La lady inglesa que descifró España y sobrevivió a dos guerras
Irene Claremont se casó con un "extraño" que acabó siendo uno de los grandes personajes de la educación moderna

El viaje de ida | Irene Claremont, la inglesa que nos contó cómo éramos
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
La figura de Irene Claremont vuelve a cobrar vida gracias a una nueva edición de sus memorias, un documento íntimo y excepcional sobre la España de la Edad de Plata vista por una inglesa profundamente observadora. La Residencia de Estudiantes, junto con la Institución Libre de Enseñanza, ha recuperado su autobiografía respetando el título que ella misma escribió y que resume toda una historia personal: Me casé con un extraño. Mi vida con José Castillejo, un español enigmático. La traducción ha sido realizada por su hija, Jacinta Castillejo, y se ofrece como un testimonio esencial para comprender aquella época.
Más información
"Irene Claremont fue, ante todo, una señora de los pies a cabeza, una lady inglesa, muy intelectual y con una grandísima sensibilidad", describe Margarita Sáenz, presidenta de la Fundación Olivar de Castillejo y amiga de Jacinta Castillejo. Procedía de una familia burguesa de Londres, integrada en upper class victoriana. Su padre fue abogado y directivo de la empresa Rolls Royce y su madre, una persona "sumamente culta e interesada por su mundo".
Su primera conexión con España llegó por una casualidad significativa. Manuel Bartolomé Cossío, pedagogo e historiador del arte español, apareció en casa de los Claremont para pedir que acogieran a su hija Natalia durante sus estudios en el The King Alfred School de Londres. La convivencia hizo que Irene y Natalia, se convirtieran en grandes amigas. Fruto de esta amistad, Irene viajó por primera vez a España para pasar el verano en San Fiz de Vixoi, en Betanzos (Galicia), junto a la familia Cossío. Allí conoció también a Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, quien actuaba como una figura casi familiar en la casa de los Cossío. "Durante aquellos dos meses, Irene quedó profundamente impresionada por el país y por la vida intelectual que lo rodeaba. España la fascinó desde el principio", añade Carlos Alberdi, gestor cultural y amigo de la Residencia de Estudiantes.
En ese mismo entorno destaca la figura de José Castillejo, un personaje clave en la modernización educativa del país. Sáenz lo define como "un personaje extraordinario y unía el ser catedrático de derechos romanos, sus muchísimos conocimientos de pedagogía y de historia de la educación, su capacidad de hacer reformas y modernizar España con el ser agricultor, pisar la uva, recoger la aceituna y todo lo que hiciera falta".
El primer encuentro entre Irene Claremont y José Castillejo se produjo durante una gira que él realizaba por Europa por encargo de Giner de los Ríos. José Ramón Fernández, dramaturgo y amigo de la Residencia de Estudiantes, explica que "su misión era visitar instituciones, colegios y centros educativos innovadores para estudiar sus métodos y traer a España ideas que pudieran contribuir a la reforma pedagógica impulsada por la Institución Libre de Enseñanza". En una de esas estancias en Londres, Castillejo visitó la casa de los Claremont y conoció a Irene. "Ninguno de los dos expresó entonces sus sentimientos, aunque él acudía con frecuencia por motivos de trabajo y ambos se observaban con creciente interés", añade Alberdi.
Con el tiempo, Castillejo dejó claro que estaba enamorado. Cuando regresó a Londres para verla, Irene aceptó su propuesta de casarse, pese a la oposición inicial de su padre. Finalmente decidió seguir a José a España, una "decisión arriesgada para una joven inglesa de los años 20, cuando el país era visto desde Reino Unido como atrasado y poco atractivo". Sin embargo, Margarita Sáenz aclara que "ella se tira de cabeza a la piscina y se viene con su José a España".
Una vida en el olivar
García-Velasco recuerda que Irene "vivía en un olivar que entonces quedaba, como ella misma decía, a un kilometro del pueblo de Chamartín de la Rosa". Aquel Olivar era una gran finca donde había acampado Napoleón al llegar a Madrid en plena guerra de la Independencia. Irene Claremont recordaba con humor en sus memorias su llegada a la vida rural española. "Creí haberme casado con un profesor de universidad y he aquí un granjero, y yo una granjera que cosechaba la uva y preparaba la mermelada en una caldera tan grande como para cocer una oveja", escribió con ironía. Aquella imagen resume bien la doble faceta de José Castillejo, capaz de alternar la cátedra con el trabajo en el olivar.
En su olivar, en las afueras de Madrid, convivieron con vecinos tan ilustres como Ramón Menéndez Pidal o Dámaso Alonso, a quienes Castillejo animó a instalarse allí. García-Velasco apunta que Castillejo que acudía a su cátedra de Derecho Romano "montado en bicicleta y con una seriedad que imponía". El matrimonio formó su familia en los años veinte y tuvo cuatro hijos: Jacinta, Leonardo, David y Sorrel.
La casa se convirtió pronto en un lugar abierto a visitas inesperadas. García-Velasco recuerda una anécdota que Irene dejó escrita: un día apareció un cura que comenzó a tocar el piano y a cantar, y dos mujeres de la familia se pusieron a bailar. "Al poco rato los criados fueron avisando unos a otros y cuando Castillejo volvió a casa se encontró a todo el mundo bailando, siguiendo al improvisado músico".
Excursiones a Ciudad Real
En Me casé con un extraño, Irene no solo retrata a su marido, sino también a la España de los años veinte y treinta. Desde su mirada extranjera, describía un país "muy apegado a la tierra, lleno de extremos" y en el que, según escribió, nunca llegó a conocer "un español insípido". Contaba con humor episodios cotidianos, como aquellos paseos en los que los españoles se detenían cada pocos pasos para despedirse: "A través de mis ojos de inglesa parecían dos maníacos, hablaban, se paraban, agitaban los brazos… y así durante horas".
Castillejo, fiel a los principios de la Institución Libre de Enseñanza, alternaba su labor académica con largas excursiones por Castilla y la sierra. José Ramón Fernández recuerda que viajaba siempre en tercera clase, aunque podía permitirse más comodidad. "Iban charlando con todo el mundo", explica, y añade que Castillejo sabía moverse entre registros con una naturalidad sorprendente. Para Irene, esos viajes supusieron una experiencia reveladora. Fernández suele insistir en la imagen de aquella "señorita inglesa de familia burguesa viajando en un vagón de madera, rodeada de pasajeros con cestas y gallinas". Pero en ese ambiente, señalaba, Castillejo era feliz: "captaba la esencia del país hablando con la gente".
Las excursiones se extendían por la Mancha, la Sierra de Guadarrama o Gredos, muchas veces en burro o a pie. La escritora Cebrián recoge una escena en la que ambos conocieron a unos muleros en el camino y decidieron, sin más, acompañarlos hasta su pueblo. "Ella fue montada en un burro y él en una mula", recordaba.
El arquitecto de la modernidad educativa
Castillejo fue uno de los grandes impulsores de la modernización educativa en España. Desde la Junta de Ampliación de Estudios, que dirigía, promovió que unos 2.000 jóvenes españoles viajaran por Europa para completar su formación. José Ramón Fernández explica que su objetivo era crear "una élite cultural capaz de regenerar el país".
De su trabajo surgieron las primeras becas internacionales, antecedentes directos de los actuales programas de movilidad. La Residencia de Estudiantes y la Residencia de Señoritas, pioneras en España, nacieron de esa misma visión reformista. Mercedes Cabrera, politóloga, exministra e historiadora, señala que Castillejo aplicaba una estricta austeridad en la gestión de estas ayudas. "Las becas eran escasas, y él se aseguraba de que fueran para quienes realmente iban a aprovecharlas", comenta. Entre los estudiantes, tenía fama de severo porque "les daba lo justo, lo necesario para estudiar y no para disfrutar del viaje", recuerda Fernández.
Exilio
El estallido de la Guerra Civil en 1936 truncó esa arquitectura educativa. La familia Castillejo-Claremont se encontraba en Benidorm cuando estalló el conflicto. José decidió regresar a Madrid para defender sus instituciones, mientras Irene, con ayuda del consulado británico, logró embarcar rumbo a Francia con sus cuatro hijos.
En París, Irene vivió semanas de enorme dificultad, incapaz de hacer efectivos sus cheques. Mientras tanto, Castillejo sufría en Madrid la dureza de la persecución. Fue detenido tras una denuncia falsa y encerrado en una checa. "Lo metieron para matarlo", recuerda García-Velasco, aunque sus contactos en el Ministerio y la intervención británica lograron salvarlo. Tras doce días aterradores, consiguió reunirse con su familia en Londres.
Irene narró su llegada con una de las escenas más conmovedoras del libro: "Doce días después de salir de España llamaron a la puerta de la casa de mi madre… un anciano con los hombros caídos y ojos espantados estaba en el umbral. Era José, de pronto un viejo. ‘Me llevaron para matarme’, susurró". Para Margarita Sáenz, "José había envejecido treinta años en dos días".
La tregua de Ginebra
Aún disfrutaron de una breve etapa de calma en Ginebra, entre 1937 y 1939, donde Castillejo dirigió la International Student Union. Pero la Segunda Guerra Mundial interrumpió también esa última pausa. En un viaje de regreso, no le permitieron entrar en Suiza, obligándolo a volver solo a Londres. Irene, nuevamente sola con sus hijos, emprendió una huida por la Francia bombardeada. Su hija Jacinta confesó tiempo después que fueron "unos días absolutamente negros, que dejaron un daño psicológico enorme".
La familia consiguió finalmente embarcar hacia Reino Unido desde Burdeos, en barcos repletos de refugiados. Sin embargo, incluso al llegar a Inglaterra, tuvieron dificultades para continuar viaje por portar pasaporte español. Tras meses de angustia, volvieron a reunirse en Londres, justo en los peores bombardeos nazis sobre la ciudad. A Castillejo lo sostuvo durante ese tiempo un trabajo en la BBC en español, conseguido gracias a su yerno, Rafael Martínez Nadal, marido de su hija Jacinta.
En 1945, en la habitación más alta de la casa familiar de los Claremont, José Castillejo murió lejos de España, lejos de su Olivar de Chamartín, pero rodeado de los suyos. García-Velasco, recuerda que "se muere nada más producirse el triunfo aliado” y subraya que, tras aquella pérdida, la vida de Irene dio “un giro fascinante". Viuda y madre de cuatro hijos, Irene decidió marcharse a Suiza y continuar su formación estudiando con Carl Gustav Jung, una decisión que transformaría por completo su trayectoria.
Margarita Sáenz destaca que aquella reinvención no surgió de la nada. "Irene había estudiado en Cambridge, era una mujer sumamente preparada e inteligente", señala. De hecho, estaba licenciada en Historia y Economía, un bagaje académico que, según Sáenz, explicaba su enorme capacidad intelectual. Tras la muerte de Castillejo, Irene inició formalmente la carrera de Psicología Analítica, se instaló en Zúrich para formarse con Jung y escribió varios ensayos sobre la psicología femenina, entre ellos Knowing Women, todavía sin traducir al español. Para Sáenz, no hay duda: "Era una psicoanalista junguiana muy acreditada, con un background extraordinario".
La fundación Olivar de Castillejo
La huella emocional e intelectual de la familia permanece hoy en la Fundación Olivar de Castillejo, creada en 1985 para preservar el singular olivar que la familia mantuvo durante décadas en pleno corazón de Madrid. "Es difícil de sostener porque un olivar tiene muchísimos gastos", admite Margarita Sáenz, actual presidenta. Aun así, recuerda que uno de sus fines esenciales es conservar ese espacio natural y promover actividades culturales en él.




