Los comienzos de Woody
El cineasta neoyorquino, que acaba de cumplir 90 años, comenzó escribiendo chistes para periódicos y para otros cómicos antes de convertirse en actor y director.


El veterano realizador sigue en la brecha. Acaba de publicar su primera novela, ¿Qué pasa con Baum?, y su próxima película la rodará en Madrid, según el acuerdo de financiación al que ha llegado con la Comunidad madrileña. Será la número 51 como director. Alan Stuart Konigsberg, que así se llama en realidad, nació hace 90 años en una familia judía de clase media de Brooklyn, Nueva York. Era un chaval flaco, pelirrojo y orejudo, como él mismo se autorretrató en la película Días de radio. Según ha confesado, el colegio no se le daba muy bien. “La gente cree que soy un intelectual porque uso gafas, pero la verdad es que vengo de las calles de Brooklyn, no tengo muchos estudios y me echaron de la Universidad el primer año”, explica.
El pequeño Woody jugaba al béisbol con cierta pericia e iba al cine siempre que podía. Sobre todo, si el protagonista era Bob Hope, su gran ídolo. “Imito todo el rato a Bob Hope, no soy ni de lejos tan bueno como él, pero le imito. Es algo descarado, no me refiero a robar sus chistes, sino que me inspiro en su forma de actuar todo el rato. La gente no lo nota porque no consigo ser tan bueno como él. Él es el auténtico y yo solo el resultado de su influencia”, asegura.
El jazz y tocar el clarinete también fueron pasiones tempranas. Y a los diez años su padre le regaló un juego de magia creando en él una nueva afición. Woody montaba espectáculos de magia para los chicos del barrio o en las colonias de verano. “De niño estaba muy interesado en la magia, pero lo estaba sobre todo por su estética. Esos bonitos pañuelos de seda, las cajas de cromo, las bolas brillantes y todo lo demás me parecía maravilloso”, afirmaba. Pero parece ser que no era muy bueno como mago y pronto lo abandonó. Lo que sí se le daba bien, en cambio, era inventar chistes. “Si puedes hacerlo no tiene ningún misterio. Es como dibujar. Yo no sabía dibujar y me asombraba que el niño del pupitre de al lado dibujara un conejo como si tal cosa. Para él no era nada. Yo tenía facilidad para escribir chistes y tampoco era nada para mí”, decía.
Y entonces a los 15 años, sin planearlo en absoluto, encontró su vocación profesional. “Solo por diversión me dediqué a escribir algunos chistes y entonces alguien me dijo que los enviara porque a veces los publicaban en los periódicos. Así que por pura diversión los metí en un sobre y los eché al buzón y de repente vi mi nombre en un periódico junto a un chiste”, recuerda. No sólo se publicaron en los periódicos, sino que un representante de artistas le ofreció un contrato para escribir chistes para sus representados. En dos años, según sus propios cálculos, escribió unos dos mil chistes. Fue por entonces, a los 17 años, cuando cambió su nombre. Se puso Woody en honor a Woody Hermann, uno de sus músicos de jazz preferidos, y el apellido Allen como una deformación de Alan, su verdadero nombre de pila. También en esa época fue cuando empezó a escribir sketches y guiones cómicos para televisión, medio en el que pronto se hizo un nombre. Woody escribía guiones para programas, como el show de Ed Sullivan o el de Sid Caesar. Y un día se convirtió él también en cómico monologuista. Allen nunca había pensado en actuar. La idea partió de su representante que, cuando le escuchaba leer lo que escribía, se desternillaba de risa.
Woody Allen empezó actuando en pequeños clubs, pero pronto fue subiendo de categoría. Fue el primer cómico por ejemplo en actuar sin traje ni smoking en Las Vegas, sino vestido con su habitual chaqueta de pana. En 1962 se presentó por primera vez en un programa de televisión, The Jack Paar Show. A partir de entonces se convirtió en una presencia cómica habitual en la tele. Así, a mediados de los años 60, curtido ya como guionista y con tablas como actor, pensó que era el momento de intentarlo en el cine, a pesar de que no tenía ninguna formación cinematográfica. “Fui aprendiendo con mis primeras películas”, decía. “En la primera, apenas sabía nada en términos de técnica cinematográfica. Simplemente iba a tientas confiando en que fuera graciosa. Sabía que podía escribir cosas graciosas y luego presentarlas e interpretarlas, pero en realidad no sabía nada sobre cine.
Empezó con lo que ya dominaba, escribiendo el guion de la película Qué tal Pussycat, en la que además se reservó un pequeño papel. A pesar de que la película fue un gran éxito Woody salió decepcionado de la experiencia. Los productores hicieron muchos cambios y en la película apenas quedó rastro del guion que él había escrito. “No me representa en absoluto. Si la hubieran hecho como yo quería habría sido mucho mejor película, pero habría recaudado mucho menos dinero también. Fue un gran éxito de taquilla. Inmerecido en mi opinión”, sentencia.
En 1966 llegaría su debut como director en un extraño experimento titulado Lily la tigresa. Sobre la base de una película japonesa de espías ya existente, le encargaron crear un nuevo doblaje cómico. Woody había reducido la cosa a algo menos de una hora, ya que pensaba que la idea no daba para más, pero los productores añadieron por su cuenta más imágenes y actuaciones musicales y lo convirtieron en una película de duración normal. Lily la tigresa resultó una nueva decepción que hizo que Woody Allen se impusiera una regla a partir de entonces. “Me sentí avergonzado y humillado por la experiencia y juré que no volvería a escribir otro guion si no podía dirigirlo”, prometió.
Pero antes de lanzarse a dirigir, hizo un pequeño papel como actor en otra película, Casino Royale, una parodia de los films de 007 en la que él daba vida al sobrino de James Bond. También hizo dos incursiones en el mundo del teatro. Escribió la obra Don´t drink the water, “No bebas el agua”, que poco después sería adaptada al cine con Jackie Gleason de protagonista. La película no tuvo ningún éxito por lo que Woody volvería adaptarla en los años 90, esta vez para televisión. Su segunda obra teatral fue Play it again Sam, “Tócala otra vez Sam” que también sería llevada al cine en 1972 por Herbert Ross, esta vez con el propio Woody Allen de protagonista en la comedia Sueños de un seductor.Por cierto que, en esta obra de teatro, Play it again Sam, fue donde conoció a Diane Keaton que se convertiría en su pareja y en la actriz fetiche de sus primeras películas.
Y así llegamos a 1969, año en el que Woody Allen dirige la que él considera su primera película como director: Toma el dinero y corre, una comedia sobre la vida de un delincuente de poca monta contada como falso documental. Woody escribió el guion en tan solo tres semanas. Muchos de los gags que se ven en la película fueron concebidos sobre la marcha, en el mismo momento del rodaje. En ocasiones tenía hasta tres gags diferentes preparados por si alguno no funcionaba. La película se estrenó en un único cine de Nueva York ya que los distribuidores no confiaban en ella. Sin embargo, Toma el dinero y corre tuvo muy buenas críticas, el boca a boca corrió y pronto se estrenó en otras muchas salas resultando al final un éxito de taquilla. Éxito que le llevó a firmar un contrato con la United Artits para rodar las que sería sus primeras películas. Bananas y también Todo lo que usted quiso siempre saber sobre el sexo, El dormilón y La última noche de Boris Grushenko…
Estas primeras películas resultan divertidas, pero con una estructura argumental poco sólida. Su primera obra de madurez, la que le convierte en cineasta con mayúsculas no llegaría hasta 1977. “Annie Hall fue un punto de inflexión por varias razones. Una de ellas es que quería empezar a hacer películas que no fueran solo una acumulación de gags. Para ello tenía que sacrificar parte del humor y renunciar a algunas cosas, pero a cambio conseguía un mayor desarrollo de los personajes y un mayor énfasis en la conexión con ellos”, explicaba.
A partir de entonces comienza su prestigio como director. Una carrera que abarca ya más de seis décadas y en la que ha dirigido hasta la fecha 50 películas nada menos, prácticamente una por año, lo que le convierte no solo en uno de los grandes cineastas contemporáneos sino también en uno de los más prolíficos. Aunque eso para Woody Allen no tiene mérito. También es sencillo. “No es nada extraordinario. Tengo un gran número de ideas para hacer películas, muchas más de las que podría hacer en toda mi vida. Tengo un cajón lleno de estas ideas y cuando termino una, incluso antes de terminarla, voy al cajón y empiezo a desarrollar otra idea y no me lleva mucho convertirla en un guion”, reconoce.




