadas a Aragón y a lugares que más tarde defendería apasionadamente, como la línea internacional de Canfranc. "Después, Labordeta se convertiría en el mayor defensor de la reapertura de la línea internacional de Canfranc. La estación que entonces veía Labordeta era más destartalada, más descuidada, con mucho misterio y también con muchas preguntas", recuerda Cris Pérez, compañera de Radio Jaca.
Su vida personal se mezclaba con la curiosidad y la sensibilidad artística. Ana Labordeta recuerda cómo conoció a su madre: "Mi padre no era el director, pero debía tener algo ahí. Le hacen una prueba a mi madre, que era muy guapa, y mi padre le dijo: 'Me gusta tu voz, ¿estás acatarrada?’ Y ella dice: 'No, esta es mi voz normal’. Ahí surgió el flechazo". Paula añade: "Mi madre dice que es un poco pedante. Mi padre después cuenta que la miró y pensó: 'Con esta mujer me casaré'".
A Teruel llorando
La familia vivió episodios de humildad y adaptación. Labordeta recuerda que llegaron a Teruel "con las maletas, no había taxi, no había nada". "Subimos andando y lo primero que vimos era un hotel. Llegamos a dormir y a la mañana siguiente el dueño del hotel me preguntó: ‘Bueno, ¿y ustedes qué son, no?’ Pues somos, dije, funcionarios, ¿no? Educación. Y dice: ‘Pues entonces tendrán que marcharse de este hotel porque no podrán pagarlo’", decía Labordeta. "Y evidentemente tenía toda razón del mundo el director", apunta Paula, quien cuenta que entonces "se fueron a un hostal donde fueron muy felices, aunque era un sitio oscuro y pequeño. Entonces mi madre se queda embarazada, ve que la situación va para largo y dice: ‘Vamos a buscarnos una casa’".
En Teruel, José Antonio encontró apoyos fundamentales para desarrollar su música y su compromiso cultural. Ángela recuerda: "Ahí hay dos personas fundamentales: Eloy Fernández y Pepe Sanchís, los que le arropan en ese empezar a caminar y a cantar. También otra persona que no se nombra, el profesor Cebeira, que también tuvo con él mucha amistad". Paula añade: "También Joaquín Carbonell, una unión de personas que aparecen en Teruel y crean algo muy bonito que sigue en el tiempo. No se dejan de la mano en toda la vida".
Teruel abrió a Labordeta los ojos a otra Aragón, distinto al que conocía. Ángela detalla: "Cuando él llega a Teruel en 1965, se da cuenta de que Aragón es mucho más que Zaragoza y que Canfranc, que era lo que conocía, una zona mucho más aperturista por tener Francia al lado. En Teruel se encuentra el Aragón desolado, el de los leñeros, los masoveros, el Aragón desperdigado". El propio Labordeta lo resumía con su poesía social: "Aragón toca a poco más de 25 soledades por kilómetro cuadrado, cada cual campa libre en el hueco que le tocó en suerte, un territorio herido por la inmigración: habitantes que, antes de sentirse abandonados, decidían abandonar ellos sus pueblos y dejarlos vacíos".
La música como voz del pueblo
Esa experiencia marcaría su compromiso con la gente. "Ahí es cuando él se da cuenta de que puede alzar la voz por la gente que no puede, a través de la canción", recuerda Paula. Sin embargo, sus primeros conciertos no estuvieron exentos de dificultades. Labordeta contaba: "Aquel recital de La Salle fue muy duro y bronco, y a la salida hubo bastantes golpes aquella tarde". Ana añade que "él decía muchas veces que no sabía si al terminar un concierto llegaría a casa". "Porque la libertad era mucho más fuerte que el miedo", resume Paula.
Canto a la libertad se convirtió en su himno y en un símbolo de lucha. "En una noche de Navidad, en Villanueva, le viene la estrofa de ‘Habrá un día en que todos al levantar la vista, vemos una tierra que ponga libertad’. Esa canción, Canto a la libertad, es de lucha. Muchas veces la cantaba en homenaje a quienes han luchado toda la vida por la libertad", recuerda Labordeta.
El más salsero
Su compromiso no se limitaba a los escenarios. Ana subraya: "Mi padre siempre se ha metido en todas las salsas. Es decir, mi padre era incapaz de decir no a nada, a donde le llamaban ahí iba". Paula añade: "Yo quiero estar, yo no me quiero ir, yo quiero estar, pero también quiero que vosotros me escuchéis. Es el nacionalismo aragonés: es no estar fuera, sino estar dentro, estar dentro y formar parte de la democracia y de esa España en la que pertenecemos". Y Ángela describe su vínculo con la tierra: "No me toques Canfranc, no me toques mis Pirineos, no me toques la sierra de Albarracín, es decir, hay un sentimiento muy pegado a la tierra".
Labordeta nunca olvidó la influencia de su familia. "Mamá dice, yo le enseñé a tu padre la familia y vuestro padre me enseñó a mí a los amigos", recuerda Ángela. Paula añade: "Sin Juana de Grandes, Labordeta hubiera sido Labordeta, evidentemente porque tenía ese algo, esa magia, pero a lo mejor hubiera sido otro Labordeta. Mi madre siempre le bajaba los pies a la tierra, cuando venía de un concierto o lo que fuera, mi madre siempre le decía: 'Oye, que yo doy ocho horas de latín y a mí nadie me aplaude'". "La generosidad de mi madre es que no tiene precio, la fidelidad de mi madre hacia mi padre no tiene precio. Mi madre siempre ha tenido los pies en la tierra, que eso a mi padre le ha venido muy bien también", explica Ana.
El cantautor
Su carrera musical no estuvo exenta de retos. Ángela recuerda: "Esta decisión de convertirse en gran cantautor de masas, la escoge en el momento peor, es decir, en el momento que los cantautores van de capa caída". Paula añade: "Los quieren transformar un poco en algo modernillo, ¿no? Para mi padre, modernillo pues es otra cosa, sí, pero esto no". Ana recuerda un concierto difícil: "Esa fue una etapa un poco dura para mi padre. Yo recuerdo un concierto aquí que fue bastante triste porque estaba medio teatro solamente lleno, y eso fue muy duro para mi padre".
Javier Inglés, su guitarrista inseparable, recuerda la intensidad de los conciertos. "Nos tocaba cada cosa increíble, ¿no? Pues por ejemplo, en la plaza del pueblo tocar encima de un remolque que aún había que estar escobando la paja que le acaban de traer del campo. Y la electricidad, por ejemplo, pues en la casa de la Señora María soltaba lo que era el enchufe de la lavadora y conectábamos el equipo de sonido", cuenta Inglés. Visitaban pueblos tan recónditos que "hasta el propio José Antonio decía: 'Pero ¿dónde vamos por aquí?'. Pero si este pueblo existe porque venimos aquí, ¿quién me conoce aquí? Pues claro, cuando llegabas ahí, claro que lo conocían. Y le tenían un cariño tremendo. Más de una vez veías a la gente llorar. Es que era plena emoción", recuerda Inglés.
El presentador
Su productor Emilio Guzmán recuerda su capacidad de esfuerzo: "El profesor era una maravilla. Había momentos que a Labordeta lo dejábamos en medio de un monte y luego lo recogíamos desde otro punto lejano y el hombre se pegaba unas caminatas que a veces cuando llegaba al sitio no nos encontraba y decía: ‘Pero bueno, ¿me dejáis solo?'".
Ana añade: "Viajar, seguir conociendo este país, hablar con la gente, la señora que vendía en una pequeñita tienda de ultramarinos, la señora que tenía una fonda y hacía una comida. Eso a mi padre es que le rechiflaba".
El político
Labordeta no escondía su carácter ni sus convicciones. Luis Alegre recuerda: "Él me contaba que cada vez que se cruzaba con José María Aznar amagaba con saludarlo, pero a Aznar ni siquiera le miraba". Ana añade: "Hombre, él no se sentía muy orgulloso de ese momento. Para que mi padre saltase así, la situación tenía que ser muy desagradable". Paula completa: "Yo vivía con él en Madrid, nunca había visto que a mi padre lo insultaran en ningún momento y, sin embargo, en esos años sí que ocurrió lo que yo nunca jamás había visto: insultarle por la calle. Lo que pasa es que mi padre, yo creo que, aunque lo pasó mal en Madrid, lo disfrutó, aprendió, hizo amigos".
Uxue Barkos destaca su coherencia: "Pues yo creo que era sobre todo un hombre muy convencido de sus posicionamientos, tenía las cosas muy claras incluso en los momentos más difíciles. Él sería muy convencido y muy acerrado a sus convicciones". Ángela añade la conexión con su familia: "Él siempre que podía sacaba a su hermano Miguel en cuanto podía". Ana recuerda: "Le dijo: ‘Como sé que le gusta la poesía, voy a leerle este poema, ¿no?’". Labordeta recitaba versos de Miguel con la intensidad de quien transmite verdad:
"Asesinaos si así lo deseáis, exterminaos vosotros los teorizantes de ambas cercas que jamás asiréis un fusil de bravura, asesinaos pero vosotros los inquisitoriales azuzadores de la matanza, pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna, al campesino que nos suda el harina y el aceite…"
Un tipo muy generoso
Paula concluye: "No sé si la palabra es reinventarse, pero lo que hace es no dejarse caer una vez más. Él, hasta el último momento, quería que los amigos le fueran a ver, hasta el último instante quería vivir". Ángela añade: "Él siempre nos engañó, era un tipo muy listo y era un tipo muy generoso en la enfermedad, igual que fue muy generoso en su vida". Ana recuerda que su padre tuvo la suerte de no sufrir dolor: "Lo único donde hubo suerte es que no tuvo dolor, tenía mucho coraje y escribió muchas veces en los box de urgencias, y cuando el pregón del Pilar mi madre no quería porque era un momento de mucho bajón".
El funeral
"Bajábamos en taxi mis hermanas, mi madre y yo, y de pronto, claro, era septiembre, íbamos con las ventanillas del taxi bajadas, hacía calor y empezamos a oír por las ventanas de la calle el canto a la libertad. Y cuando nos proponen que el féretro llevarlo a la Aljafería, nosotros tampoco éramos conscientes y estuvo ahí pasando gente durante horas y horas con un respeto y un cariño muy impresionante, y luego viene el coche y se lleva el féretro. Ay, es que son cosas que no he recordado hace mucho tiempo; ya era de noche y la Aljafería estaba llena de gente, y ahí nos pusimos a cantar mientras el coche se iba hacia el cementerio", recuerda Ana.
El día de su muerte, Luis Alegre recuerda un gesto que resume la bondad de Labordeta: "Emilio Lacambara, dueño del mítico restaurante Casa Emilio de Zaragoza, le rindió un bonito homenaje al desvelar un secreto de Labordeta: si un mendigo se le acercaba en la calle para pedirle dinero, lo enviaba a comer a Casa Emilio y corría con la cuenta. Cuando se lo conté a mi madre, me dijo fascinada: '¿Cómo se puede ser tan bueno?'".
José Antonio Labordeta fue, por encima de todo, un hombre íntegro, generoso y apasionado. Un cantautor, político y poeta que llevó la voz de Aragón a cada rincón de España, que cantó la libertad y la justicia con una fuerza y una empatía que hoy siguen inspirando a quienes creen en la capacidad de la palabra y la música para transformar la vida de la gente.




