El realismo
Se mire por donde se mire, nuestro realismo tiene raíces francesas. Sin ir más lejos, el máximo exponente de la novela realista fue Gustave Flaubert, que a propósito de su obra más famosa dijo: Madame Bovary soy yo.

Barcelona
Antiguamente, los reyes mandaban mensajes de Navidad para felicitar las fiestas. Ahora, los reyes mandan mensajes navideños para promocionar sus libros. Pero la culpa de esto no la tiene el rey, sino la literatura. Lo dijo Joyce: si miras tu viejo DNI, aquel grande y azul, que siempre se despegaba por alguna parte, la foto que verás es el retrato del artista adolescente que nunca fuiste. Estos días, el rey emérito ha venido a hablar de su libro, como en un homenaje a Paco Umbral, el príncipe del dandismo. Pero Umbral viene de otra aristocracia. Los pies de Umbral se hunden en el barro, como las novelas de Blasco Ibáñez y los poemas de Baudelaire. El barro es el origen mítico del hombre, lo dice un libro de espada y brujería. Mi retrato de lector adolescente pertenece a la llamada literatura de la Transición. Entonces, se llevaba el realismo. Incluso quienes no eran realistas defendían contra viento y marea al rey que hoy viene a hablar de su libro. Se mire por donde se mire, nuestro realismo tiene raíces francesas. Sin ir más lejos, el máximo exponente de la novela realista fue Gustave Flaubert, que a propósito de su obra más famosa dijo: Madame Bovary soy yo. A nuestra Constitución le pasa lo contrario que a Madame Bovary, pues quienes no la escribieron, o no la quisieron, ahora van diciendo que la Constitución son ellos, y no quieren que nadie la toque. Hoy, la Constitución española cumple 47 años, 47 como el autobús de aquellos vecinos que hundían sus pies en el barro de una montaña llena de cemento. Gente de la calle, como esta, fue quien votó la Constitución esperando mucho más de lo que ahora tiene. Corren malos tiempos. Y de esto va el libro del rey emérito, de un autor que vuelve para decirnos la Transición soy yo. Puro realismo.




