Las políticas de contención del calentamiento global, entre la esperanza y la preocupación tras la COP30 de Bélem

Madrid

Un acuerdo descafeinado, la decepción de los más ambiciosos y compromisos difusos. Así cerró la cumbre del clima celebrada en la ciudad brasileña de Bélem hace una semana. Tras 11 días de debate, la COP30 no ha conseguido arañar ni una sola mención a la necesidad de abandonar los combustibles fósiles, directos responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero. Una vez más —lo lleva haciendo desde los años 90— la Unión Europea (UE) se ha erigido como la potencia emisora más ambiciosa en materia climática. A escala global sus éxitos han sido menores, pero a nivel interno se notan los resultados: las emisiones de los Veintisiete se han reducido en un 37% respecto a 1990.

Unas políticas de descarbonización que han salvado vidas. La Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) señala que entre 2005 y 2020 la mortalidad por exposición a contaminación atmosférica disminuyó en un 45%.

Pero, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), además de expulsar partículas tóxicas al aire, también son las responsables del calentamiento de la tierra. Un cambio climático provocado por el ser humano —especialmente por los países industrializados— que ya deja fenómenos climáticos extremos como danas, incendios, olas de calor, sequías o tifones, cada vez más violentos y frecuentes.

El aumento de la temperatura puede hacer que las zonas habitables del planeta se reduzcan y, con ello, que aparezcan hambrunas, pandemias, se reduzcan las reservas de agua y que haya, en consecuencia, migraciones masivas. Ante esa preocupación se firmaron los Acuerdos de París en 2015, donde se marcó el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de los 2º a finales de siglo respecto a la era preindustrial.

Por eso, según Pep Canadell, uno de los expertos más reconocidos a escala internacional sobre cambio climático, lo realmente importante en esta COP no es tanto el acuerdo final alcanzado por 189 países y la UE —con las dificultades que entraña un consenso tan amplio— sino los compromisos nacionales de emisión asumidos por las partes.

Precisamente este año finalizaba el plazo para asumir esos compromisos hasta 2035, que deben renovarse cada cinco años, según el Acuerdo de París. Con estos nuevos planes, según prevé la organización climática independiente Climate Action Tracker (CAT), la temperatura global alcanzaría los 2,6º a finales de siglo. Mejores datos que los 3,6º que se estipulaban en 2015; aún así, el impacto seguiría siendo muy importante.

Canadell afirma que “se va por el buen camino, pero a paso de tortuga”. Incide en que hay motivos para la esperanza: “Ya hay 35 países que reducen sus emisiones a la vez que crecen económicamente”. También señala los cambios en China e India, primer y tercer contaminante: “Están avanzando en las renovables de una forma que hace cinco años sería inimaginable”. Aun así, apunta: “Es difícil que el pico de emisiones —llevan creciendo desde la primera industrialización en 1760— se alcance esta década”.

La lucha por contener el calentamiento es a contrarreloj. Las condiciones climáticas correspondientes al punto donde se consiga parar el aumento de la temperatura, dice Canadell, serán con las que tendrán que lidiar al menos las próximas tres generaciones. El CO₂ se acumula en la atmósfera y es absorbido muy poco a poco, principalmente por los océanos. La fórmula es sencilla: cuantas más emisiones, más concentración de CO₂ en la atmósfera y más calentamiento global. Por eso, cuanto menos se emita, menos subirá la temperatura y menor será el impacto del cambio climático. En esta COP30, EE UU y Rusia han sido los más reacios a avanzar en medidas de descarbonización.