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"Podríamos haber disfrutado de un abuelo distinto de haber tenido abuela"

Germán Delibes, uno de los 18 nietos de Miguel Delibes, ha presentado, en la Biblioteca Antonio Martínez Asensio de 'Hoy por Hoy', el libro 'El abuelo Delibes' (Destino). Nos acerca al Delibes más familiar marcado por la muerte temprana de su mujer, Ángeles de Castro, y la enfermedad en los últimos años de su vida

'El abuelo Delibes' por su nieto Germán Delibes

'El abuelo Delibes' por su nieto Germán Delibes

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Madrid

La grandeza de El abuelo Delibes de Germán Delibes es mostrarnos, como dice Antonio Martínez Asensio, al Delibes más íntimo y desconocido, algo que hace del libro "una narración fresca, divertida, profunda, emocionante y muy interesante".

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Más allá de sus grandes títulos y su afición a la caza y la naturaleza, nos muestra al hombre que se hizo ciclista por amor, el que jugaba al tenis con sus hijos y sus nietos, el que disfruta del silencio y de la soledad en su refugio de Sedano (Burgos).

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ARCHIVO | Entrevista a Miguel Delibes en 'Personaje Privado' (25/07/1999)

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Ciclista por amor

Sedano era para Miguel Delibes su lugar en el mundo, el espacio, cuenta Germán, que le permitía "escribir y disfrutar de sus nietos, aislarse". Su relación con la montaña burgalesa viene de su juventud, de cuando se enamora de la que luego sería la mujer de su vida, Ángeles de Castro.

Su familia veraneaba en Molledo (Cantabria) y su novia vivía en Sedano. Le separaban cien kilómetros que él recorría en bicicleta "porque no tenía dinero para nada más". Enganchaba la maleta al manillar y a pedalear, luego pasaba unos días con Ángeles y de vuelta a Molledo. La necesidad se convirtió en afición y a lo largo de su vida fue enganchando primero a sus hijos y finalmente a sus nietos al pedaleo.

Una de las habitaciones más utilizadas de la Casona de Sedano era la que ocupaban las bicis de toda la familia. El ciclismo en casa de los Delibes se practicaba y se veía por televisión. Todos se reunían para ver las hazañas de Perico Delgado y Miguel Induráin, que fue el gran ídolo del escritor castellano.

La caza

Pero por encima del ciclismo e incluso de la literatura estaba la cacería. Germán Delibes cuenta que el abuelo decía que "siempre se consideró un cazador que escribe y no un escritor que caza".

Tenía su particular visión de la caza, muy ecológica y conservacionista. En su libro Pegar la hebra le cuenta a un periodista que le entrevista que "nunca podría disparar a un corzo o un ciervo porque al mirarle a los ojos veía una vida que no podía apagar, pero que con la perdiz le pasaba como con la liebre, la veía en un bodegón". En ese momento de la conversación su entrevistador mató un mosquito que se acercaba a su cara y le dice "ve, usted pone el límite en el mosquito y yo en la perdiz, sin saber que el mosquito tiene un cerebro mucho más desarrollado".

No era cazador de grandes monterías, lo suyo era más una excusa para salir al campo y soltar adrenalina, "si al final traías una perdiz, bien, y si volvías de vacío no pasaba nada".

Hasta diciembre podemos visitar gratis la exposición sobre escenas de caza en la Universidad Popular Miguel Delibes

Hasta diciembre podemos visitar gratis la exposición sobre escenas de caza en la Universidad Popular Miguel Delibes / Francisco Ontañón

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Tenis y rituales

La caza y la literatura se la tomaba con más calma que otras aficiones. Aunque no lo parecía, Miguel Delibes competía hasta jugando al parchís. No le gustaba perder. Recuerda su nieto Germán en El abuelo Delibes que en la pista de tenis que tenían en Sedano, el que organizaba las parejas era él. El objetivo: tener al mejor a su lado para nunca perder. Se sorteaban los emparejamientos "y si no le gustaba el que le había tocado se repetía el sorteo hasta que tenía a su lado al mejor doblista familiar".

Luego estaban sus parafernalias o rituales. En el momento del saque el siempre levantaba el brazo y decía 'play' y hasta que su contrincante no decía 'ready', no sacaba. Para Germán, habitual pareja de su abuelo, este tipo de situaciones, a veces, le avergonzaban. Un día vinieron sus abuelos canarios y jugaron un partido. Delibes dijo 'play' y al otro lado nadie respondía. Pasaron casi dos minutos sin que sacara hasta que Germán les advirtió bajito "decir 'ready' o no sacará".

Los rituales también eran habituales en sus baños en la piscina. Antes de zambullirse "se taponaba oídos y nariz y se cubría los ojos". Luego salía, se cambiaba el bañador mojado, se secaba, se ponía uno seco y se retiraba. Marcaba todos los tiempos y las temperaturas. Cada habitación de Sedano tenía un termómetro. Otra de sus obsesiones era saber que temperatura había en cada estancia para tomar decisiones. Todo bajo control.

Los nietos le daban la vida, compañía en sus juegos y aficiones, y también seguridad. En los veranos de Sedano utilizaba a los nietos como su particular garita de control. Si había visitas inesperadas de seguidores y buscadores de autógrafos, siempre había algún miembro de la tercera generación de Delibes dispuesto a ejercer de guardián y decir al intruso que "el abuelo no está, ha tenido que viajar a Valladolid".

Pero un día que habían quedado para una partida de tenis y esperaban al abuelo, llegó una pareja preguntando por el abuelo y justo cuando le contaban que no estaba vieron aparecer a Don Miguel bajando de su casa. Se temieron lo peor, pero cuando volvieron a mirar ya no estaba. Había desaparecido. Tras quince minutos que tardaron en despachar a sus fans, descubrieron que el abuelo "estaba oculto tras unos arbustos y solo se le veía la visera de la gorra". "¡Es que ya no puede vivir uno tranquilo ni en Sedano!" se quejaba, pero los que se comían el marrón eran los nietos.

Relación con sus lectores

Miguel Delibes no era muy hábil socialmente, pero, ojo, cuidaba mucho a los lectores. Dedicaba horas a contestar sus cartas y dedicar sus libros. Muchos seguidores le dejaban libros en su casa de Valladolid en un buzón y él los devolvía dedicados.

En esa tarea le ayudaba su nieta Ángeles. Cogía una torre de libros y le iba pasando uno a uno para que firmara. Un día, cuenta Germán, "mi prima descubre que entre los libros para dedicar estaba La colmena de Camilo José Cela, e intentó ocultarlo, pero el abuelo ya lo había visto y lo cogió" ¿Lo ocultó? Todo lo contrario, lo firmó y en la dedicatoria le puso "para Francisco Pérez con afecto y amistad de Camilo José Cela".

El abuelo Delibes era divertido para sus nietos, aunque la fachada fuese de un hombre serio y seco. De ahí que Germán Delibes no duda cuando dice que "podríamos haber disfrutado de un abuelo distinto de haber tenido abuela". La muerte de Ángeles de Castro en 1974 le dejó con siete hijos e hijas, muchos de ellos menores de edad, y con una pena que no le permitió escribir una palabra en tres años.

Aquellos años, además de la literatura, era un hombre muy ocupado con sus clases de derecho en la universidad y la dirección del diario El Norte de Castilla. Quizás por eso El abuelo Delibes de German Delibes arranca así: "Que Miguel Delibes fue un abuelo atípico no se le escapa a nadie. Si escuchamos a mi tía Elisa, presidenta de la Fundación Miguel Delibes hasta noviembre de 2023, hablar del talante familiar de su padre, nos sorprenderá que, según se desprende de sus palabras, no fuese una persona especialmente cariñosa con sus hijos".

Imagen de archivo del escritor y periodista Miguel Delibes

Imagen de archivo del escritor y periodista Miguel Delibes / ICAL

Imagen de archivo del escritor y periodista Miguel Delibes

Imagen de archivo del escritor y periodista Miguel Delibes / ICAL

Carácter y enfermedad

Es posible que la ausencia de Ángeles de Castro le llevase a una vida más recta con sus hijos, que le cambiase el carácter para siempre y que no olvidara nunca. Quizás, por esa razón, en casa no se hablaba mucho del tema y todos los hijos temieron lo peor cuando Pepi Caballero, su nuera y secretaria, les anunció un día que Don Miguel estaba escribiendo una novela sobre ella, Mujer de rojo sobre fondo gris. Es la novela que le hace superar el duelo y se ha convertido en la preferida de los 18 nietos, "gracias a esta obra hemos podido conocer a nuestra abuela que nadie recuerda en vida" apunta Germán Delibes.

En su final se unió la alegría del Premio Cervantes y el dolor de la enfermedad. El cáncer cambió radicalmente la vida de Miguel Delibes. Ya nunca fue el mismo y tras publicar El hereje no volvió a escribir. En su discurso del Premio Cervantes en Alcalá de Henares en 1993, lo dejó claro cuando dice "antes que a conservar la cabeza muchos años, a lo que debo aspirar ahora es a conservar la cabeza suficiente para darme cuenta de que estoy perdiendo la cabeza".

Pepe Rubio

Pepe Rubio

Redactor guionista de Hoy por Hoy. Llevo a antena las secciones "Desmontando mitos" , "Viaje de ida"...

 

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