"Resulta lamentable que hayan tenido que pasar 11 años desde que Pujol confesara que tenía dinero fuera de España"

Hace 32 años, la canción de Sonny and Cher sonaba en la banda sonora de Atrapado en el tiempo, aquella película en la que Bill Murray encarnaba a un meteorólogo bastante engreído que quedaba atrapado en un bucle temporal en el Día de la Marmota.

Yo tengo un poco esa sensación, y supongo que no soy el único. De verdad, parece que estamos atrapados en nuestro propio Día de la Marmota, donde los escándalos de corrupción, por un lado, y las actuaciones judiciales, digamos que extravagantes, por otro, van socavando cada día un poco más la confianza en la política y en la justicia, en el sistema, en definitiva.

Todo ello, convenientemente regado y amplificado por una conversación pública en los medios, en las redes, casi en cualquier espacio. Una conversación que ya no es digna de tal nombre, y donde pescan quienes intentan, precisamente desde dentro, reventar el sistema.

La semana pasada terminó con el terremoto generado por la condena —aún inexplicada— al fiscal general del Estado. Una tormenta que no ha terminado, ni mucho menos. Y esta semana ha comenzado sentando en el banquillo a una de las figuras más relevantes de las últimas décadas: Jordi Pujol, el hombre que gobernó Cataluña durante 23 años y que influyó tanto en la política española. Pero no es sólo él: está acusada toda la familia, y la lista de delitos relacionados con la corrupción es bastante larga.

Ya veremos en qué queda todo. De momento, resulta lamentable que hayan tenido que pasar 11 años desde que el propio Pujol confesara que tenía dinero fuera de España. Once años para que comience el juicio, porque la lentitud es otra de las manchas —y no pequeña— que enturbia la imagen y el prestigio de la justicia.