Las locas teorías detrás de las obscenas gárgolas de la Lonja de la Seda de Valencia: "Es humor escatológico"

En el corazón gótico de Valencia se levanta la Lonja de la Seda, símbolo del poder económico de la ciudad en el siglo XV, cuando era conocida como la Wall Street del Mediterráneo. Declarada Patrimonio de la Humanidad, este edificio es uno de los ejemplos más brillantes del gótico civil europeo. Se encuentra en mitad de la ciudad luciendo piedra caliza como si fuera mármol veneciano, con una torre que desafía el horizonte.

Como contaron en Historia en Ruta de la SER, lo que más sorprende al visitante no son sus columnas en espiral ni la solemnidad de su salón de contratación, sino las gárgolas que decoran la fachada. Un auténtico catálogo de obscenidades y humor escatológico que lleva cinco siglos burlándose del mundo desde las alturas. Hay 28 figuras que parecen salidas de una mente delirante: brujas, monjes en actitudes poco piadosas, demonios con pinta de funcionarios del infierno, comerciantes arrepentidos, quimeras, dragones, caracoles, una tortuga, incluso un señor tocándose y mujeres lujuriosas. Entre ellas, la más comentada: la famosa figura con el 'culo en pompa', que sigue provocando sonrisas y teorías.

¿Para qué todo esto? No hay una respuesta clara, pero sí hipótesis para todos los gustos. Algunos creen que servían para enseñar moral a una población analfabeta; otros, que caricaturizaban las costumbres medievales y denunciaban vicios y corruptelas. También se apunta a que eran un espejo de las contradicciones de la Valencia mercantil, una forma de escandalizar a los transeúntes o incluso de alejar malos espíritus. Lo cierto es que, más allá de la conjetura, estas criaturas siguen ahí, cinco siglos después, riéndose del mundo y asustando al visitante desprevenido.

Dentro, la Lonja impresiona con su salón de contratación, la antigua bolsa medieval donde se cerraban tratos de seda, trigo, especias e incluso esclavos. Bajo sus bóvedas funcionaba el Consulado del Mar, un tribunal mercantil que resolvía pleitos con una rapidez que hoy suena a ciencia ficción. Y en el patio de los naranjos, los mercaderes bajaban las pulsaciones entre contratos y brindis.