Jackie Chan contra el dragón woke
Debemos conservar la esperanza de poder seguir disfrutando de las circenses piruetas de Jackie Chan sin merma nuestro interés por las películas de Buñuel o los libros de Claudio Magris, aunque haya poderes con otra intención

Jackie Chan / Alessandro Levati

Madrid
Una de las noticias más comentadas estos días en Hollywood ha sido la confirmación de que habrá una nueva secuela de Hora punta (Rush Hour), la popular franquicia protagonizada por Jackie Chan y Chris Tucker. Desde el punto de vista de la industria no es un asunto menor, ya que había sido un gran éxito comercial. Pero lo realmente importante es todo lo demás: que el proyecto de Hora Punta 4 llevaba años paralizado desde que su director, Brett Ratner, fue acusado de acoso sexual por seis mujeres; y, sobre todo, que la película se va a hacer porque el presidente Trump se lo ha pedido de forma insistente al dueño de la Paramount, su amigo Larry Ellison.
Hora Punta es la típica película de tiros, mamporros, persecuciones y chistes fáciles que resulta idónea para una sobremesa familiar y disfrutar de dos tíos divertidos como son Tucker y Chan, este con el añadido exótico en su momento de su origen hongkonés (está por ver si ahora, con Pekín desafiando el liderazgo económico mundial de Estados Unidos, tendrá tanto éxito en el mercado chino como tuvo desde su primera entrega en 1998).
No obstante, la razón por la que Trump se ha involucrado personalmente en el proyecto -además de demostrar una vez más que su poder es ilimitado- es porque le parece que pertenece al género de cine que Hollywood debería volver a cultivar y que se basaba en lo que él llama una “clásica masculinidad”. En otras palabras, el cine americano está llamado a liderar la guerra cultural contra la igualdad de género, la corrección política y el resto de las blandenguerías de esas élites intelectuales que leen párrafos largos escritos por franceses o canadienses.
Va a ser una pugna interesante. Porque el inmenso poder como vector ideológico que Hollywood tuvo tras la Segunda Guerra Mundial ya no es tan hegemónico. Sus propios creadores llevan décadas encontrando huecos para introducir mensajes más críticos y alternativos. Y el éxito de las plataformas de streaming ha aumentado la segmentación de las audiencias con series que van desde el mínimo común denominador que utilizaron las grandes cadenas en la edad dorada de la televisión, hasta producciones de nicho (noir, terror, adolescentes) o de altos niveles de exigencia para el espectador.
Es lo mismo que ha pasado con el uso de internet para la información, el entretenimiento o la educación. Hay una mayoría que consume los mismos contenidos, pero al mismo tiempo hay una “larga cola” de contenidos especializados que alimentan la especialización y la individualización.
El ensayista Jorge Carrión, que lleva años analizando la sociología de las culturas contemporáneas, va aún más lejos y sostiene que, como vivimos en un mundo con exceso de formación y la mayoría tiene que trabajar en ocupaciones que no satisfacen sus ambiciones intelectuales, hay una respuesta individual y colectiva al mismo tiempo por la que tanta gente se hace especialista en una afición, en un tipo de música, en un autor de ficción, en una manualidad, en un videojuego. La apoteosis de un frikismo bien entendido que hace muy difíciles los espacios culturales de convergencia.
El debate sobre élites y masas en el terreno de la cultura es viejo y aparentemente irresoluble. Hoy, sin embargo, podríamos creer en la posibilidad de que la multiplicación de accesos a diferentes niveles de producción cultural haya creado una nueva figura en la que caben al mismo tiempo el consumo distraído de los grandes éxitos populares con el cultivo apasionado de conocimientos singulares y sensibilidades artísticas refinadas. Por eso debemos conservar la esperanza de poder seguir disfrutando de las circenses piruetas de Jackie Chan sin merma nuestro interés por las películas de Buñuel o los libros de Claudio Magris, aunque haya poderes con otra intención.

José Carlos Arnal Losilla
Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...




