"La semana es el molde de nuestra vida": el filósofo de 'La Ventana' analiza el sentido de cada día

Madrid

Asomado a su marco habitual, el conocido filósofo de La Ventana explica que "la semana sostiene el peso de lo cotidiano", y añade que gran parte de nuestra identidad se construye en torno a cómo la habitamos. El pensador recuerda que, a diferencia del día o del año, la semana "no tiene fundamento astronómico, sino cultural", y repasa su origen en la tradición babilónica, donde los ciclos de siete días se asociaban a los cuerpos celestes visibles.

Relata que los judíos resignificaron esa partición al articularla desde el Génesis, "dotando al tiempo de un ritmo ético entre trabajo y suspensión". Después, recuerda cómo Constantino convirtió el domingo en día de descanso civil en el 321 d.C., enlazando así costumbres solares y prácticas cristianas.

El lunes: el regreso al deber-ser

Preguntado por el día más denostado, el filósofo sostiene que el lunes inaugura "la conciencia temporal". Afirma que es un umbral entre el ocio elegido y la obligación impuesta: "Es la fricción entre la inercia del fin de semana y la ficción del comienzo", asegura mientras observa el tránsito de la calle.

En la encuesta que realiza desde su ventana, los viandantes confirman que es "el peor día de la semana", y algunos mencionan incluso la popular idea del Blue Monday.

Martes y miércoles: la realidad granular y el ecuador

El filósofo señala que el martes obliga a abandonar la épica del reinicio: "Es el día que nos devuelve a la facticidad", afirma, y cita la phronesis aristotélica para subrayar que la vida se sostiene en la práctica cotidiana más que en las intenciones.

Del miércoles destaca su condición de "medialidad". Explica que este día permite ver simultáneamente el pasado inmediato y el futuro próximo: "Una zona de desocultamiento donde la semana se revela como totalidad". Lo define como un espacio que, por estar en medio, ofrece la posibilidad de corregir el rumbo.

El jueves: el día del "todavía-no"

El filósofo de la ventana sostiene que el jueves es un tiempo desdoblado: formalmente laboral, afectivamente cercano al ocio. "Es un día intersticial, y por eso privilegiado para pensar el tiempo", afirma. Recurre a Ernst Bloch para hablar del "todavía-no" y recuerda que vivir el jueves solo como un puente hacia el viernes "empobrece el presente y lo reduce a tránsito".

Viernes: la pedagogía del goce

Mientras observa cómo la calle se acelera al final de la semana, asegura que el viernes es "el día que evidencia nuestra relación con el placer". Explica que en él conviven productividad y deseo, responsabilidad y desbordamiento: "Es la válvula que evita el colapso", sostiene. Señala también que el cuerpo llega fatigado y que el viernes permite quitarse "la máscara funcional" tras días de rendimiento continuo.

Sábado: tiempo sin finalidad

Antes de entrar en los últimos dos días, el filósofo recuerda un fragmento de Elogio de la ociosidad de Bertrand Russell, donde se defiende el valor del ocio como condición de civilización. A partir de ese marco, sostiene que el sábado "no es un remanso, sino una interrupción de la lógica instrumental". Afirma que debería recuperar el espíritu del otium romano: "Un tiempo sin agenda ni cálculo", aunque lamenta que hoy "el ocio esté colonizado por el consumo".

Domingo: el día de la intemperie

Para cerrar su reflexión, el filósofo describe el domingo como el día "más vulnerable". Señala que la ralentización dominical deja al ser humano sin las armaduras de la semana: "El domingo expone una verdad incómoda: revela cuánto dependemos de la hiperactividad para no enfrentarnos a nosotros mismos". Añade que su vacío puede resultar inquietante porque no hay prisa, tareas ni ruido que oculten el malestar.

"La semana no es solo un calendario. Es el mapa existencial con el que organizamos quiénes somos", concluye el filósofo.