La acción humanitaria atraviesa una crisis sin precedentes que cuesta vidas

La acción humanitaria va a cerrar 2025 con una caída en su financiación superior al 40% en los dos últimos años. Lo señala el estudio anual sobre el estado de la ayuda humanitaria que acaban de publicar el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) y Médicos Sin Fronteras. Pero lo más preocupante es que ya se aprecia un cambio de tendencia, dejando atrás los últimos años de aumento de fondos hasta los 46.000 millones de dólares, como señala el director del IECAH Jesús Núñez Villaverde. “Ya empezamos a ver las repercusiones de las decisiones de la administración de Donald Trump en Estados Unidos, uno de los principales donantes a escala mundial y que seguramente el próximo año se van a ver todavía más intensificados”.

Donald Trump, con su voluntad decidida de desmantelar todo el entramado multilateral que se ha ido creando en las últimas décadas, es el principal responsable de esta caída de la financiación. Núñez Villaverde recuerda que USAID, la Agencia para la Cooperación al Desarrollo de Estados Unidos, ha sufrido un recorte que “deja desamparadas a las víctimas de muchas crisis en muchos lugares del planeta”. Pero no es la única culpable. El estudio revela una tendencia a alimentar el rearme militar que repercute en un abandono del esfuerzo que se hacía para hacer frente a las crisis.

También Europa se ha sumado a esa tendencia militarista. Villaverde subraya su incoherencia: “Basta con ver en cuantas ocasiones los valores y principios que se dicen defender por parte de los gobiernos de los países miembros de la Unión Europea quedan absolutamente anulados cuando se ponen en juego intereses económicos y geopolíticos”, critica, poniendo como ejemplo el comercio de armas.

La falta de financiación es el principal factor que contribuye a la crisis sin precedentes que atraviesa la acción humanitaria, pero no es el único. También preocupa que sus trabajadores se hayan convertido en objetivo directo de ataques. El ejemplo más claro está en Gaza, donde, desde el inicio de la guerra en octubre de 2023, Israel ha asesinado al menos a 576 trabajadores en ataques sistemáticos contra convoyes, instalaciones, refugios y viviendas de organismos como la Unrwa, la OMS o la Media Luna Roja Palestina, según los últimos datos de la OCHA.

“Lo que buscan es que no haya ojos, que no haya oídos para poder ver y contar lo que está ocurriendo”, apunta Núñez Villaverde. Los actores humanitarios, las instalaciones hospitalarias, las sedes de las organizaciones internacionales y de las organizaciones no gubernamentales se han convertido en objetivos explícitos en muchos conflictos con la intención de “castigarlos de manera muy directa para que decidan retirarse o no desplegarse en determinados ambientes”.

Los recortes se traducen en muertes

Hay al menos 59 conflictos violentos activos en el planeta, con graves crisis humanitarias como la de Sudán, aunque no todas reciben la misma atención. El director del IECAH lamenta “la dificultad enorme para cubrir los llamamientos que las diferentes agencias de la ONU hacen a los donantes para poder atender tantas crisis”. Y pone como ejemplo el caso de Ucrania, donde han disminuido las aportaciones en favor de Gaza. “Vistiendo un santo para desvestir a otro”, critica.

Hay muchas otras crisis olvidadas, en el Sahel, en República Democrática del Congo, o en Bangladesh con los rohingya, donde la atención internacional ha vuelto a desaparecer. “Eso se traduce claramente en costes de vidas humanas”, insiste Núñez Villaverde. “Esos recortes en temas tan básicos como vacunaciones o atención a la maternidad, por ejemplo, se traducen directamente en muertes”.

Somalia es un ejemplo de cómo los recortes están teniendo un impacto directo en proyectos vitales para millones de personas, especialmente en el sector de la salud. Raquel González, de Médicos Sin Fronteras, asegura que se han interrumpido muchas de las cadenas logísticas que permitían hacer llegar el material, lo que implica desabastecimiento de medicamentos y suministros. También se han paralizado programas de prevención como las vacunaciones o la prevención de la malaria.

“Sobre todo vemos que hay muchas zonas que se han quedado desatendidas en favor de zonas más accesibles”, explica. Una de ellas es Baidoa. Allí se han cerrado al menos 37 estructuras de salud en las que desarrollaban proyectos de lucha contra la desnutrición infantil. Al mismo tiempo, según los datos de la organización, han aumentado un 44% las muertes de niños con desnutrición grave entre enero y junio de 2025 con respecto al año anterior. Las consecuencias han sido inmediatas, en los seis primeros meses de recortes.

Los cierres de centros médicos y la falta de trabajadores y de suministros se dan en zonas que ya sufrían un abandono y que tenían elevados índices de mortalidad en países como Somalia, Etiopía o en el Sahel. González explica que sus sistemas de salud estaban muy tensionados, lo que hacía imprescindible un fuerte refuerzo de financiación internacional. En 2026 se espera que la tendencia negativa continúe, y que las consecuencias se multipliquen en materia de desnutrición infantil, tratamientos contra el VIH o salud sexual y reproductiva. “Muy probablemente el año que viene vamos a hablar de un mucho mayor número de muertos, lamentablemente, del que estamos hablando ahora”.