José Mercé: "Me quedé con la espinita de cantar con Bruce Springsteen"

José Mercé llegó a Madrid con apenas 13 años, dejando atrás las calles blancas de Jerez de la Frontera, los patios de vecinos, los cantes callejeros improvisados y los pestiños caseros de su madre. Todo para abrirse camino en una ciudad que le pareció oscura, “como una carbonería”. Fue su tío quien lo acogió en la capital y le llevó a los tablaos, donde pronto destacó: “Me coloqué en Torre Bermeja y ahí empezó mi vida en Madrid”.

Por entonces, el flamenco en la capital se vivía en los tablaos y en lugares míticos como la cafetería Tulsa, punto de encuentro de artistas antes de cada actuación. “Había una hermandad que hoy echo de menos”, confiesa recordando aquellas tardes que terminaban en noches eternas de cante y convivencia. Fue aquí, además, donde conoció al hombre que lo cambiaría todo: Antonio Gades.

El coreógrafo y bailarín Antonio Gades descubrió a Mercé en el Café de Chinitas y lo incorporó a su compañía. Con él, el joven cantaor no solo aprendió a dominar el escenario y el lenguaje flamenco. “También me enseñó a vivir y hasta a comer”, bromea recordando cómo probó por primera vez el steak tartar en Budapest. Junto a Gades, participó en la histórica adaptación flamenca de Bodas de sangre de Federico García Lorca, una obra estrenaron en Roma ante la familia del poeta. “Nos fuimos vestidos de la obra a tomar un café y se lio parda en el centro de Roma”, cuenta entre risas.

Pero no todas las oportunidades llegaron a buen puerto. Una de las espinas que Mercé conserva es la de no haber cantado con Bruce Springsteen, un sueño mutuo que estuvo a punto de cumplirse. El plan era perfecto: el artista estadounidense iba a visitar la casa del cantaor en Chipiona, compartir mesa con su familia y después ir al concierto que tenía programado en Sevilla. “Me hubiera encantado”, confiesa el cantaor, que veía en ese encuentro la posibilidad de hacer una colaboración musical. "¿Te imaginas a Bruce cantando Aire?", le ha dicho a Mara Torres.

Sin embargo, todo se truncó por una mala gestión. “En aquella época yo tenía un mánager que lo que hizo fue pedirle dinero”. El jerezano desconocía la negociación y, cuando se enteró, ya era demasiado tarde: la visita se canceló y la colaboración se truncó. “Se me ha quedado la espina y creo que se me va a quedar”, admite, aunque no pierde la esperanza: “Ojalá ocurra algún día”.